Albayzín
«Las casas -te recuerdo- están colocadas como si un viento huracanado las hubiera arremolinado así. Se montan unas sobre otras con raros ritmos de líneas. Se apoyan entrechocando sus paredes con originalidad y diabólica disposición. Altares, rejas, casonas enormes con aires de deshabitadas, miedosos aljibes en donde el agua tiene el misterio trágico de un episodio íntimo; portalones destartalados en donde gime un pilar entre las sombras; hondonadas llenas de escombros bajo los cubos de las murallas; cavernas negras de la gente nómada y oriental ; leyendas de muertos y de fantasmas invernales, y de duendes y de marimantas que salen en las medias noches, cuando no hay luna, vagando por las callejas, que ven las comadres y las prostitutas errantes y que luego lo comentan, asustadas y llenas de superstición. Vive en estas encrucijadas un Albayzín miedoso y fantástico, el de los ladridos de perros y de guitarras dolientes, el de las noches oscuras en estas calles de tapias blancas; el Albayzín trágico de la superstición, de las brujas echadoras de cartas y nigrománticas; el de los signos cabalísticos y amuletos, el de las almas en pena, el de las embarazadas, el Albayzín de las viejas prostitutas que saben del mal de ojo, el de las seductoras, el de las maldiciones sangrientas, el pasional ».
FEDERICO GARCÍA LORCA
Profunda
Todas las iglesias estaban cerradas aquella madrugada en que Profunda sintió el impulso de hacer penitencia. Ante la estatua de la piedad, con la mente en blanco, la pobre se ensució las rodillas. Desde entonces, entre ecos lejanos, vaga cada noche descalza para pagar su deuda. Al caer la noche, mientras los turistas se atiborran de vino en la bodega Castañeda y alrededores, las sombras de los callejones parecen llamarla a vagar a ciegas. Envuelta en un manto sencillo, cruza la calle Elvira a la hora del lobo. Esta noche, es luna llena en el barrio.
Albaicín Bajo
Profunda baja la cuesta.
Albaicín Alto
Profunda sube la cuesta.
El minibús de Plaza Nueva
Como cada mediodía, el minibús en Plaza Nueva estaba atestado de gente. Sin pedir permiso, “Er’Sefra” se abría paso entre la marea de turistas y picaba el bono. Chilló el aparato en tono verde. El traje claro que le servía de máscara ya había visto sus mejores días y el pelo engominado hacia atrás brillaba bajo las luces del otoño. José Francisco –Sefra, para los amigos, o “Er’Sefransi’co” en el barrio– parecía una figura fuera de contexto en medio de aquella cacofonía de acentos extranjeros.
Albaicín Bajo
Er Sefra baja la cuesta.
Albaicín Alto
Er Sefra sube la cuesta.
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