Día de concierto. Inquietos los galvánicos vellos puntiagudos y asustados de las encarnadas pieles de aquellos que caminan disimulando tiriteras y eructando estrés. Insulto y arreo al que no toma interés en sentarse y apoyar su ingente cacha en el canapé que aquella chica de rosa te ha mostrado sin ningún desdén. “Gracias”. Y si apremiar la primera nota y el primer canto es descortés no cabree al ídolo pues con la más elegante de sus notas endiñará en sus bocas el mayor revés. Sin mayor dilación y pesadez, pues se que es un suplicio esperar el comienzo de algo tan hermoso, les presento a este pirata-trovador que se las da de escocés.

Ian Anderson le llaman, y él mismo también, que con su travesera fabrica soleadas corrientes de hipnotizados y embaucados que viajan a Hamelín arrastrados como serpientes. Junto a él una tropa de curiosos ayudantes, gabardina beige y unos extraños ropajes. En sus manos todo tipo de escobas rastrillos y enseres. ¡Ah no, que son músicos a la vez de actores!

El teatrillo, corral de comedias, el auditorio de San Javier es, el lugar donde los músicos-actores interpretan esta legendaria sátira de cuarenta minutos, “densa como un ladrillo”, con esa pose irónica del mayor burgués. Ryan O’Donnel apoya a nuestro héroe con la percha de un apuesto inglés, y la vara de un famoso entre mutantes. Su voz cristalina y estilosa, pero firme, limpia los oídos de los presentes. Algo que no gusta mucho entre los más fieles, pero también entienden que Anderson hace lo que puede en su lucha con la vejez. Su voz es más ajuglarada y algo menos potente, encarnando a los cantores medievales de canto sugerente.

El silbido fue encantador, lleno de naturaleza y bosques, de críticas sociales y bromas de las más alegres. Incluso un tacto rectal ocasionó el llanto a carcajadas de los asistentes, el más cómico y actual de los entremeses. Nadie puede decir que fuera un concierto solamente, fue una interpretación de la historia que 40 años hace que los Jethro Tull compusiesen. Y no es todo. Con segunda parte llegan nuevamente, a silbarnos el mejor rock progresivo que hayan conocido abuelos e imberbes. La imagen de un periódico, el “St. Cleve Chronicle & Linwell Advertiser”, algo más sinfónico y legendario de lo que un servidor pretende.

Olas eran sus cejas en un movimiento amenazante, de música y cercanía, es un lujo poder apreciar sus muecas y visajes. También poder disfrutar de su sonido ingente, que convierte la nube en Sol y en lluvia con un solo acorde. El toque de rock lo aportaba Florian Opahle, ese que hace que los más roqueros recordaran sus viejos vinilos y cintas de casete. Y a pesar de la delicia, de aquel regalo, del mejor empalague, todos querían alargar la velada, y sobre todo los más amantes. Y parecía que no iban a tener suerte, pues los grupos grandes ya ven anticuado eso de los bises. Pero sí que la tuvieron, “Locomotive Breath” fue el presente, la versión más desmelenada de los anglosajones. Y aparte del guitarra y el héroe, John O’Hara, Scott Hammond y David Goodier pusieron el rock y el cierre. No se si volveremos a ver algo semejante, pero “yo vi a Jethro Tull” y eso es algo que no se irá nunca de mi mente.

Pablo Melgar

Thick as a brick – Jethro Tull