La vejez es el baúl de los recuerdos del tiempo y Santiago tenía el suyo lleno de agua de mar. Había recorrido los mares hasta las costas africanas, donde había visto leones en aquellas orillas de arena clara que le acompañarían en sus sueños por toda la eternidad. Recordaría, cada día de su vida, las hazañas de otro tiempo hace años vivido. Y respirará como un despojo, entre papeles de periódico en una choza mientras espera el momento de volver a echarse a la mar que era la única que “le mataba exactamente igual que le daba la vida”.
Manolín era su antiguo aprendiz, un joven al que habían puesto a su cometido para que le ayudara y aprendiera ese oficio que te sala la sangre, el de pescador. Pero ya no pescaba junto a él, ya que la suerte no estaba con Santiago y hacía 84 días que no pescaba nada. El padre de Manolín le obligó a cambiar a otro barco que sí pescaba más asiduamente, no como Santiago, ya desgastado por los años. Aún así sería la única persona que se preocuparía de él y lo ayudaba con esa ardua lucha contra la vejez.
Todas las miradas del puerto de Las Terrazas, Cuba, se clavaban en Santiago cada uno de los 84 días en los que estuvo sin pescar nada. Ahora, en el final de su vida, era el hazmerreír del resto de pescadores que le miraban con retinas de pena, como el viejo que era con más recuerdos del pasado que victorias presentes. Pero Santiago tenía por delante el último reto de su vida, un cara a cara con el pez más grande que habría visto en todas las travesías a lo largo de su vida. Siempre hay algo que demostrar, aunque seas un “Campeón”.
Una apología a la perseverancia, una historia que nos introduce en la piel salada de Santiago y viviremos con él un naufragio a vida o muerte. Nos veremos derrotados, magullados, incluso perderemos cualquier esperanza pero aprenderemos que “un hombre puede ser destruido, pero no derrotado”. De las entrañas de cada hombre sale la fuerza más bruta de la naturaleza, mucho mayor que la de cualquier bestia del inframundo pues poseemos el bien más poderoso del mundo: inteligencia para dominarla.
Un personaje de parábola, de médula salada por los años en la mar. Pues “decía siempre la mar. Así es como le dicen en español cuando la quieren. A veces los que la quieren hablan mal de ella, pero lo hacen siempre como si fuera una mujer. Algunos de los pescadores más jóvenes, los que usaban boyas y flotadores para sus sedales y tenían botes de motor comprados cuando los hígados de tiburón se cotizaban altos, empleaban el articulo masculino, le llamaban el mar. Hablaban del mar como un contendiente o un lugar, o aun un enemigo. Pero el viejo lo concebía siempre como perteneciente al genero femenino y como algo que concedía o negaba grandes favores, y si hacia cosas perversas y terribles era porque no podía remediarlo. La luna, pensaba, le afectaba lo mismo que a una mujer”. Si Ernest me permite, allá donde esté, velando por el viejo en su mar.
Pablo Melgar
The Old Man and the Sea (Roujin to umi) – Aleksandr Petrov
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