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“Pero ha pasado el tiempo

y la verdad desagradable asoma:

envejecer, morir,

es el único argumento de la obra.”

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 Escribir acerca de Jaime Gil de Biedma es como hablar de un ausente que ha quedado relegado al confín de la memoria y a un rincón inescrutable, inexplorable de la malavenida y olvidadiza memoria popular. Porque España ha sido capaz, contra todo darwinismo, de glorificar a los menos aptos y, sin reparos, a condenar al ostracismo a aquellos que realmente han contribuido a la suma de la cultura literaria. Esa taciturna España literaria.

A los veintiséis años de su muerte parece que nunca escribió, diría más, que nunca existió. Jaime Gil de Biedma es uno de esos poetas que no se llaman Federico García Lorca ni Miguel Hernández. Que pasa de puntillas y sin embargo deja huella. Si cae en tus manos un poemario de Gil de Biedma, ten la decencia de abrirlo. Ábrelo y ten el valor y la heroica osadía de leer uno de sus poemas; casi puedo asegurar que no te provocará un accidente cerebrovascular. Pero te llevará a las noches incurables, a las calles mojadas cubiertas por el follaje, a los meses de junio de los años cincuenta. Gil de Biedma te tira un dardo, y ojo, no lo intentes porque no lo esquivas; y te sentencia con herida de muerte cuando lees…

 

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…cuánto quise morir

o soñé con venderme al diablo,

que nunca me escuchó.

                                              Pero también

la vida nos sujeta porque precisamente

no es como la esperábamos.

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No se disfraza y detesta el antifaz. Se reconoce en su acomodada burguesía, en su privilegiada infancia guerracivilista a la que reprocha no haberle hecho sufrir. Incluso se maltrata escribiendo versos que le autodestruyen. Jaime Gil de Biedma escribe Contra Jaime Gil de Biedma, para envenenarse, para hacer del reproche belleza y de sus balas poema. Es él el que vomita cuando se reconoce en el espejo, el que se increpa, el que se ríe y se recuerda el pasado. Y se dice que envejece. Solo a quien destruye le es lícito crear. Y se destruía y volvía a crear, hasta que reconoció que no tenía nada más que escribir; la necesidad del abismo del folio en blanco ya se había apaciguado y asumiendo todas las consecuencias escribió su último verso en 1982.

Pero al leerle no se debe esperar la sonoridad de la rima, si quiera la meticulosa métrica de esa ortodoxia literaria que ata al poeta. Cabe esperar una estructura libertaria del verso con el que siempre sentencia. Y lanza más dardos, y ahora eres tú, quien no quiere esquivarlos…

 

 

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Oh! innoble servidumbre de amar seres humanos,

y la más innoble

que es amarse a sí mismo.

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Se estigmatizó por ser quién era. Nadó y como los ríos prometió el nunca retroceder, por lo que nunca renunció a su sensibilidad marxista y a su naturaleza homosexual. Éste fue su divino castigo, su gigantesca piedra rodante y él, él se convirtió en Sísifo. Se fue tras una larga enfermedad en 1990. A él y a su poesía se les incluye en la Generación del 50, pero contrajimos con él una deuda difícil de saldar. Y fue el primero en comprender, cómo no, que la vida iba en serio…

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Que la vida iba en serio

uno lo empieza a comprender más tarde

-como todos los jóvenes, yo vine

a llevarme la vida por delante.

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