Poema en prosa de Pablo Melgar, 2020.
collage: ZERO, 2020.
#Poesía
#Literatura
A la hora de la siesta leía a Rimbaud con las persianas bajadas y experimentaba su rebeldía en silencio. En mi estómago estallaba la revolución y en mis córneas el hielo de mi cama. Cambiaba de postura con cada poema. A veces, la tensión acumulada por el niño incomprendido se apoderaba de mi cuerpo. Con el deseo del fuego apretaba la mandíbula y acto seguido prendía una bandera blanca en la boca de una botella de vidrio. Con el estallido interno, estrabismo en las muñecas y contorsión del párpado. El asedio al palacio ha acabado con todos muertos. Al fin, una culpa silenciosa, hiperventilar en una sucesión de puntos suspensivos. Otras veces, simplemente me limitaba a acostarme en la hierba verde de mis sábanas blancas y me dedicaba a escuchar el cuchicheo del riachuelo que bajaba encerrado por las tuberías del edificio. Algún ladrido de perro, quizás alguna chicharra o alguna mosca, la certeza del sol en la cara. Pero siempre me olvidaba de codificar cualquier ruido de lengua humana. Sensaciones en el pecho y en la curva de mi espalda. Trascender en electricidad, pensar en el vuelo de una mariposa en el segundo que transcurre en una cabezada. Sentir el peso de la historia sobre los hombros. ¿Por qué no ver el mundo así siempre?, me preguntaba. Impotente, por la noche salía a la calle a llevar la contraria. ¡El mundo es un teatro!, gritaba. De mis bolsillos rotos caían monedas doradas que no me molestaba en recoger. Rodeado de extraños recorría los callejones del vidrio y me fundía en los bailes de sombras, en el rincón, en el arpegio, en el grito gitano, en el olor a azahar mezclado con el meado de perro. Olvidaba mi nombre en las historias de otros. Caminaba entre los soldados de la vanguardia, con ellos perdía el miedo a la muerte. Y aún así moría, noche tras noche, antes de los veintisiete.
45 horas de música para escuchar sol@ en tu habitación.
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