[infobox maintitle=”en recuerdo a Galicia, Asturias y Portugal” subtitle=”vuestro fuego es mi fuego,
ojalá haya un héroe de verdad entre vosotros,
si os queman el bosque nos queman la vida.
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Relatos cortos de Pablo Melgar.

Una carretera de noche. Luces naranjas, luces y líneas blancas. Un horizonte difuso y el temple del conductor al volante. Señales azules con nombres de lugares. Señales de tráfico de todos los colores. Leonardo bosteza contagiado por su copiloto, hace cuarenta minutos que no intercambian ni media palabra. Las últimas tres conversaciones fueron a causa de la comedia que generan algunos nombres de pueblo: Alcantarilla, Librilla o Los Infiernos se merecen, al menos, un comentario o un Me divierte. Los ojos de Leonardo vidriosos como la luna de su coche, contemplan el desfile de pueblos de interior de la geografía murciana. Todos iguales, uno tras otro. Luego, dentro de sus casas, cada uno de ellos se sentirá especial e irrepetible. En la radio, la gente canta: ¡Murcia soterrada! Lo que era el nuevo chiste de Lepe, ahora es un justo mantra.

Pero decide darle un nuevo giro al hilo argumental del viaje y quita la radio. De la guantera le pide a su copiloto que le saque un CD en el que pone Jon Hopkins. Me parece que está debajo del asiento. La música electrónica lo convierte todo en una ensoñación llena de interferencias, capas de pistas de audio superpuestas, disonancias, estribillos pegadizos, el nuevo jazz, el fin de la música en directo. We dissapear es la primera canción rotulada en la pantalla del reproductor. Y no es para menos, pues el silencio deja de ser incómodo al instante. Ninguno piensa más en los carteles, en el número de kilómetros que faltan para el hogar o en la broma de turno que dé un respiro a la hipnosis. Ahora, las líneas intermitentes son una serpiente eterna que se deja llevar hacia un lado y hacia otro. Con cada curva, los dos se intercambian la fuerza centrípeta y la centrífuga, como si probasen nuevas drogas o viejas atracciones de feria.

Leonardo piensa en si sería capaz de sobrevivir él solo en estos campos negros, entre los cuales los pueblos son apenas una vela en mitad de la noche, con una mochila y una botella de agua. ¿A dónde iría con esta oscuridad?, testigo de sus fantasías. De vez en cuando, mira a su amigo y no consigue adivinar el lugar en el que se encuentra. Apenas pestañea y se aferra con el alma al asiento a cada movimiento brusco de la carretera. Sus ojos saltones, su pelo enmarañado, sus brazos raquíticos no sobrevivirían ahí fuera, de eso está seguro. ¿Pero él sería capaz? No sé, en realidad, si quiero comprobarlo…

De repente, en lo alto de la montaña, una curva se libra del quitamiedos y un enorme mirador de grava y matojos se erige ante el vacío. Dos coches arrancados y con las luces encendidas, de quien se ha dejado entreabierta una o todas las puertas. Leonardo baja a segunda. Detrás de las ruedas entrevé los zapatos verdes de un hombre tumbado en el suelo. Automáticamente reduce y aparca frente a ellos. Su copiloto es el primero en bajarse del coche a toda prisa, como si fuese de profesión superhéroe. Se sorprende, en su biografía de Blablacar solamente ponía: Pintor, tímido y curioso. Leonardo es más precavido y aunque ofrece su ayuda de manera altruista, se toma su tiempo para meterse las llaves en el bolsillo, buscar su móvil entre el tabaco, la cartera, el paquete de chicles…¿Dónde está? ¡Ah, aquí está!…Está nervioso.

Se baja del coche con elegancia y, de repente, una llamarada azul en el vacío. No se escuchan voces, solo un grito rodando por la ladera de la montaña y nubes de humo añil entre lo negro. Leonardo se acerca lentamente, con paso firme. Al bordear el primero de los coches, la aterradora imagen de un hombre con un soplete quemando vivo al dueño de los zapatos verdes. El copiloto había tomado un camino diferente, jamás cobraría Leonardo los 20€ de su viaje.

Otro testigo, ¡me cago en mi puta madre!-runrunea el verdugo entre dientes, con una mano en el cuello de su víctima y con la otra en el soplete. Su cabeza aguarda una enorme calva y unas pobladas orejas cubiertas de pelo negro, una camiseta negra apretada y una enorme barriga cervecera. Pantalones vaqueros, zapatillas blancas. Un pendiente de oro en su oreja izquierda. Leonardo no reacciona.

En la pendiente, poco a poco, comienza a brotar una llama azul. Leonardo vuelve sus pasos atrás y, por este orden, se mete en el coche, cierra la puerta, se abrocha el cinturón y acelera. En los espejos retrovisores se ve prender un cuerpo que aúlla, la imagen se aleja. Un estruendo de animales no se escucha a causa de las ruedas. El coche pronto se pone a 140 kilómetros por hora por la Autovía del Mediterráneo, hasta llegar al peaje. Su gesto no ha cambiado desde que apretó el acelerador hasta que bajó prácticamente a gatas hasta la garita, donde se convirtió en mártir. Las huellas de sus dedos dejan un reguero de sudor en el cristal y la cajera se llena de aire los ojos.

-¡Un asesino ahí fuera!-dice su cara de horror.

Los ojos de la cajera se llenan de azul, como una iguana observando un cohete hacia la Luna. Coge el teléfono y llama al 112. Ambos observan el mar de fuego cobalto que hay sobre el monte de Águilas.

-Estoy en el kilómetro X de la Autopista del Mediterráneo en el Peaje nº 1.127, tercera garita. Soy María Jesús y estoy viendo cómo está ardiendo el monte. ¡Hay un pirómano de fuego azul ahí fuera! Un señor dice haberle visto.

-Estamos en camino, mic-mic,mic-mic, mic-mic…

Leonardo se abraza al capó de su coche y repite las palabras con las manos en la frente: ¡Hay un pirómano de fuego azul ahí fuera!tendría que haberle grabado, como el héroe moderno que es, que más que héroe es testigo de todas sus desgracias. Ya sabemos por qué perdió su vida el copiloto.

Pablo Melgar Salas

We disappear – Jon Hopkins

[infobox maintitle=”888″ subtitle=”otro relato de Leonardo en busca del fuego” bg=”red” color=”black” opacity=”off” space=”30″ link=”http://www.kilometr0.es/888-relato/”]