#19 ‘Un verdor terrible’, Benjamín Labatut

Querido lector, esta semana quiero hablarte sobre ‘Un verdor terrible’ (Editorial Anagrama, 2020). Y he de decirte que he sentido verdadera extrañeza y fascinación al terminar la última página, como todas esas veces que uno descubre algo nuevo: el sonido de una puerta que se abre donde antes había un muro y al otro lado hay un físico teórico que actúa como un poeta romántico. Así que me he propuesto escribir un diario de lectura sobre este libro inclasificable de Benjamín Labatut, quien (según La Vanguardia) tiene ahora mismo la «aureola de escritor revelación de las letras chilenas».

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«…al hablar de los átomos el lenguaje solo podía ser utilizado como poesía».


El verso de Raúl Zurita excavado en la roca en pleno desierto de Atacama, Chile.
Estas son sus coordenadas
  24o02’49.0» S  70o26’43.0»W

Chile

Chile es un país lleno de particularidades: primero por su curiosa forma alargada que alberga una multitud de climas y paisajes (la cordillera de los Andes, el océano Pacífico, el desierto de Atacama y el estrecho de Magallanes), segundo por su cruenta historia política reciente (marcada por la dictadura de Pinochet y su modelo neoliberal de economía) y tercero por una tradición impresionante de escritores. De memoria se pueden citar fácilmente los integrantes de un Olimpo de poetas que da vértigo: como son Pablo Neruda, Gabriela Mistral, Vicente Huidobro, Nicanor Parra o Raúl Zurita, entre otros. Para Roberto Bolaño «es un verdadero tesoro que hay en Chile, la vieja poesía chilena». Labatut dice que es un país que mira hacia afuera y que no sentirse chileno es parte intrínseca de la identidad nacional.


Benjamín Labatut presenta su libro ‘Un verdor terrible’ en conversación con Ignacio Echevarría, acompañados por la editora Silvia Sesé.

Benjamín Labatut

Precisamente es a partir de ‘Los detectives salvajes’ cuando la prosa chilena entra en el radar de los lectores de todo el mundo. Según el propio Labatut, fue gracias a Bolaño que los escritores de su generación dijeron: “Ahora sí, ahora se puede escribir”. Prueba de ello son los fenómenos editoriales recientes: tanto de Alejandro Zambra como del propio Benjamín, quien a pesar haber nacido en Rotterdam (Holanda) y de escribir en inglés, vive en este extraño país desde los 14 años. Sin embargo, confiesa que sus referentes directos se encuentran en la literatura anglosajona, al citar a Lovecraft y a Sebald como sus verdaderos faros.

  • La Antártica empieza aquí, cuentos, Alfaguara México, 2010; en Chile fue publicado por Alfaguara en 2012. Contiene 7 relatos:

    • «La Antártica empieza aquí»; «La cura de Ana»; «No me digas que no te acuerdas»; «Club de campo»; «Deseo»; «Países Bajos»; y «Alfredo en cama»

  • Después de la luz, Hueders, Santiago de Chile, 2016

  • Un verdor terrible, Anagrama, Barcelona, 2020

  • La piedra de la locura, Anagrama, Barcelona, 2021

  • The MANIAC, Pushkin Press , 2023

  • MANIAC, Anagrama, Barcelona, 2023


Azul de Prusia

La noche estrellada (1889) – Vincent van Gogh

Este relato inicial da contexto de la temática fundamental sobre la que trata ‘Un verdor terrible’: «el avance ciego de la ciencia, la más peligrosa de todas las artes humanas». Sobre esta premisa construye progresivamente un cuerpo literario en el resto de la novela. Además del contexto histórico que enmarca a la primera mitad del siglo XX como la era de la creación de los mitos modernos de la ciencia y sus terribles consecuencias prácticas. Según el propio Labatut, era un descarte de su anterior libro y, en lo personal, me resulta el relato más original de todos los que componen su libro. El autor consigue enhebrar un texto narrativo a partir de una enumeración aparentemente desordenada de hechos históricos que encuentran su propia coherencia poética conforme avanzan las páginas. El artefacto está escrito en el tono impersonal de un ensayista y es caótico pero a la vez funcional, como la mente de los científicos que protagonizan sus relatos.

“Mi libro trata de empujar al lector hacia un terreno de incertidumbre, de modo que comience a sentir las mismas dudas, la misma sospecha existencial que aquejó a los científicos sobre los que escribí”.

Uno de los precedentes de este corpus de científicos románticos es Johann Conrad Dippel. De acuerdo a su receta, se puede obtener ‘azul de Prusia’ si uno cuece las pulgas de la cochinilla en alumbre y sulfato de hierro. Este alquimista nacido en el castillo de Frankenstein (¿te suena?), allá por 1673, fue el referente directo para que Mary Shelley ideara el mítico personaje del Dr. Victor Frankenstein, por sus espeluznantes experimentos con cadáveres. Primero en la obsesión por crear oro en su laboratorio y, después, en la búsqueda del elixir de la inmortalidad: «su objetivo era pasar a la historia como el primer hombre en trasladar un alma de un cuerpo a otro, aunque fue su extrema crueldad y el goce perverso con que manipulaba los restos de sus víctimas lo que terminó por convertirlo en leyenda».

A partir de ahí, en una espectacular caída de dominó, su financiero Johann Leonhard Frisch consigue encontrar oro de verdad al hacer un uso comercial del elixir fallido, como pigmento en pintura: el mismo azul con el que Van Gogh pintaría dos siglos después ‘La noche estrellada’. Pero además sirvió para que el químico Carl Wilhelm Schelle descubriera por error el cianuro, al revolver un bote de pigmento con una cuchara manchada de ácido sulfúrico. El pigmento que serviría de símbolo en los uniformes del ejército prusiano en la Primera Guerra Mundial, también colapsaría más tarde las entrañas de los alemanes nazis que se suicidaron en masa escuchando las Valkirias de Wagner de fondo, al perder la Segunda. El mismo veneno con el que habían gaseado a sus víctimas en los campos de concentración era el que también acababa con ellos.

Son of Saul (2015) – László Nemes (ver en Filmin)

Escribo algunos ejemplos concretos de las asociaciones que hila Benjamín Labatut en ‘Un verdor terrible’ para representar la materia prima de su trabajo. Fascinado con la lógica de aquellos científicos que intentaban encontrar un orden dentro del caos del universo, a través de fórmulas matemáticas. De formación periodística, el chileno es un fabuloso investigador que escribe “sobre aquello que no entiende”. En su exposición ensayística a la vez que narrativa, camina sobre los límites entre la genialidad y la locura de unos personajes que cambiaron la percepción que hoy tenemos de la realidad: «Su mente saltaba de un tema a otro, incapaz de contener su propio impulso».


La singularidad de Schwarzschild

‘Interstellar’ (2014) – Christopher Nolan (ver en HBO Max o Prime Video)

Un agujero negro es un objeto cósmico que tiene una gravedad tan fuerte que nada puede escapar de él, ni siquiera la luz. ¿Cómo no sentir un vértigo absoluto al toparse con tremendos cálculos? Se forma cuando una estrella muere y colapsa sobre sí misma. Por otro lado, el agujero de gusano (en el que se introducen los protagonistas de ‘2001: Una odisea en el espacio’ e ‘Interestellar’) es una hipotética anomalía en el espacio-tiempo que conecta dos puntos distantes en el universo, o incluso en universos diferentes. Se cree que podría permitir viajar más rápido que la luz, pero no se ha observado ni comprobado su existencia. Por el momento, rellenamos esos interrogantes por medio de la ficción.

En el segundo relato de ‘Un verdor terrible’, asistimos a la particular odisea de Karl Schwarzschild; quien soñó por primera vez con agujeros negros de forma teórica, al descifrar las ecuaciones de la relatividad general de Einstein, desde las trincheras de la Primera Guerra Mundial: «El resultado era un abismo sin escape, separado para siempre del resto del universo». La muerte de las estrellas engullendo a la Tierra aparece, por primera vez, en forma de premonición.

Cuando las estrellas arrojaron sus lanzas
y bañaron los cielos con sus lágrimas
¿sonrió al ver su obra?

WILLIAM BLAKE

2001: Una odisea del espacio (1968) – Stanley Kubrick (ver en HBO Max)

De esta forma, su experiencia tan perturbadora en las trincheras se superpone con el horror cósmico en la mente del físico. En este texto, Labatut ya añade elementos de ficción para representar la pesadilla verídica de un científico ante su propio descubrimiento: «tal vez la culpa radicaba en su propio ingenio». A partir de ahí, elabora una narración biográfica para explicar el perfil psicológico de una mente obsesionada con «descifrar la forma en que está organizado el universo». Incluso llega a perder la visión de un ojo, con tal de observar las particularidades de un eclipse. Solo un personaje tan excesivo e impulsivo como Schwarzschild podría ser capaz de imaginar el límite absoluto de los dioses. En palabras del propio Einstein: «la fuente de su búsqueda era el goce, el placer que siente un artista, el vértigo del visionario capaz de discernir los hilos con que se tejen los caminos del futuro». Mucho antes de que Kubrick hiciera que su protagonista se perdiese en los albores del infinito, este astrónomo alemán logró «alcanzar el centro del abismo» de forma matemática.

La literatura ilumina aquello que la ciencia oscurece”.


El corazón del corazón

Obi-Wan Kenobi (2022) – Deborah Chow (ver en Disney+)

En el tercer relato, el autor se traslada al terreno de las matemáticas puras y elige como protagonistas a dos auténticos ascetas de los números: Shinichi Mochizuki y Alexander Grothendieck. En su propósito de darle sentido a aquellos abismos que ni los propios científicos son capaces de resolver, se interna en la obsesión artística de estos personajes a través de la ficción. ¿Cómo generar tensión en la escritura sobre temas tan arduos como estos? La respuesta es el misterio que generaron sus obras en los fundamentos propios de la ciencia y la manera en que estas surgieron. Al leer este relato no pude obviar la referencia indirecta a Benno von Archimboldi, el escritor ficticio de ‘2666’ al que Bolaño convirtió en protagonista de su obra magna. Mientras sus libros generaban una literatura inmensa de teorías y especulaciones, nadie sabía quién era ni dónde estaba realmente Archimboldi.

El japonés se establece como el primer paradigma de este conflicto. En la madrugada del 31 agosto de 2012 este misántropo matemático sin habilidades sociales, subió a su blog una demostración de más de 500 páginas sobre «la prueba de una de las conjeturas más importante de la teoría de números, conocida como a+b=c». La respuesta de la comunidad científica fue inminente e incluso se formaron congresos a los que Mochizuki se negaba a comparecer. Su poderosa ambición le había llevado a crear otra forma de pensar los números por medio de una nueva geometría inaccesible para los demás: «ha creado un universo completo del cual él es, por el momento, el único habitante».

A pesar de gozar de una recepción soñada por cualquier artista, Mochizuki renegó sin explicación alguna de su propia obra, de la misma forma en que Kafka le imploró a su colega Max Brod que «quemara todos sus escritos después de su muerte» (en este enlace puedes ver cómo es una reacción común entre muchos de los grandes escritores del canon). Dentro del campo de las matemáticas, según Labatut, este fenómeno tiene su referente en ‘la maldición de Grothendieck’.

La biografía de este matemático parece haber sido extraída de una novela de fantasía y como material literario retuerce aún más los valores de realidad y ficción. Considerado apátrida por numerosos hechos biográficos en los que Labatut se detiene para engordar aún más el perfil fascinante de Alexander Grothendieck hasta hacerlo fagocitar. Se le atribuyen dos revoluciones en el mundo del álgebra y es «lectura obligatoria para todos los matemáticos del mundo». Suyos son los postulados sobre los que Mochizuki trabajó en su imposible conjetura, hasta incluso fundirse en su propia personalidad. Grothendieck acabó renegando del mundo con la idea de que serían los científicos (con sus descubrimientos) quienes «caminaban como sonámbulos hacia el Apocalipsis».

Oppenheimer (2023) – Christopher Nolan (ver en cines)

Con la culpabilidad y el miedo atroz a que el mundo sufriera las consecuencias de sus propios descubrimientos, decide desvanecerse por completo del mapa. Pasó así los últimos años de su vida convertido en un asceta encapuchado sin nombre, a lo largo de los pequeños pueblos del Pirineo francés; al igual que Obi-Wan Kenobi exiliado en Tatooine, portador de un saber inconfesable. Su obsesión por encontrar ‘el corazón del corazón’ de las matemáticas lo llevó incluso a escribir esta carta en 2010, 4 años antes de su muerte:

«I do not intend to publish or republish any work or text of which I am the author, in any form whatsoever, printed or electronic, whether in full or in excerpts, texts of personal nature, of scientific character, or otherwise, or letters addressed to anybody, and any translation of texts of which I am the author».

La ficción del chileno juega con los escuetos datos verídicos de una desaparición épica e incluso se atreve a transgredir la verdad en favor de la verosimilitud: cruza los destinos de ambos apóstatas para enfatizar aún más si cabe la tragedia de sus culpas.


Cuando dejamos de entender el mundo

‘El gato de Schrödinger’ es un hermoso experimento mental propuesto por el físico austriaco Erwin Schrödinger en 1935. El ejercicio consiste en imaginar un gato encerrado en una caja con un mecanismo que libera un veneno si se detecta la desintegración de un átomo radiactivo. Según la mecánica cuántica, el átomo puede estar en una superposición de dos estados: desintegrado y no desintegrado. Esto implica que el gato también estaría en una superposición de dos estados: vivo y muerto. Solo al abrir la caja y observar el gato, se colapsaría la superposición y se revelaría el estado real del gato: «La realidad no existe como algo aparte del acto de observación». Esta conjetura plantea interrogantes sobre la interpretación de la realidad, la naturaleza de la observación y la relación entre lo microscópico y lo macroscópico. Sin embargo, el colmo de su paradoja es que el propósito fundamental de su experimento mental era subrayar el carácter absurdo de la mecánica cuántica en forma de chiste: «el nombre del austriaco quedó para siempre asociado a ese intento fallido de negar las ideas que él mismo había ayudado a crear».

El cuarto y último relato de ‘Un verdor terrible’ plantea la rivalidad expresa del físico teórico alemán Werner Heisenberg, respecto a las teorías de Erwin Schrödinger: «lo que escribe apenas tiene sentido, en otras palabras, ¡es una mierda!»; hasta el desenlace histórico en la Conferencia de Solvay en 1927 que terminó con el enfrentamiento retórico entre aquellos fervientes de la física clásica que creían aún en el sentido común de las leyes naturales (causas y resultados) y los nuevos teóricos de la mecánica cuántica que abrazaban el principio de incertidumbre (probabilidades).

Albert Einstein: “¡Dios no juega a los dados con el universo!”

Niels Bohr: “No es nuestro lugar decirle a Él cómo manejar el mundo”.

Quinto congreso de Solvay, celebrado en octubre de 1927 en Bruselas.

Schrödinger y Heisenberg fueron dos de los fundadores de la mecánica cuántica, la teoría que describe el comportamiento de las partículas subatómicas. Sus enfoques eran contrarios pero complementarios. Schrödinger se basaba en la idea de que los electrones se comportan como ondas y pueden describirse mediante una función de onda que da la probabilidad de encontrarlos en cada punto del espacio. Heisenberg, por el contrario, se centraba en las cantidades observables, como la posición y el momento, y afirmaba ls relación de incertidumbre entre ellas, de modo que no se pueden medir con precisión al mismo tiempo. Mientras que Schrödinger buscaba una imagen intuitiva y simplificada del átomo, Heisenberg aceptaba la complejidad y el azar inherentes al mundo cuántico: «había percibido un núcleo oscuro en el centro de las cosas».


Autor: Benjamín Labatut

Editorial: Anagrama

Cita: «El físico –como el poeta– no debía describir los hechos del mundo, sino solo crear metáforas y conexiones mentales».


Conclusión

«Los límites de mi lenguaje demarcan los límites de mi mundo».

Ludwig Wittgenstein

Llegados a este punto de mi análisis, me gustaría incidir en que estas explicaciones científicas suponen solamente la materia prima del conflicto existencial que plantea ‘Un verdor terrible’: la hipótesis de que hasta los científicos han dejado de entender el mundo. Es terrorífico pensar en qué punto nos deja a los demás si ni Dios, ni la ciencia pueden explicar el universo. Este no es un libro de divulgación (de no-ficción), de la misma forma en que una novela histórica no es un manual teórico propiamente dicho. En mi opinión es un libro de ficción basado en hechos reales. Un libro de relatos con estructura de poemario y novela. Lo que convierte a este texto en literario es su forma tan creativa, estética y connotativa de enfrentar los conflictos de la epifanía científica.

De veras es un atrevimiento utilizar a personajes como Heisenberg o Schrödinger en un relato literario y consigue sonrojar a cualquier lector poco versado en mecánica cuántica, a la vez que lo anima a adentrarse en ella. Los elementos de ficción que utiliza para romantizar los procesos de epifanía de sus personajes le otorgan un ritmo voraz a la narración, casi gótico o sobrenatural. Además, la narración ensayística en la que aparecen y desaparecen los personajes con el fin último de acompasar un mismo hilo argumental, generan la sensación de extrañamiento propia de los artefactos híbridos. Creo que el elemento poético fundamental de este libro no está en la musicalidad de las palabras escogidas para armar el texto sino en los hilos magníficos de sus asociaciones. Acompañamos a Schrödinger a un hospital de tuberculosos y a Heisenberg a la isla de Heligoland en sus delirios trascendentales en torno a la disección del abismo de un átomo, como si invocaran así un futuro con artes sobrenaturales. Quizás la realidad supere de verdad a la ficción en cuanto a potencial narrador, o sea la física un terreno aún inexplorado en lo poético. Al igual que Christopher Nolan en ‘Oppenheimer’, Benjamín Labatut encuentra en la ciencia un filón que corta si te acercas mucho.

Estas palabras solas el pedestal conmina:
«Me llamo Ozymandias, rey de reyes. ¡Aprende
en mi obra, oh poderoso, y al verla desespera!»

Nada más permanece. Y en torno a la ruina
del colosal naufragio, sin límites, se extiende
la arena lisa y sola que en el principio era».

PERCY BYSSHE SHELLEY


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