Recuerdo que siendo muy, muy pequeño, mi abuela me compró un sobre de cromos de la Liga de Fútbol Española y sólo me salió uno de mi equipo, del Real Madrid: Raúl González Blanco. Pensé, ¿quién es?, creo que conocía a Zamorano y a Butragueño solamente; pero ese nombre se me quedó grabado. Empecé a seguirle, a fijarme en los partidos, en principio solamente porque me había tocado de forma fortuita en un cromo, y vi que llevaba el número 17. El 7 siempre, desde pequeñito, había sido mi número favorito y tenía obsesión con él, así que eso me gustó.
Pocos meses después hice un viaje con mis padres a Madrid, a ver a la familia y a pasar unos días por allí. Uno de esos días pasamos por el Santiago Bernabéu y mi padre me compró una gorra del Real Madrid, con el 17 de Raúl, y a partir de ese momento sería mi ídolo para siempre. Raúl empezó a destacar, en su segundo partido en el primer equipo logró ganar el derbi madrileño él sólo. Un niño de apenas 17 años no se ponía nervioso, tenía todo el hambre del mundo. Un zurdazo desde fuera del área quedó como su primer gol en el Bernabéu, una obra de arte; pero Raúl, además, provocó un penalti y dio la asistencia de otro gol. ¡Increíble! Yo quiero ser como él.
El año de la “Séptima” me compré su camiseta, ya llevaba el 7 a la espalda, la cual solo me quitaba para lavarla y con ella pegaba mis primeros pelotazos en la calle jugando con mi primo. Fantaseaba con ser Raúl y cada gol que le colaba a mi primo lo celebraba como lo hacía él: se besaba las manos y abría los brazos. Creo que sólo buscaba meter goles para hacerlo. Y se me daba bien, así que mi sueño de ser Raúl se convertía en obsesión. Ese año Raúl se salió y el Real Madrid consiguió la tan deseada Copa de Europa muchos años después. Raúl ya era el ídolo de todo el madridismo, no sólo el mío, y yo, tan orgulloso miraba atónito la televisión viéndole marcar goles.
Se me viene a la mente el año de la “Octava”, uno de los mejores años de Raúl. Ese verano vino a jugar a Cartagena, con lo cual aterrizaban en avión en Santiago de la Ribera, mi pueblo. Mi abuelo nos llevó a mi primo y a mí. El segundo jugador que salió por la puerta fue Raúl, y yo con la altura de una pulga, salí disparado hacia él sorteando las vallas y los brazos de los policías, y me agarré a él. Me quedé paralizado, nos sabía qué decir, ¡estaba ahí con Raúl!, y tardé tanto que no dio tiempo a que me firmara la camiseta. Pero si me firmó un autógrafo que guardo como oro en paño, mi tesoro.
Pasados los meses Raúl metió dos goles en Old Trafford y ahí estaba yo tirado, de rodillas, en el suelo de mi casa mirando hipnotizado la televisión, disfrutando de esos dos golazos. El Madrid consiguió la Octava y, el último gol de la final lo metió él, el 7. ¡El mejor!
La mayor injusticia fue no verle levantando un Balón de Oro y pienso que él se lo mereció más que nadie. Tras meter aquel golazo, para mí su mejor gol, en la Copa Intercontinental ante el Vasco Da Gama pensé: “El del cromo es el mejor del mundo”.
Y Raúl sobrevivió a todos los galácticos, tantos millones en fichajes, tanta renovación de entrenadores; pero él seguía siendo el mejor, un chaval de la cantera. Ronaldo, Zidane, Figo, Owen, Beckham, pero el que salía cuando el equipo iba mal era el 7. Rompiéndose la ceja en el Clásico y metiendo un golazo, marcando un gol de pillo en la final de la Champions, finiquitando la semifinal contra el Barça en el Bernabéu, metiendo dos goles de cabeza en el primer partido tras 6 meses de lesión y no escondiéndose nunca, jamás.
En la Selección tuvo mala suerte, pero a pesar de ello fue el ídolo español marcando más goles que nadie en épocas en las que La Roja no jugaba tan bien como ahora. Aquel penalti contra Francia le costó que muchos españoles le cogieran manía, pero yo nunca, siempre fue mi referente. En el Mundial de Alemania, España jugaba contra Túnez, un partido aparentemente fácil. Y yo estaba de viaje de estudios con mis compañeros y cuando llegó la hora del partido nos reunimos todos a verlo. España perdía 1-0 todo el partido y dije yo: “Ganaremos cuando salga Raúl” y todos se echaron a reír. A los diez minutos el 7 de España se santiguaba para entrar en el césped y, al poco tiempo el portero rechazó un balón que Raúl peleó como si fuera el último minuto de su vida para empatar el partido.
Y eso es lo que he aprendido de él, pues yo también juego al fútbol. En los momentos difíciles pienso en cómo lo haría él, en cómo presionaría él, en como lucharía él, en como meter goles como lo haría él. Cuando me siento cuestionado intento reivindicarme, como siempre lo hace él. También me ha servido para la vida, porque él es un ejemplo. Y aunque tu ciclo en un sitio se acabe, puedes ir a otro y volver a ser el mejor, como él ha hecho en el Schalke 04. Nadie pensaba que ese equipo podría llegar a las semifinales de la Champions League, pero lo hizo, y gracias al 7. Creo que Raúl ha conseguido ser el mejor sin tener las cualidades para serlo, trabajando, no escondiéndose nunca, siendo un caballero y con la misma ilusión de siempre. Tantos años después de haberlo ganado todo sigue apareciendo.
Hoy, 19 de abril de 2012, Raúl ha dicho que no va a seguir en el fútbol de máximo nivel el año que viene. Desde el 29 de octubre de 1994, en el que debutó en el Madrid, han pasado casi 19 años, casi mi edad. Gracias por todos estos años de victorias, de goles, de sufrimientos, de trofeos, de desilusiones, de sentimiento, de madridismo. Y recuerdo todas las veces que me he sentido feliz por verte marcar un gol.
Pablo Melgar
Sus piernas arqueadas, su forma peculiar de correr, su presión en el minuto 90, su último gol con el Madrid lesionado, sus celebraciones, su liderazgo, su olfato de gol, su comportamiento ejemplar, su juego limpio, su carácter ganador, sus triunfos, sus vaselinas y el número 7.
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