Me encuentro entre cuatro paredes negras, lleno de un sosiego inquietante, encerrado por no saber qué decir. Tengo al Juez Vocación en mi contra, conoce a todos los locos y poetas de la ciudad y es consciente de la llamada de la necesidad que encuentran en las letras para seguir viviendo, y no haber escrito ni una sola palabra en tanto tiempo…Me colgarán por ello, me abandonarán aquellos miembros del Jurado que hayan intentado saber de mí y solo hayan encontrado silencio. Se merecen una explicación, por lo que prefiero morir como un hombre honesto a traicionarme a mí mismo. Escribiré por última vez antes de que llegue la hora y las campanas pregonen mi ascenso al cadalso. He aquí mi confesión:

Decía Ernest Hemingway que para escribir sobre París tenía que irse lejos de allí, a los Alpes suizos donde la echaba tanto de menos que podía recordar cada uno de los hilos de luz que escapan de ese cielo gris lleno de nubes que cubre la ciudad los días de lluvia y tiñen sus tejados de color dorado.

Siento no poder llenar estas páginas mías de palabras que hagan justicia a lo que siento, pues es difícil escribir de amor cuando estás sangrando y me es difícil viajar a Suiza para escribir. Así que tendré que buscar alguna cordillera nevada más cercana para mirarme desde la distancia y poder comprenderme.

¿Escribiría Miguel Hernández cubriendo las páginas de lágrimas de cebolla o lo haría desde la distancia? ¿Huiría de las celdas a lomos de su alma y miraría desde lo alto de una loma para conocer la textura de aquella tormenta de rayos que le perseguía de manera incesante? Me gustaría preguntárselo, y lo haré si me lo cruzo algún día por los sueños o por el infierno de los rojos y ateos.

También podría preguntarle a Goya, que encontró la inspiración en los senos de aquella Maja desnuda que le haría inmortal. ¿Pintaría los rasgos básicos y guardaría en su mente los importantes para una noche en vela que le brindara ese arrebato artístico que los antiguos achacaban a los Dioses, necesario para plasmar la verdadera naturaleza de su mirada? “¿Es posible pintar con sangre fresca?”, le diría. Me gustaría preguntárselo y lo haré si me lo cruzo bajo la mirada de otro cuerpo, reencarnado en algún pobre infeliz que no entiende el porqué de su inteligencia.

Busco palabras y, sobre todo, respuestas, pues en eso consiste el arte, en expresar esa parte de ti que sólo existe en tu mente y que a veces es indescifrable incluso para uno mismo. ¿A vosotros os pasa, lectores, que sentís al leer algo porque os veis desde fuera reflejados en otra persona que sangra de la misma forma en que lo hicisteis alguna vez?

A mi no me duele la herida, soy insensible a las espadas y cuando me vencen no siento nada. Pero pienso en el invierno y en cuando llegue y me duelan las musas que me están cortando. Me duele esa certidumbre de aquellos momentos en los que la verdad duele sin lágrimas, pues es más real que nunca. Yo solo sangro mirándome las cicatrices, escudriñando los restos de sable que hay en mi carne ajada y echando de menos mis órganos amputados.

Cuando el invierno llegue espero estar en una cabaña de los Alpes suizos escribiendo para no morir. Pero el invierno no ha llegado todavía así que busco asesoramiento en los más grandes, como haría la hormiga preparándose para el frío, que aunque no están ya entre nosotros siempre tienen el mejor consejo que darme, o por lo menos algún tema para escribir que me salve la vida.

Pablo Melgar

 

Locos y poetas (Por Landó) – Jorge Pardo, Ernesto Hermoza, Juan Medrano Cotito