#9 El verano de don Mario y su nieto César.
‘Azul ocaso’ (2022) – Pablo Melgar © Santiago de la Ribera (Murcia)
“Acabas de cumplir ochenta y dos. Has encogido seis centímetros, no pesas más de cuarenta y cinco kilos y sigues siendo bella, elegante y deseable. Hace cincuenta y ocho años que vivimos juntos y te amo más que nunca. De nuevo siento en mi pecho un vacío devorador que solo colma el calor de tu cuerpo abrazado al mío.”
En capítulos anteriores…
Banda sonora
Love Is Blue – Paul Mariat
Acto 1: al alba.
Don Mario nunca usó un solo despertador en toda su vida y aún así se levantaba antes que nadie. Ni siquiera él mismo entendía las razones que movían los hilos de sus ritmos circadianos. Simplemente esa influencia del color: ese azul tan concreto le despertaba directamente del sueño, cada mañana. Al alba y al ocaso, el subconsciente de este señor se adaptaba perfectamente a las variaciones del movimiento de traslación y dejaba todo lo que estuviera haciendo en ese momento. Cuando llegaba el pálpito, se levantaba como un resorte camino de la ventana para satisfacer esa necesidad. Conforme avanzaban las estaciones, a diferentes horas y temperaturas, a diferentes luces y preocupaciones. La misma ceremonia dos veces al día, como un reloj. Los hombres se llenan de manías, con los años. Al menos esta no le hacía daño a nadie, pensaba para justificar su rareza.
Esa mañana del 7 de julio, el azul del amanecer le gustó especialmente a don Marío y su meditación se prolongó más de lo esperado. Cuando el cielo se empezó a llenar de manchas turquesas y rayos demasiado cítricos, dejó de complacerle. Apartó inmediatamente sus manos del marco de la ventana, casi como si hubiera visto un fantasma. Dicen los científicos que el tiempo en un satélite transcurre a una velocidad distinta que en la Tierra. Si no se aplicara la corrección que propone la teoría de la relatividad, el error de cálculo en los GPS podría ser de 11,7 kilómetros en el plano horizontal. Imaginaos cómo de mareados podrían acabar los helicópteros de rescate, sin esa advertencia. La cabeza de don Mario asumía perfectamente los cálculos de Einstein con absoluta precisión, sin saber siquiera quién era ese hombre. Y no le temblaba el pulso nunca.
Todavía se relamía el señor de la tremenda belleza de la que había sido testigo, cuando ya rezongaba sobre el añil tan pálido que había adquirido el mundo. Un mundo que ya no era como antes.
–¡Auténtica mierda!– mascullaba, muy ofendido.
Escuchó, de repente, unos pasos escabullirse al final de la escalera. Se recolocó el paquete en los calzoncillos a rayas y se sintió casi deshonrado; pues nadie se levanta antes que don Mario, hombre. Bajó con decisión el primer tramo de escalones pero a mitad del recorrido se lo pensó dos veces.
–¿Quién anda ahí? ¡No será otra vez el maldito gato de la vecina! Mira que se lo tengo dicho, que se mea siempre en mis cuadros. Si no confío en los perros, mucho menos en los gatos…En los cabrones tampoco confío, ¡pero es que hay tantos que uno ya no distingue grajas de cuervos…!
Un pequeño desorden del silencio provenía del salón y allí dirigió sus pies descalzos don Mario, zapatilla en mano. Levantó las faldas de la mesa como un depredador y arqueó el codo con la decisión de un tenista.
–César, ¿qué haces levantado a estas horas? ¡Me has dado un susto de muerte, joder!
Una persona muy pequeña salió con los ojos brillosos de su negro escondite y abrazó a su abuelo en lágrimas.
–¡No pasa nada, hijo! Tranquilo…Has salido a tu abuelo, solo eso. Y yo no quería eso para ti. Pero no pasa nada…tranquilo.
‘Cítricos’ (2019) – Pablo Melgar © Santiago de la Ribera (Murcia)
Acto 2: a mediodía.
–¿Qué te pasa, César? ¿Por qué no juegas con los demás niños? ¡Estás hoy apalomao!
–No estoy apalomao, abuelo. Sé muy bien lo que me pasa –dijo el niño con una determinación que rebosaba su voz aguda.
Ninguno de los dos había participado, en toda la mañana, de las dinámicas sociales de esa porción de playa. Los abuelos compartían historias de sus hijos y nietos, a la vez que proporcionaban curiosidades médicas de gran interés popular. Los niños practicaban mientras el arte de la guerra bajo el fango de su camuflaje. Desde el Club Náutico, hasta el puesto de socorristas: aquel era el valle vedado. Corrían por allí despavoridos entre los cuerpos refugiados en las sombrillas. Agentes del caos llenos de energía. El sudor, la crema solar y los restos de helado como ungüento para un rebozado perfecto en la arena. Sobreexcitados por la ingesta de azúcar, degustaban así lo mejor de la vida.
–¿Cómo? –reaccionó el abuelo, con retardo.
–Tenemos la misma enfermedad, tú y yo, pero en distintos momentos del día.
–¿De qué enfermedad se trata, si puede saberse?
–La abuela lo llamaba el azul ocaso, pero a mí me sucede a esta hora del día. Me dijo que también le debía de poner un nombre, para aceptarme a mí mismo con naturalidad. Aún no sé qué nombre ponerle. ¿Tú qué piensas, abuelo? ¿De qué color es el mediodía?
Don Mario era un tipo muy serio, pero se le vitrificaron los ojos y abrazó a su nieto en lágrimas.
–Lo siento, hijo. Siento haberte dejado como herencia este azul de mierda…
–¡Pues a mí me gusta, abuelo! Me pone contento. No pasa nada, tranquilo. Yo también la echo de menos.
La mañana cruzaba la tangente y el cielo era el más pálido posible. La cantidad de luz que ofrecía el verano hacía imposible mantener la vista en un punto fijo. Demasiados blancos, pensaba don Mario. Los niños y los viejos, jugaban a ser niños en el ágora. Decenas de cabezas como bollas flotaban a unos metros de la orilla. Salvo el abuelo y su nieto que volvían a casa, de la mano.
‘El ágora’ (2023) – Pablo Melgar © Lo Pagán (Murcia)
“Nam Caesari multos Marios inesse” (En César hay muchos Marios).
Lucio Cornelio Sila Félix (dictador de Roma), según Gaius Suetonius en De vita Caesarum. Extracto recogido de la novela ‘Roma soy yo’ (2023), de Santiago Posteguillo.
Acto 3: a la hora de la siesta.
Si en algo era cartesiano don Mario era en lo relativo a los colores y, en consecuencia, en las horas de sueño que disponía para mantener en las mejores condiciones su ritual sagrado. La siesta era innegociable para el pintor murciano que soñaba con espectros boreales. Sin embargo, el azul de aquella mañana le había gustado especialmente. Llevaba un mes sin pintar, tras los innumerables fracasos que se apilaban por todas las esquinas del salón. Insuficientes montañas de lienzos. Mundos secundarios erróneos. Civilizaciones terraplanistas enfrentadas en forma de espejo, las unas a las otras. Condenadas a la oscuridad, el olvido, el pegamento y la asimetría; como un mueble que pierde el equilibrio. Don Mario sacó los utensilios y se puso a pintar, por fin. El trabajo le llevó el resto del día. Volvió a mezclar los mismos tintes de siempre, con las medidas circulares que le imponía el subconsciente y el corazón, a partes iguales.
–Ven, ayúdame, nene.
‘La siesta’ (2023) – Pablo Melgar © Santiago de la Ribera (Murcia)
Acto 4: a media tarde.
Aún no había muerto, solo su forma tan extraña de reírse y aquellos pasos atropellados por los pasillos. Había muerto su música nerviosa y su presencia ahora era un eco solamente, pero seguía allí de alguna manera en el olor de todas las habitaciones de la casa. Ni una fotografía guardaba don Mario de su misterioso rostro, y aún así había plagado la casa de retratos suyos. Formas abstractas en lienzo, destellos en azul básico y magenta, variaciones de azul ocaso, donde veía el rostro de su Aurora codificado. César parpadeaba, mientras su abuelo invocaba a los dioses.
Banda sonora
‘Ultimate Painting’ – Ultimate Painting
Acto 5: al ocaso.
–Tu primer cuadro, nene. Así brillaba tu abuela cuando caminaba por la orilla.
–Ese es el azul, abuelo.
–¡Todo este tiempo me pintaba a mí mismo realmente!
Los dos observaban la imagen con los ojos vidrio y no sintieron la necesidad de mirar por la ventana, ni una sola vez. Tenían ya el cielo que querían en las córneas. El último retrato y el primero de muchos que vendrían.
‘¿De qué color es el mediodía?’ (2023) – Pablo Melgar © Santiago de la Ribera (Murcia)
Acto 6: al alba.
Tenían todo el verano por delante. Don Mario y su nieto César durmieron a pierna suelta en el amanecer del 8 de julio. Ese azul ocaso se perdió para siempre en el tiempo. No hubo testigos ni rarezas que pudieran afirmar los matices de aquel cielo. En medio de los dos, yacía el primer y último retrato de azules pálidos demasiado blancos, a las 12 de la mañana. Una lluvia ácida caía sobre los mundos secundarios. El fantasma no podía mantener la mirada en un punto fijo y se le llenaron los ojos de lágrimas. El verano es de los niños y los viejos.
‘Todo el verano por delante’ (2022) – Pablo Melgar © Los Alcázares (Murcia)
“Recién acabas de cumplir ochenta y dos años. Y sigues siendo bella, elegante y deseable. Hace cincuenta y ocho años que vivimos juntos y te amo más que nunca. Hace poco volví a enamorarme de ti una vez más y llevo de nuevo en mí un vacío devorador que solo sacia tu cuerpo apretado contra el mío. Por la noche veo a veces la silueta de un hombre que, en una carretera vacía y en un paisaje desierto, camina detrás de un coche fúnebre. Es a ti a quien lleva esa carroza.”
André Gorz
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