#3 Poema de la semana. Rainer Maria Rilke.

‘Octava Elegía’, Rainer Maria Rilke.

Con todos los ojos ve la criatura lo abierto. Pero nuestros ojos parecen vueltos del revés y dispuestos a su alrededor, cercándola por completo como trampas, rodeando su vía de escape. Lo que hay afuera es algo que sabemos tan solo a partir del rostro del animal; pues ya damos la vuelta al niño pequeño y lo obligamos a que vea las figuras de espaldas y no mire a lo abierto, que con tal profundidad se presenta en el rostro del animal. Libre de la muerte. Nosotros solo la vemos a ella; el animal libre tiene su ocaso siempre tras de sí y a Dios delante, y cuando camina se dirige hacia la eternidad, como camina la fuente.

Nosotros nunca, ni un solo día, tenemos delante el espacio puro en el que las flores se abren eternamente. Siempre es mundo y nunca es ningún lugar sin no: lo puro, no vigilado, lo que se respira y se sabe sin fin y no se desea. De niño uno se pierde en el silencio una vez y se siente estremecer. O alguien muere y entonces se es. Porque cerca de la muerte ya no se ve a la muerte y uno mira afuera, quizá con la gran mirada del animal. Los amantes, si no existiera el otro que oculta la vista, están cerca y se asombran. Como por casualidad se ha abierto tras el otro… Pero nadie avanza superando al otro y él vuelve a convertirse en el mundo. Orientados siempre hacia la creación, en ella solo vemos el reflejo de lo libre, oscurecido por nosotros. O que un animal tranquilo, callado, alza la mirada y nos atraviesa. Esto es lo que se llama destino: estar enfrente y nada más que eso y siempre enfrente.

Si hubiese consciencia de nuestra situación en el seguro animal que se nos cruza en otra dirección, nos arrastraría con su giro. Pero su existencia es para él infinita, inabarcable y sin consciencia de su estado, pura, como su horizonte. Y allí donde nosotros vemos futuro, él ve todo y se ve en todo y está curado para siempre.

Y sin embargo, en el animal alerta y cálido existe el peso y la preocupación de una gran melancolía. Pues él también trae siempre consigo aquello que a nosotros a menudo nos supera, el recuerdo, como si alguna vez aquello que se anhela hubiera estado más cerca, más fiel y su unión hubiese sido infinitamente tierna. Aquí todo es distancia y allí todo fue aliento. Tras el primer hogar, el segundo le parece ambiguo y ventoso. Oh, bendita sea la pequeña criatura que siempre permanece en el vientre que la gestó; oh, feliz el mosquito que aún salta interiormente, incluso en sus nupcias, pues el vientre lo es todo.

Y mira la seguridad parcial del pájaro, que casi conoce ambas por su origen, como si fuera un alma de un etrusco, de un muerto a quien el espacio acogió, pero que está tapado por su figura yacente. Y qué perplejo está el que debe volar y procede de un vientre. Como asustado de sí mismo atraviesa en zigzag el aire como una grieta recorre una taza. Así desgarra el rastro del murciélago la porcelana de la tarde.

Y nosotros: espectadores, siempre, en todas partes, ¡mirándolo todo, pero nunca mirando afuera! Nos supera. Lo ordenamos. Se derrumba. Lo ordenamos de nuevo y nos derrumbamos.

¿Quién nos ha dado la vuelta de tal manera que, hagamos lo que hagamos, siempre tenemos la postura de aquel que se marcha? Como aquel que sobre la última colina que le muestra de nuevo su valle al completo se vuelve, se detiene, se demora… así vivimos y siempre nos estamos despidiendo.

De ‘Elegías de Duino’ (1923).


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Ejercicios de escritura creativa:

#5 El escudo de Aquiles


En próximos capítulos…

#6 El spleen.

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…una continuación del capítulo anterior, sobre la ‘Ecfrasis urbana’: en la que te propondré tres ejercicios de escritura creativa, a partir de la mirada del spleen de Charles Baudelaire. ¿Cuál es tu propia experiencia de la vida moderna?

“…se me ocurrió intentar algo parecido y aplicar a la descripción de la vida moderna -mejor dicho, una vida moderna y más abstracta- el procedimiento que él aplicó a la pintura de la vida antigua, tan extrañamente pintoresca”.

El spleen de París – Charles Baudelaire

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