Abdellatif Kechiche viaja en “La vida de Adèle” a los orígenes del beso. Seguramente el inventor del beso, el primer hombre que sintió la necesidad de crear el beso, fue un aventurero audaz que, tras haber probado la lluvia de estrellas de una mirada y el caudal de sensaciones que produce el tacto, siguió buscando para saciar su sed. Así, sin dejar de mirar ni de tocar, no le fue suficiente con poseer el objeto de su deseo sino que quiso serlo y de esa forma juntó sus entrañas con las de otra persona y besó.

De esa manera incontrolable en que, como un cuenta gotas, se manifiesta el amor en la vida, habla este filme. Con el lenguaje más puro y realista con que se puede expresar el cine, salpica al espectador con todo tipo de jugos y sensaciones que cree estar observando en la vida real.

Adéle es una joven que se encuentra en el momento de cruzar hacia el desierto de la madurez, con todos los interrogantes que propone la mayoría de edad. Uno de ellos, quizás el más turbio y trascendente, será el de explorar una sexualidad que le supone una enorme contradicción. Primero opta por seguir las pautas preestablecidas en una sociedad todavía homófoba, donde los niños crecen con la idea de lo que es natural y lo que no, aunque paradójicamente les venga de una manera forzada. Tendrá que ceder ante los consejos de sus amigas y echarse un novio para probar su normalidad, aunque ello le lleve a enfrentarse con un enorme vacío, un orgasmo fingido y un corazón roto.

“Soy feliz. Soy feliz contigo, así. Es mi forma de ser feliz.”

Le aterra fingir todo el tiempo y su gesto, triste de nacimiento, se ve oscurecido hasta la desesperación y el rechazo. Entonces tiene lugar una escena maravillosa en la que Adéle se convierte en Alicia en el País de las Maravillas pero encuadrada en un local de ambiente. Abre con timidez las puertas de ese mundo desconocido que le fascina sin saber por qué, persiguiendo un conejo. De la manera más animal cruza todo el local, mientras prueba las feromonas que hay en el aire, hasta dar con unas de color azul que llaman su atención. Es entonces cuando sobreviene el éxtasis de mirar a la perfección frente a frente, a unos rasgos creados por un escultor divino que dan con la fórmula de su hipnosis. Las primeras caricias, la primera vez que las yemas de sus dedos recorrieron el surco de un secreto primigenio.

A partir de ese momento tiene lugar una historia de amor reivindicativa en su costumbrismo, pues no se centra exclusivamente en el impacto social de ser homosexual sino que se nos cuenta una tragedia clásica con los esquemas del realismo moderno y con dos mujeres como protagonistas. Emociona ver que los esquemas clásicos viajan alrededor del mundo y a través del tiempo, y amplían su mirada contando historias que podrían ser las de dos heterosexuales pero que, casualmente, esta vez no lo son (como pasó en 2011 con Weekend).

Entre Emma y Adèle hay electricidad en unas escenas tremendamente líricas y sensuales. El sexo entre ambas no deja lugar a la elipsis y es precisamente eso lo que nos lleva a entender el placer indomable de sus rostros al besarse todas las partes del cuerpo. Sin embargo, el realismo del sexo explícito no empuja a una narración sucia y burda sino que respira de los detalles. Sus miradas son las miradas que aspiran los poetas a contar y de sus besos nacen rayos de luz que embellecen cada insinuación amorosa y sexual de la película. Ambas simbolizan ese misticismo que hay en el placer femenino, ese viaje momentáneo a un mundo desconocido durante el orgasmo.

“Enamorarse, al fin y al cabo, no tiene ninguna lógica. De repente el deseo aparece de la nada y te atrapa. Mañana mismo.”

Los primeros planos, focalizados en las caricias del acto sexual, en las miradas transparentes tras el coito y en la posesión primaria de un seno, son el complemento maestro a la complicidad entre ambas actrices. El director hace un ejercicio de mirar la realidad con la lupa de un entusiasta. En mi opinión extrae magistralmente esos detalles visuales que destacan el lado celestial del gozo humano, pues no enmascara los cuerpos de una forma artificial sino que potencia sus planos más verdaderos y a la vez más espléndidos.

Pero por encima de todo, son admirables las interpretaciones de Léa Seydoux y de Adèle Exarchopoulos, que eclipsan cualquier mirada ajena a las suyas. La complicidad entre ambas es el secreto de esta historia de amor a través de todas sus fases. El personaje de Adèle es el de una joven que compensa su inexperiencia con el frenesí de quien besa por primera vez y vemos tambalear su estado de ánimo en todo momento. Sin embargo, la fragilidad de Adèle encuentra en Emma esa seguridad que venía buscando durante toda su vida. La normalidad con que Emma expresa su homosexualidad y su mundo interior de cara a los demás es el reflejo donde Adèle quiere mirarse. Hay un enorme contraste en el ambiente familiar entre ambas, donde Adèle consigue mostrarse tal y como nunca ha podido hacerlo con sus padres la primera vez que acude a casa de Emma a cenar.

Y lo tenía fácil para caer en la “americanada”, tras lograr ese éxtasis supremo al que llega la película en su ecuador. Sin embargo, opta por la bofetada en la cara para despertarnos de esa ensoñación idílica y profundiza en el retrato de la esencia humana y de la dificultad intrínseca de manejar el deseo en la vida real. ¿Cómo conviven dos personas que, por encima de todas las cosas, se desean hasta límites ilógicos?

 

“Te echo de menos. Echo de menos tocarnos. No vernos, no respirar en la otra. Te necesito. Todo el tiempo. A nadie más”.

De esto, y de muchas otras cosas más que se escapan a mi objetivo de espectador y al de unas líneas limitadas, trata esta película. De las mil formas que existen de desearse, incluso cuando la amargura y el sentido común están en contra. La escena del café en la que Adèle le dice a Emma: “Va más allá de mi control…”, resume muy bien la conexión primitiva que hay entre ambas, aunque las circunstancias no sean las más idóneas. Ahora observo las fotos de ambas celebrando la Palma de Oro en Cannes y pienso cómo es posible que no estén enamoradas o espantadas de verdad. Y ahí reside el máximo poder del cine…¡me engañaron!

Pablo Melgar

 

I Follow Rivers – Likke Li

Título original: La vie d’Adèle – Chapitre 1 & 2 (Blue Is the Warmest Color)

 

Año: 2013

 

Duración: 180 min.

 

Director: Abdellatif Kechiche

 

Guión: Abdellatif Kechiche, Ghalya Lacroix (Novela gráfica: Julie Maroh)

 

Música: Varios

 

Fotografía: Sofian El Fani

 

Reparto: Adèle Exarchopoulos, Léa Seydoux, Salim Kechiouche, Mona Walravens, Jeremie Laheurte, Alma Jodorowsky, Aurélien Recoing, Catherine Salée, Fanny Maurin, Benjamin Siksou, Sandor Funtek, Karim Saidi

 

Productora: Wild Bunch / Quat’sous Films / France 2 Cinema / Scope Pictures / Vértigo Films / RTBF / Canal + / CNC

 

Género: Romance.  Drama |  Drama romántico.  Adolescencia.  Erótico.  Homosexualidad. Cómic.  Película de culto

 

Nota: 10 Excelente

 

Nota filmaffinity: 7,5

 

Nota IMDb: 7,9