Como estratos, los recuerdos van cimentando los pensamientos, ilusiones, estados de ánimo y experiencias de nuestra vida. Incluso cuando estamos fabricándolos nos basamos en otros que nacieron antes y sobre los que nos apoyamos para vivir. La razón para despertarnos cada mañana son esas sonrisas que surgen de nuestros rostros cuando rememoramos buenos momentos. También son la razón de nuestro aprendizaje aquellas heridas que, en forma de cicatriz, nos evocan tropiezos y decepciones. Y sobre todos ellos vamos, ladrillo a ladrillo, construyendo nuestra propia vida.

Pero el tiempo nos ahoga como un maremoto diario que arroya la estabilidad de un presente que todos nosotros mataríamos por conservar en nuestro puño de forma perenne. Sin embargo, de algún modo inexplicable, persiste en el tiempo y sobrevive a los sucesos, a la erosión, a la salud y a la enfermedad arropándonos todas las noches antes de dormir. No puedo olvidarme de aquellos olores que me transportan al regazo de una mujer, recodos del mundo donde uno lloró alguna vez o donde se sintió realmente afortunado y el susurro de las melodías que me hicieron sentir.

Es tierno observar cómo el anciano encuentra sentido a su solitaria existencia invocando constantemente al pasado. Fiel a conservar lo que un día le hizo tan feliz. Cada objeto, cada rincón de su vida clasificada en las plantas de un edificio levantado por sus propias manos le recuerda a aquellas situaciones que vivió tiempo atrás con las personas que han llenado su corazón. Ahora, sólo en la vida se dedica a saborear su copa de vino con la compañía de su mujer y sus hijos que, aunque ya sólo están presentes en las fotos, en el olor del hogar y en la rutina que todavía le acompaña…siguen brindando a su lado.

 Pablo Melgar

 

 La maison en petit cubes