‘Sexo, drogas…y canción de autor’ con Javier Krahe
Javier Krahe era librero, pero su jefe le despidió, por leer en el trabajo. A partir de esta premisa podemos deducir todo su mundo y todo su quehacer. Se declara ateo, anarquista y muy vago. Trabaja todo el año excepto en verano, que decide exiliarse a una casa cerca de Barbate para huir del caos del barrio de Malasaña. El resto, va cantando por toda España en teatros, cafés y clubes de Jazz, donde aunque parezca mentira, consigue siempre el lleno absoluto. Yo pretendía ir a la sala Club de Jazz Dado-Dadá, escucharle cantar y volver sin pena ni gloria, pero no fue así (ni parecido). Llegué a la sala una hora antes para buscar la primera fila y allí me esperaba un amigo, pero todo el plan volcó cuando llegué y en la puerta del tugurio, sentado en un banco me encontré a un hombre con barba blanca, delgado, bajito y con aire de poeta bohemio, encendiéndose un purito que acababa de sacar de su bolsillo; acompañado de un hombre alto, rubio y con cara de alemán. Sí, era Javier Krahe y su flautista, saxofonista y clarinetista Andreas Prittwitz. Allí me acompañaba Juan, un amigo madrileño muy dado al heavy y al rock que quería ‘nuevas experiencias’. Nada más llegar le dije-¿Qué tal Javier? y contestó –Muy bien, aquí fumando, que ahora después tocamos.- Se levantó y me dio la mano. ¡Humanicé a Dios!
Enseguida empezamos a hablar los cuatro allí presentes. Mi amigo le habló de que ambos habían estudiado en el mismo colegio católico, estricto y ultra-conservador de El Pilar en Madrid, del que Javier comenzó a recordar sus años como alumno… allá por la década de los 50. Coincidieron en que no había cambiado nada. Yo le dí un disco y me lo firmó, dibujándome algo parecido a una playa ‘Aquí es donde veraneo’– me dijo.
Enseguida hablamos de música. Mi amigo dijo –es que mi amigo se vuelve loco con vuestra música, es experto en cantautores- a lo que el Krahe, soltando una carcajada y mirándome dijo- Sexo, drogas… y canción de autor-.
Hablamos de todo, hasta de lo que nunca habla. Le comenté que era de Murcia; –Hemos tocado hace poco en Ceutí– me decía, y le perjuré que la próxima vez lo vería actuar allí.
La gente comenzó a llegar y yo entré para coger un buen sitio. Javier se quedó sentado en el banco, fumando, como si le diera la bienvenida a su público desde la misma puerta. En unos minutos el local se abarrotó. Pero un público muy diverso, desde sexagenarios hasta yo, que rondo la veintena. Unas mesas más allá vimos al hermano del actor, director, cantante y hombre de diversas facetas artísticas Pablo Carbonell. Por fin a las once de la noche suben tres músicos al escenario: un guitarrista, un saxofonista y un bajista (no de bajo, sino de contrabajo). Pronto, entraría Javier Krahe, haciendo parada obligatoria en la barra del lugar para pedir una copa. Y de allí a cantar, que es lo suyo.
Dio las buenas noches y dijo –hoy estrenaré dos o tres canciones inéditas. Inéditas no son, porque ya las he cantado en Madrid, pero inéditas al fin y al cabo aquí en Santiago– y comenzó el concierto. Suele incluir incoherencias en sus canciones. Abrió el concierto con En la costa suiza (¡Suiza no tiene costa!), y prosiguió con canciones recientes, y otras, con treinta años.
Se nota. La ley antitabaco ha hecho daño en los lugares de bohemia y música. Dijo a la hora de empezar –señoras, señores, quince minutos de descanso– bajó del escenario y entre el público se abrió camino hasta la puerta. Tras de él, un redil de fumadores.
Regresó puntual, con una nueva copa en la mano y prosiguió con ‘la segunda parte del concierto’. Cantó y mucho. El público éramos su coro. Suele hacer una introducción mordaz e irónica a cada canción. Nos contaba que quiso ir (con su imaginación) a Nueva Zelanda, que es nuestra antípoda, creyendo que todo sería distinto y muy al contrario que aquí. Se equivocó. Cantaba ‘Los eclesiásticos, desde sus púlpitos/ causan catástrofes y los omnímodos/ poderes fácticos, hazañas bélicas/ actos vandálicos los energúmenos/ y los pacíficos actos inútiles/ Entre los lúcidos cunde el desánimo/ En las Antípodas todo es idéntico…’ -¡Idéntico a lo autóctono!- gritábamos.
Presentó a sus músicos y pidió un aplauso para ellos. –Y para el cantante la absolución– dijo en alusión a su juicio por la cristofagia. Cogió su vaso, lo puso en alto y brindó -¡Salud!-
Bajó del escenario y vino a mi mesa. Me dijo –espero que sea mejor en Murcia– y se fue a la calle, otra vez entre el público, otra vez a fumar y otra vez a despedir a todo su público.
‘…aquí es donde veraneo’
Salimos de los últimos y se acercó para hablar. Y hablamos. De casi todo. Le pregunté por sus antiguas canciones y contestó –No suelo cantar lo antiguo porque tengo canciones nuevas y claro, el día que no escriba más pues tiraré de repertorio. Igual que me preguntan por La Mandrágora (donde cantó con Sabina cuando aún eran desconocidos), yo no siento nostalgia porque fueron tres años que lo pasamos muy bien, hace treinta años. Igual que no echo de menos a mis padres ni a mi abuelos que ya murieron. Ahora tengo otras cosas mejores, como mis nietas.’ ‘Lo que me preocupa no es la falta de creatividad, sino que deje de tener ganas de escribir. Eso sí que es un problema’.
Le pregunté por su juicio por el famoso vídeo de la cristofagia y me dijo –El juicio, ¡me la resbala! Yo he estado, estoy y estaré muy tranquilo por este tema. No me preocupa nada.-
Me dijo, -te voy a decir algo que es la última estrofa de una canción que se llama ‘Conócete a ti mismo’, que no se si recuerdas: Abandono la busca,/ me reconozco al tacto/ con mi sonrisa etrusca,/ mi propensión al pacto,/ sorteando las ortigas,/ burlando los castigos./ Con mis amigas y mis amigos.- recitó
Hablamos y nos despedimos. Volví a casa sin tener aún conciencia de que había estado con El ínclito, el maravilloso, el de los dedos vertiginosos; el rock duro de Javier Krahe.
Juanma López
Nos ocupamos del mar – Javier Krahe
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