Si pudiéramos fotografiar un recuerdo sería algo así como una imagen llena de sombras, pues es cierto que las historias que contamos son las que construimos tras haberlas vivido con la ayuda de la indagación y con bastante imaginación. Patrick Modiano tiene esa obsesión a lo largo de su obra, la de reunir los retales de su vida a través de esos recuerdos incompletos que no generan oscuridad, todo lo contrario, sino intriga e inevitablemente ficción. En el café de la juventud perdida es el recuerdo, por encima de todo, de una ciudad. Es el mapa inconcluso de París a través de las ensoñaciones de Modiano, y son esas sombras las que darán importancia a los detalles más pequeños que son los que realmente conforman la memoria de su autor.
Dice Antonio Muñoz Molina que la sensación principal de leer a Patrick Modiano se experimenta cuando uno sale a la calle y se “nota que va entre muy absorto y muy atento, percibiéndolo todo a su alrededor y al mismo tiempo echando en falta lo que ya no existe”. Precisamente esa nostalgia del pasado es un pensamiento constante en el francés y, aunque parte de esa impotencia por no recordar con precisión, es ese poder onírico de sus recreaciones imperfectas de los barrios de París en los años 60 y también en el de la ocupación nazi el que le hizo merecedor del Premio Nobel de Literatura en el año 2014, según el jurado sueco.
El barrio XVI de París supone el núcleo fundamental del impacto que Modiano nos ofrece de la ciudad. Siempre pendiente de la luz y de esos “rótulos flouorescentes y de los anuncios de neón que eran iguales a los de las películas” que conformaban la atmósfera que abrazaba al Moulin Rouge, entre el sueño y la pesadilla. En estos recorridos descriptivos tan personales podemos conocer la afición personal de un Patrick Modiano que le encanta pasear entre ese éter luminoso de París: “un novelista debe fundirse en la muchedumbre y escuchar las conversaciones sin que parezca que lo hace”, decía en su discurso de recepción del Premio Nobel.
Además de esa pasión por la topografía que dota de una enorme exhaustividad a la obra a la hora de ofrecer los números y las calles reales que conforman ese efecto personal de la ciudad, guiándonos en un recorrido a partir del Arco del Triunfo hacia Saint Germain de Prés y la Rue Cels donde se encuentra ese Hotel Mistral en el que se hospedan los protagonistas; al igual que una vez lo hicieron Jean Paul Sartre o Simone de Beauvoir, sintiendo el barrio de Montparnasse como su verdadero hogar.
Esta novela trata sobre una mujer enigmática, elemento común en las novelas del francés (Dora Bruder), en este caso llamada Louki, que no dejó indiferente a nadie que se cruzó con ella. El primer narrador de los cuatro que ponen voz a esta recolección de pesquisas sobre esta misteriosa mujer, tiene la obsesión por descifrar un cuaderno en el cual se ha hecho un registro de todas las personas que entraron alguna vez en el café Le Conde, el refugio de todos aquellos bohemios de la época. Esos objetos suelen ser el punto de partida para descifrar el enigma de la memoria del Premio Nobel, como en Para que no te pierdas en el barrio donde recurre a una agenda de teléfonos. Objetos tan personales que con el paso del tiempo adquieren un tinte de incógnita, pues son las verdaderas huellas que dejamos tras nuestro paso por el mundo.
Es un ambiente diferente al que retrató Hemingway en París era una fiesta, en el que también practicó un ejercicio de memoria en torno a los cafés de una época pero más cerca del mito de esa Edad de Oro que embriagaba a los años 20. Modiano retrata a los parroquianos del café Le Conde en los años 60 como una especie de vagabundos intelectuales que nunca acaban de dar detalles sobre su propia vida, siempre manteniendo las distancias (“en esta época todo es fragmentario, y las grandes ciudades favorecen el anonimato”), y que buscaban refugio en el café donde todos conocieron a Louki.
“Estábamos allí, juntos, en la misma plaza, desde toda la eternidad, y aquel paseo por Auteuil ya lo habíamos dado en miles y miles de vidas anteriores”.
En Louki encontramos a una mujer, todavía con los miedos de una niña, que desprende ese algo por el que todos se ven atraídos pero de la que poco se sabe, incluso ni su nombre real. “Me di cuenta claramente de que era diferente de los demás”, pregona la primera página del libro. Por eso Modiano nos cuenta la historia a través del prisma de cuatro personajes, para ir descubriendo su vida como si te la hubiesen contado en una propia reunión del café o a través de los testimonios de una investigación, y en la que poco a poco van encajando las piezas de ese puzle extraño. En esta huérfana se proyecta la búsqueda del padre que supone otro motivo recurrente en la obra del francés, fruto de su infancia traumática producto de la desaparición de su padre y de la indiferencia de su madre artista.
La joven posee un atractivo especial que no llega a describirse en el libro pero que sí se respira en el efecto que produce en los demás que es el cebo que nos invita a seguir su rastro. No obstante, a pesar de contar con la compañía de su madre y la de otros personajes que se van cruzando en su camino, no dejará de sentirse desamparada en todo momento y se refugiará en sus paseos nocturnos para huir de una realidad que le atormenta. Es la historia de una búsqueda constante de la identidad propia. Nunca experimenta la sensación de pertenencia en ningún sitio más que en el anonimato que le proporcionan esas zonas neutras que conforman el paisaje modianista: el de esas “zonas intermedias, tierras de nadie en donde estaba uno en las lindes de todo, en tránsito, o incluso en suspenso”. Dice Patrick Modiano sobre este barrio XI, que es su falta de monumentos históricos la que hace que puedas imaginarte cosas.
Como tantas otras evocaciones anteriores sobre el París del pasado, logramos integrarnos en los cafés y en las calles de aquel tiempo que ya no existe, con el fin de comprender mejor a aquellos hombres y mujeres que lo habitaron alguna vez. Sin embargo, con una prosa depurada y tremendamente humilde en su forma e intención, se nos cuenta una impresión personal de su París en la que intervienen hombres anónimos en contraposición a los nombres propios que copaban la de Hemingway. La locura que se desprende de esta bohemia es mucho más discreta que la del París de Henry Miller. Además, la pasión es mucho más reservada que la que Cortázar nos transmitió en Rayuela, pues En el café de la juventud perdida es una historia sin pretensiones más allá de las del retrato de un recuerdo.
Esa sobriedad en su prosa y la exhaustividad en los pequeños detalles hacen difícil la empatía inicial con esta historia, pero una vez que uno se integra en el ambiente crece la sensación de inquietud e intriga por conocer la verdadera historia de Louki. Además, la elipsis en momentos que suelen ser el punto álgido de tantas otras historias como es el de la entrega amorosa, hacen de esta narración una práctica tremendamente original que invita a rellenar esas zonas de indeterminación de las que hablaba el teórico literario Roman Ingarden como si de verdad nos enfrentáramos a un recuerdo difuso propio.
El papel evocador de la remembranza lo tejen los pequeños detalles que son los que quedan escritos por siempre en la mente y hacen que el personaje vuelva a vivir aquella escena del pasado cada vez que pasa por aquel banco cualquiera del barrio de Montparnasse donde vivió un momento especial, el eterno retorno de Nietszche. El rol de los rincones y los detalles rescatados por un observador cumplen indudablemente el papel protagonista.
Así que uno se enfrenta cara a cara con esta adivinanza oscura que es la memoria, de la que está condenado a escribir un autor prisionero de su tiempo que nos invita a recorrer calles del pasado entre la extrema familiaridad y, en ocasiones, con el desenfoque amargo de un paisaje extranjero donde una generación perdió su juventud.
Pablo Melgar
Título original: Dans le café de la jeunesse perdue
Año: 2008
Autor: Patrick Modiano
Páginas: 163
Editorial: Anagrama (reedición 2014)
Precio: 7,90 €
Nota: 7 Buena lectura
Comments
El Chico Con Cianuro
Espero que me guste :)
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