Gracias a mi gran amigo Juanma por este magnífico regalo.

“Yo imito a Lou Reed mejor que nadie, así que se me ocurrió dedicarme a ello”. En estos términos se dirigía al público el propio Lou Reed en el monólogo que sustituyó y comentó su canción más universal, “Walk on the wild side”, al más puro estilo “comentarios del director” (“¡Os lo juro, fue así!”) en el concierto que dio lugar al aclamado disco Take no prisoners (1978). Y es que Lewis Allan Reed, además de haber sido apodado con numerosos sobrenombres que van desde el “Fantasma del rock” hasta el “Padrino del punk” o el “Sumo Sacerdote del glam”, fue un personaje de mil caras. Empezando por su ambigüedad sexual que le llevó a tener relaciones más y menos serias tanto con hombres, como con mujeres y transexuales. Pero también por el papel de rock and roll star que solía interpretar, por encima del bien y del mal, con un ego enorme y una excentricidad que le ha llevado al mito. Sin embargo, a ese artista incomprendido que utilizaba el arte como medio de expresión personal y que no hacía discos dirigidos a satisfacer al público o a la crítica (“Yo no estoy en esto ni por dinero ni por ser una estrella”) se le puede ver montado en una scooter en un anuncio de Honda en los años ochenta, diciéndole a los futuros compradores: “No te conformes con caminar”, haciendo alusión a su tema universal que incitaba a caminar por el lado salvaje de la vida.

Así era él con todas sus contradicciones (“Yo no tengo una personalidad propia”). Recordado por todos como el retratista de
una ciudad, como es su Nueva York, de la que no podía permanecer alejado mucho tiempo y de una época llena de personajes estrafalarios de un mundo bohemio sumergido en la droga y el rock and roll. Para el público, Lou Reed es una de esas leyendas del rock, aquel incomprendido que cantaba sin escrúpulos “Heroin, it’s my wife and it’s my life” o el que fingía chutarse en mitad de los conciertos enrollándose el cable del micrófono alrededor del brazo. Un adelantado a su tiempo que cambió la historia del rock mientras se veía obligado a salir a la calle para buscar leña y calentarse de la miseria en la que vivía. Una de esas historias que se convierten en mito.

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“Su primera actuación juntos como The Velvet Underground y Nico tuvo lugar el 13 de enero de 1966 (…),Warhol había dispuesto que la banda actuara en la cena de un congreso de psiquiatras en un hotel pijo de la Quinta Avenida. (…) Nico, erguida imperiosamente sobre el escenario, con la mirada perdida en la oscuridad, contemplaba en silencio cómo docenas de psiquiatras y sus esposas evacuaban rápidamente una escena tan terrorífica. Andy no cabía en sí de gozo. Y más cuando vio que el New York Times del día siguiente publicaba un reportaje que llevaba como titular: “TRATAMIENTO DE CHOQUE PARA PSIQUIATRAS”.

Sin embargo, la persona que había detrás de aquellas gafas negras tuvo una vida llena de turbulencias. “Un judío. Un marica. Un yonqui”, así comienza Mick Wall este retrato sobre su vida. Lou no fue precisamente un ciudadano ejemplar. A los 17 años fue empujado por sus padres a someterse a una terapia electroconvulsiva para curarse la homosexualidad. Una experiencia que le marcó de por vida, primero por el sentimiento de rencor hacia sus padres del que nunca se deshizo, como prueba aquella canción titulada “Kill your sons” donde repasaba el trauma. Y, segundo, por las secuelas físicas que le hicieron padecer problemas de memoria durante toda su vida, como el de no poder llegar a la página 20 de un libro sin acordarse de lo anterior, a pesar de lo cual consiguió licenciarse en literatura. Ese rechazo es lo que le convirtió en un incomprendido durante el resto de su vida y le obligó a ir por un camino completamente diferente del resto del mundo: “Nunca me gustaron los Beatles, pienso que son basura”.

Así que una vez que se vio integrado en la bohemia neoyorquina, el uso de las drogas fue para él una salida natural, lacra de la que no pudo desprenderse hasta los años 80. El consumo de heroína, los desfases nocturnos entre seres errantes que solo buscaban el éxtasis que producen las drogas y el sexo desenfrenado fueron su compañía durante años, y también la fuente de esa jerga de la que se nutren sus canciones y de toda una mitología de personajes que protagonizan sus poemas. Pues ante todo, Lou Reed era un poeta que aspiraba a escribir la novela americana, más cercano a William Burroughs o a Allen Ginsberg que a Mick Jagger (como anuncia el prólogo del libro). Y lo consiguió a través de la música.

 

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“I am so sick of this song” (sobre Walk on the wild side)

 

En sus canciones encontramos a tantos de esos personajes estrafalarios de la Factory de Andy Warhol, como a esa
transexual llamada Candy “que no perdía la cabeza ni cuando estaba haciendo una mamada” (“But she never lost her head even when she was giving head”) y que se convirtió en un leitmotiv durante muchos de sus discos. Pero también trazos de opinión del propio Reed, como el ataque directo al activista Jesse Jackson en “Good evening Mr. Waldheim”. Además de canciones de amor con nombre y apellidos como I love you, Suzanne en la que expresa el amor que siente por su mujer o Coney Island Baby (“te juro que lo dejaría todo por ti”) dedicada expresamente a su musa transexual Rachel, que fue su pareja durante tres años.

Lou Reed ante todo era un poeta y por ello se sentía enormemente influido por la literatura, como vemos en canciones tan emblemáticas como “Venus in furs” de la Velvet Underground, inspirada en el libro de Leopold von Sacher-Masoch. Pero, sin duda, su padre intelectual fue el escritor Delmore Schwartz al que conoció en la Universidad de Syracusa y dejó un enorme poso en su vida. “Delmore, I missed your jokes and the brilliant things you said”, cantaba en “My house” un emocionado Lou.

 

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“Heroin, it’s my wife and it’s my life”.

 

Fueron varios los que acudieron al rescate de su autodestrucción. Tras Delmore, apareció en su vida la figura de Andy Warhol que incluyó a la Velvet en su factoría de performance dedicadas a expresar toda la locura que impregnaba su arte. Sin él, es posible que la banda no hubiera conseguido ningún contrato discográfico y Lou no hubiese conocido todo ese mundo que luego contó durante toda su obra. Más tarde fue David Bowie quien rescató a Lou Reed de las fauces del olvido tras su abandono de la Velvet Underground y le produjo magistralmente el que es posiblemente su disco más recordado: Transformer (1972). Gracias a Bowie pudo arrancar una carrera en solitario que no estaba destinada a marchar. También tuvieron fe en él otros productores que confiaron en el bueno de Lou a pesar de conocerle muy bien, como Clive Davies. Sin embargo, las relaciones con todos ellos acabaron en duros enfrentamientos, que incluso llegaron a las manos como con David Bowie, y en el más puro desprecio por parte de un Lou Reed que se sentía constantemente como el mono de feria de uno y otro. Orgulloso de su genio que le hacía sentirse superior a todos y responsable por querer llevarlo a la música de la forma más pura, sin la ayuda de nadie.

Pero hasta que consiguió el reconocimiento de la crítica y del público tuvo que pasar por momentos de incertidumbre, fracaso y ruina. Cuesta creer que tras abandonar la Velvet Underground, una de las bandas más grandes de la historia del rock pero tan ninguneada mientras respiró, trabajara en las oficinas con su padre por 40 dólares a la semana. Por otro lado, cuando la fama le abrazaba y algunos de sus discos se convertían en éxitos de ventas, como ocurrió con Transformer (1972) o Sally can’t dance (1974), el propio Lou Reed parecía dispuesto a dinamitar su propia carrera al lanzar discos de burla, como aquel de música electrónica que roza la tortura: Metal Machine Music (1975) no es otra cosa que una venganza contra la propia productora que le obligaba a ser comercial. Se reía de todo y de todos aunque eso le empujara al descalabro.

 

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“Veréis, creo de verdad, de verdad, de verdad, en el poder del rock. Del verdadero rock.”

Pero tras cada hundimiento en el profundo fracaso, al bueno de Lou no le quedaba más remedio que ponerse a escribir canciones comerciales que agradaran a la industria y al público, y para eso también era el mejor. Ejemplo de ello es el disco lleno de hits titulado Loaded (1970) de la Velvet, que paradójicamente dio a luz a varios de sus clásicos más clásicos (“Sweet Jane” o “Rock’n roll”). Tan alejados de los discos conceptuales con los que de verdad disfrutaba componiendo, como esa novela cantada llamada Berlin (1973) que cuenta la historia de una pareja de drogadictos hacia un amargo final o el mismo The Velvet Underground (1969) donde se expresó, por primera vez, de forma libre al mundo con canciones tan íntimas y diferentes como “Pale blue eyes”.

Recuerda a ese personaje maravilloso de un cuento de Herman Melville llamado Bartleby que era el mejor escribiente de su oficina hasta que un buen día decidió dejar de trabajar de forma tajante. Todo el mundo le preguntaba el porqué de su decisión, a lo que él respondía una y otra vez: “Preferiría no hacerlo”. No era sino una alegoría al rechazo de un Melville que se negaba a escribir bajo el estilo de la antigua escritura inglesa con la que había conseguido la fama y prefirió escribir Moby Dick acorde a su estilo personal, tras la cual se le tildó de loco en la prensa pero que siglos después pertenece a los mejores libros de la historia de la literatura universal. Y de esa forma ha evolucionado la aceptación de la obra de Lou Reed: considerado un drogadicto incomprendido durante la mayor parte del tiempo, siempre ajeno a las tendencias; ya sea por estar debajo de grupos como los Beatles o los Stones cuando desarrollaba ese vanguardismo extremo que nadie entendía y que le ha llevado a la fusión de tantos géneros e ideas, o por encima de la avalancha punk y glam rock que se empeñaba en imitarle, pero nunca subido en la ola.

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“Me di cuenta de que la gente nunca lo entendió realmente. (…) Es como la historia de la infame reacción de Lou ante la noticia de la muerte de Jim Morrison: “¿Que se ha muerto en la bañera?¡Fabuloso…”. A la gente le ofendió. Siempre le ofendió mucho. Cuando en realidad la gente tendría que estar riéndose con él. Por lo menos un ratito, digo yo…”

Un genio que se adelantó a su tiempo y se valió de su poesía de la calle, en ocasiones sucia y en otras tremendamente delicada, pero con una singularidad sin igual para plasmar las mayores expresiones de su ser y las mayores extravagancias destinadas a reírse del mundo con una ironía inimitable. “Soy un regalo para las mujeres de este mundo…” o “quiero ser negro para tener un gran pene”, fueron algunas de sus perlas cantadas. Gracias a este periodista británico llamado Mick Wall, que ya antes ha escrito sobre otros grandes del rock como The Doors, Led Zeppelin o AC/DC, conseguimos comprender de una manera ligera pero clara el perfil de Lou Reed, como una magnífica guía para escuchar su discografía de principio a fin. Y no solo eso, sino que, al sumergimos en una historia para comprender su vida y devorar su obra de una manera superficial pero adictiva y enmarcada en un contexto musical, viajamos desde el vinilo hasta la era digital a lo largo de las décadas (desde Chubby Checker hasta R.E.M). Con un lenguaje sencillo y personal, procedente de un ilustrado fan que cuenta la primera vez que logró entrevistar a su ídolo Lou Reed, tras superar las barreras del escepticismo de un viejo resabiado que le pide sus credenciales, y que además lleva a cabo una valoración de sus canciones más representativas. Me parece una lectura maravillosa para cualquier amante del rock que pretenda comprender la evolución de este género del que Lou Reed es eje fundamental.

Ahora todo el mundo ve a la Velvet Underground como aquellos que inventaron la voz trascendental del rock y a Lou Reed como el poeta norteamericano contemporáneo que creó un sonido nuevo al tocar su guitarra con las cuerdas afinadas en una misma nota porque se lo había visto hacer a otro en un ensayo y decidió hacer música con ello. Todo un personaje arrogante que sufrió mucho durante su vida pero que creyó en su genio por encima de todo y eso al final le hizo triunfar tras numerosos fracasos que ya son parte de su mito. Vivió en el Village, drogándose y cantando con los más grandes y los más anónimos personajes de una época, siempre en los polos extremos de la miseria y la fortuna. Dejó como herencia algunos de las letras más desgarradoras pero también algunos de los mayores himnos que una vez no gustaron a nadie y que hoy todo el mundo saborea. Y, aunque muriera de una forma tan espiritual, “haciendo la famosa forma 21 del tai chi, simplemente moviendo en el aire sus manos de músico” (según el testimonio de su última mujer), estoy seguro de que en su último aliento dijo: “Goodnight sweet ladies, all ladies goodnight/ It’s time to say goodbye, bye-bye/ Ah, we’ve been together for the longest time/ But now it’s time to get high.” Al fin y al cabo era un roquero. Al fin y al cabo era Lou Reed.

Pablo Melgar


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Pale blue eyes – The Velvet Underground
 

If I could make the world as pure

and strange as what I see…

I’d put you in a mirror

I’d put in front of me.

 

Título original: Lou Reed: A life

 

Año: 2014

Autor: Mick Wall

Páginas: 264

Editorial: Alianza

Precio: 16,50 € (9,99 € e-pub)

Nota: 9 Muy buena lectura