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para MJ, la mejor anfitriona
Desde la ventana de María José se escucha Granada. Una Granada y las dos Granadas, la de la gente que vive aquí y la de los turistas. Un violín con sombrero, una pareja típica haciendo su típico viaje romántico, una guiri preguntando la dirección de una calle, madres con carricoches, carricoches con madres junto a maridos hablando de fútbol, estudiantes bohemios y bohemios sin estudios de vuelta a casa, el camarero del bar de abajo que saca otras dos tapas y yo pienso en París porque un grupo de hippies tocan a Django Reinhardt. No es ni de noche ni de día y las farolas iluminan pero todavía el cielo palpita. Veo muchas pantallas de móvil pasar por esta plaza. Un arpegio comienza la danza. El violín de Grappelli suena a nostalgia de otoño pero es septiembre, así que una niña se pone a bailar. En la tienda de la esquina, una mujer pelirroja de pelo rizado se acerca amenazante hacia las pulseras, el moro de la tienda mueve sus orejas como un perrito y la bolsa amarilla del Covirán de la mujer pelirroja de pelo rizado se contonea cuando un mochilero con barba de paja se cruza con ella. Disfruto de los segundos en los que no pasa nadie y mi atención va más allá de los encuentros fortuitos y observo las mesas del bar del fondo de la calle, al principio de la cuesta; una luz tenue las envuelve como envuelven las luces tenues la escena en un teatro. Siento que escribo como una gacela, mi letra es cada vez más grácil e indescifrable. Ahora Django es Pachelbel y su canon, así que dejo de observar la calle. Ahora solo me importo yo mismo y esta habitación desordenada. Miro de frente a la Virgen ahí plantada, pero hablamos idiomas diferentes. ¿Cómo estar atento a la misma vez de lo que sucede en esta plaza de Granada, en la habitación desordenada, en mi mente y en el más allá, si vivo en este papel que miente sobre la escena? La luz contrasta entre el cielo y las farolas, mi anfitriona se ríe desde el otro lado de la casa. Me llega el tabaco de una calada que no es la mía. Moradas, verdes y azules son las estrellas blancas, millones de colores me entran a través de esta ventana de Granada. Ser pintor es muy difícil, no sé cómo no elegí un bachiller de letras.
Pablo Melgar Salas,
mi alter ego pintor costumbrista
Minor Swing – Django Reinhardt & Stephane Grappelli
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