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La educación sentimental de la telebasura

 

[infobox maintitle=”Gustave Flaubert” subtitle=”Aquella respuesta decidió a Frédéric; y como buscase, a izquierda y a derecha, a sus amigos para sostenerle, vio, delante de él, a Pellerin en la tribuna. El artista se dirigía a la multitud. —Quisiera saber dónde está el candidato del arte, a todo esto. Yo he hecho un cuadro… —No tenemos qué hacer con los cuadros —dijo brutalmente un hombre flaco, que tenía manchas rojas en los pómulos. Pellerin exclamaba que le interrumpían. Pero el otro, en tono trágico, replicó: —¿No debía haber abolido ya el gobierno, por un decreto, la prostitución y la miseria? Y aquella frase le valió inmediatamente el favor del pueblo, tronando contra la corrupción de las grandes poblaciones.” bg=”blue” color=”black” opacity=”on” space=”30″ link=”no link”]

Hay una escena muy interesante en La educación sentimental, de Gustave Flaubert que me gustaría comentar. Tras la Revolución de 1848 en la que el pueblo raso tomó por la fuerza el Palacio de las Tullerías y dándole así una patada en el culo, una vez más, a la monarquía; hubo un sindiós asambleario en las calles de París. Eran tiempos de debate, en los que en cada pequeño bar de la ciudad se levantaban estrados donde todo el mundo opinaba sobre a qué deberían destinarse los presupuestos, a partir de entonces. En una reunión de tantas, un pintor tomó la palabra y pidió que se invirtiera en cultura. La multitud le reprochó que a nadie le importaban sus cuadros, que se largara de allí ya y dejara hablar a alguien que de verdad propusiera alguna mejora real para el pueblo.

Y no se pusieron de acuerdo, eso lo sabían las élites económicas de entonces y lo siguen sabiendo las de ahora. Mientras llegan tiempos de debate, como los que vivimos hace unos pocos años a partir de la irrupción de Podemos, las élites parecen tener su plan diseñado con antelación. El capitalismo y la democracia son dos filosofías que al juntarse distorsionan. Me explico.

Mientras el capitalismo nos crea la falsa sensación de creernos creaciones únicas con problemáticas originales, por otro lado nos empuja a identificarnos con categorías estanco perfectamente prediseñadas. Es lógico pensar que con el crecimiento exponencial de la población tengamos alguna manera de organizar nuestras opiniones colectivamente, pues si realmente cada uno de nosotros tuviéramos unas necesidades diferentes esto sí que sería un sindiós. Me imagino una urna en la que puedas votar a cualquier ciudadano del país para presidente y cada uno se vota a sí mismo.

Sin embargo, esa falsa creencia de creernos creaciones únicas e irrepetibles nos lleva a querer saciar ese hambre de individualidad y, cada vez más, el voto huye de la moral. Ya no se vota por convicción política sino por interés personal.

Por un lado, el chovinismo de la izquierda asamblearia gustándose a sí misma en reuniones, asambleas, votaciones infinitas que convierten la política en un ejercicio sano, ¡sí!, pero demasiado complejo. Los círculos de Podemos han demostrado ser un ejemplo de pluralidad, ¡sí!, pero al final se ven obligados a abusar de la figura de Pablo Iglesias para irrumpir en las sobremesas familiares. El ejercicio asambleario es tan quijotesco en estos tiempos como ese pintor al que echan a patadas por pedir dinero para el arte.

Por otro lado, el chovinismo rancio de las élites económicas convierte el debate en un show televisado sujeto a sus propias reglas de juego. Los políticos se interrumpen como interrumpo a ese gilipollas del final de la barra que dice que. La izquierda acaba mareada y asume el juego burgués. Entonces, desde el salón de sus casas la gente le dice al coletas que se vaya a su casa con ese discurso de, que ya no es un discurso sino un eslogan. El ejercicio de debate es tan crudo como esa muchedumbre que vomita encima del pintor que pide ser elegido consejero de arte.

Y mientras tanto, llega Napoleón para decidir por los que no se ponen de acuerdo. Parece que detrás de tanto debate hay un pensamiento arraigado de sumisión en cada uno de nosotros: que decidan por mí. Es lo mismo que sucede con la solicitud del carnet para entrar en una de esas categorías estanco. Yo me niego a que decidan por mí, no sé vosotros, y quiero contradecirme, quiero saber cuáles son esas necesidades que debo ver satisfechas. Estoy harto de la diplomacia política y de las ofensas que no nos llevan a nada sino a la eterna discusión diluida en la metralla temporal de los sucesos.

Los casos tan mediáticos como el de la Manada o el del niño asesinado en Almería o el de tantas otras mujeres asesinadas en este último año que han sacudido los telediarios, no consiguen llegar a ninguna moraleja. ¿Qué ha sucedido realmente, más allá del morbo? ¿Por qué ha acabado todo de esta manera tan trágica y líquida, me pregunto? ¿Qué hemos aprendido? Pero solo la queja, necesaria, ¡sí! ¿Y cómo resolvemos esto? Si el pueblo raso pretende llevar a cabo su revolución, debe aprender del pasado y no caer en las reglas de un juego que no puede ganar. La ofensa solamente nos lleva a la disputa del show y a echar a patadas a cualquiera que se suba al estrado y piense distinto a nosotros. Si no sabemos hacer uso de la democracia, llegará Napoleón para decidir por nosotros.

Si tan solo nos pusiéramos de acuerdo en las cosas más básicas, quizás saldrían adelante proyectos transversales de gente diversa que quizás piensa diferente pero que en cosas concretas quizás se llevaran una sorpresa al brindar por un mismo mantra. Ahora somos liberales gafapasta, veganos feministas, podemitas, neo-fachas, anarquistas punkis a la última moda, exiliados de la información, pobres diablos, influencers, madridistas, culés…con discursos cerrados y absorbidos por el aparato mediático.

Si tu bandera no lleva los mismos colores que la mía que te den por culo, prefiero que venga Napoleón a decidir por mí. Lo pondré en twitter y me quedaré a gusto, “él, al menos, hará un Imperio de nuestras miserias”. De verdad creo que el humor es la única salida a este sindiós en el que nunca nos ponemos de acuerdo, si al menos pudiéramos reírnos de nosotros mismos veríamos que tenemos más razones para hacerlo de las que nos pensamos. Empecemos, por ejemplo, con impedir que Napoleón decida por nosotros.

[infobox maintitle=”Gustave Flaubert” subtitle=”—¿Se burla usted de nosotros? —exclamó el corredor de alcoholes—. ¿De dónde ha salido semejante sandío?” bg=”blue” color=”black” opacity=”on” space=”30″ link=”no link”]

PD: Si no veis a Rajoy en esta analogía que acabo de hacer es que tengo razón y sois imbéciles.

 

Pablo Melgar,

mi álter ego tertuliano de bar y tuitero.

Alamerde – Los Coronas

 

[infobox maintitle=”EGO_BLOG” subtitle=”entérate aquí de qué va esto…” bg=”blue” color=”white” opacity=”off” space=”30″ link=”http://www.kilometr0.es/ego_blog/”]