Los días de lluvia el cielo se levanta con legañas. Sólo los rayos de luz más valientes son los que atraviesan el entramado de nubes grises que nos miran desde arriba, como si fueran espermatozoides en la carrera por la vida. Tras una larga lucha llegan a nuestras ventanas con tintes color ocre ambientando los barrios de una tonalidad añeja de otro tiempo. Es lo que sucede a través de mi ventana transformándose en tinta para pluma y creciendo con apariencia de palabras.

Esta mañana al abrir los ojos experimenté un sentimiento de desorientación pues la luz trataba de engañarme y no era corriente la tímida claridad con que nos despertaba el día. Y eso es lo que intentan las nubes, falsear el día disfrazándose de atardecer. Es divertido pensar que este tipo de cosas que pensamos son en su totalidad aspectos meteorológicos de luchas entre presiones y materia gaseosa pudieran ser decisiones deliberadas tan inocentes como las de un niño.

Quizás es que el Sol no durmiera bien la pasada noche y realmente las nubes fueran las legañas que crecen en los bordes de las aberturas oculares del firmamento. Con unas gotas de lágrimas artificiales sería suficiente para limpiar los ojos de toda impureza y es lo que realmente sucede, caen lágrimas del cielo para purificarse y purificarnos los pulmones haciéndonos respirar esa esencia a barro mojado.

Cuando los días son lluviosos las personas somos muy silenciosas y en las calles sólo se escucha el repicar de los neumáticos contra los charcos estancados en el asfalto y el ruido de las puertas de los autobuses en sus paradas. Todo sentimiento de aletargamiento es contagioso y, en ese sentido, el Sol es el que más poder de transmisión tiene puesto que llega a todo el mundo, hasta al más ermitaño.

En esos días me gusta mojarme y disfrutar del silencio sepulcral de las hordas de transeúntes que caminan con la cabeza gacha concentrados en mantener el ángulo recto de su paraguas y en conservar un ritmo rápido de zancada para llegar lo antes posible a su refugio contra la lluvia. A mí, sin embargo, me gusta caminar tranquilamente y no me es molesto el llenarme de pecas mojadas la ropa. Disfruto el olor y el color que las fachadas adquieren con más luminosidad de la que podría parecer mirando al cielo oscuro. Me gustan las gotas separadas y perfectamente dispuestas individualmente posadas en las hojas verdes más radiantes que nunca de los árboles que disfrutan de un festín de agua recién escanciada.

Lo único que anhelo es la falta de aves en el cielo y el piar de las mañanas con Sol, pero contrarresta el sonido del agua al caer, tan refrescante y tranquilizadora como si escucharas las olas del mar romper contra la orilla. El malhumor se combate con risas nerviosas de quien se ríe de su mala suerte al haberse calado por completo o las conversaciones bajo las cornisas de los edificios con extraños que comparten tu misma sensación de ropas empapadas.

Y así es como tenemos que enfrentar la vida en los días de lluvia, con buen humor y una mente abierta puesto que los días nublados no tienen que ser especialmente tristes; pueden albergar escenas románticas de besos húmedos de amor, paseos inspiradores para el mejor pintor o incluso una sonrisa al amanecer en otro tiempo pasado que tal vez fue más interesante que el actual.

Pablo Melgar

 

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 Rain song – Led Zepellin