-“¿Sabes por qué soy quien soy y sigo vivo?”-dijo con la sonrisa más diabólica.
Tenía unos dientes perfectos que relucían en la oscuridad de aquella habitación iluminada solamente por aquella bombilla que pendía de un ínfimo hilo de cobre recubierto de cinta aislante. Las entradas de su pelo dejaban entrever los trece lustros de sus canas. Engominado hacia atrás y con gafas negras, aquella noche era todo un patriarca.
-“No…”-titubeó, mientras quería creer que aquello era una simple conversación más.
-“Porque no tengo piedad ni para herirme a mí mismo…si ello es necesario”-sentenció mientras su sonrisa seguía intacta y un gesto de su boca ratificaba sus palabras, inspirando aire.
Sacó un cuchillo de su americana color blanco impoluto y con los dedos de su mano derecha lo empuñó contra la palma de su mano izquierda.
-“En esta vida no hay que tener miedo de nada…”
Y cortó las líneas de la vida, de la suerte y de la identidad convirtiendo los surcos de su mano en cauces de sangre. Ni un solo pestañeo de dolor y su sonrisa seguía allí, cínica y satisfecha. Su nívea americana se había convertido en un cuadro abstracto. Mientras, los ojos de su amigo se salían de sus órbitas y un pequeño balanceo en su pecho, apenas apreciable, le hacía sudar esquizofrenia. De repente se abrió la puerta y un hombre de traje negro, sin rostro, trajo una botella de bourbon y dos vasos. Volvió tras sus pasos y cerró de un portazo, creando un eco interminable en esa habitación del infierno.
-“No hay mejor manera de celebrar que el bourbon, ¿no crees?-dijo sin darle importancia a las huellas de sangre que se marcaban en la botella de Jack Daniel’s.”
-“Es cierto, Frank.”-reconoció, fingiendo algo de entereza. Y cogió su vaso lleno de sangre y de whiskey, sin atreverse a negar nada.
Bebió y se manchó los labios del granate que emanaba la mano de Frank y que el capo ni consideraba, por un segundo, limpiar.
-“¿Tienes fuego, Charles?”-dijo Frank, sonriente, acompañando con un guiño amistoso pero con poso lúgubre.
-“Por supuesto Frank, mi Zippo es tuyo.”-dijo Charles, de la forma más fraternal que pudo. Y acercó su mechero encendiendo el puro cubano, agarrado con los dientes.
El círculo de luz que desprendía aquella bombilla cochambrosa cogió un tizne de humo. Y a Charles le costaba respirar más que nunca.
-“Siempre me gustó tu mechero, Charles. Es más valioso que tú…”-opinó y soltó una carcajada que duró una eternidad.
-“Como he dicho, mi Zippo es tuyo. Si tú…lo deseas, claro”-dijo Charles.
-“Por supuesto Charles, tú eres mío”-aseveró Frank. Y, por primera vez en toda la velada, su sonrisa se convirtió en humo.
-“He estado pensándolo últimamente y he llegado a la conclusión de que…creo que huele a rata, Charles. ¿No crees?”-preguntó Frank en forma de ultimátum.
-“Sí…huele a rata, Frank”-dijo Charles mientras cerraba los ojos, sin ni siquiera pedir clemencia.
-“¿Sabes una cosa? Me equivocaba antes cuando decía que no debíamos de tenerle miedo a nada. A Frank, siempre hay que tenerle miedo…y tú bien lo acabas de aprender”.
Y le clavó el cuchillo en el entrecejo, retorciendo sus sesos una vez trinchados. Acabando con su vida y con la rata. No hay nada peor que una rata y eso bien lo sabían todos cuando entran en la mafia.
-“Hay que educarlos antes de que mueran…”-y su sonrisa volvió, cínica y satisfecha.
Pablo Melgar
I think I smell a rat – The White Stripes
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