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Ensayo: La representación del Bien y el Mal en El Señor de los Anillos

Autor: Pablo Melgar Salas

3. San Agustín

[infobox maintitle=” ‘Raras veces los elfos dan consejos indiscretos, pues un consejo es un regalo muy peligroso, aun del sabio al sabio, ya que todos los rumbos pueden terminar mal. ¿Qué pretendes? No me has dicho todo lo que a ti respecta; entonces, ¿cómo podría elegir mejor que tú? Pero si me pides consejo te lo daré por amistad. Pienso que deberías…’ ” subtitle=”Gildor” bg=”blue” color=”black” opacity=”off” space=”30″ link=”no link”]

“Los elfos son agustinianos” 1 , dice John McIntosh en su teorización sobre el maniqueísmo en Tolkien. La caracterización que el profesor de New Saint Andrews College (Idaho) hace de los elfos es la que voy a desarrollar en este punto con respecto a El Señor de los Anillos, partiendo de las teorías de Agustín de Hipona (354-430 d.C.). Más conocido como San Agustín, este doctor de la Iglesia católica ha sido uno de los pensadores que más influencia han tenido en el cristianismo del primer milenio. San Agustín vivió en el siglo IV d. C. y nació en una pequeña ciudad de la actual Argelia, que por entonces era parte del Imperio romano. En sus Confesiones, cuenta cómo él mismo fue parte de la secta maniqueísta que llegó hasta el norte de África para predicar las teorías de Manes (recordemos que se originó en Irán y es prueba de su éxito que en los tres primeros siglos después de Cristo llegaran hasta Argelia). Sin embargo, el pensador católico vivió su experiencia con los maniqueos desde un cierto escepticismo que abandonó más tarde para abrazar la religión católica, cuando se trasladó a Roma para continuar sus enseñanzas.

[infobox maintitle=” ‘Hable yo en presencia de mi Dios de aquel año veintinueve de mi edad. Ya había llegado a Cartago uno de los obispos maniqueos, por nombre Fausto, gran lazo del demonio, en el que caían muchos por el encanto seductor de su elocuencia, la cual, aunque también yo ensalzaba, sabíala, sin embargo, distinguir de la verdad de las cosas, que eran las que yo anhelaba saber’. ” subtitle=”2″ bg=”gray” color=”black” opacity=”off” space=”30″ link=”no link”]

La importancia de San Agustín en el cristianismo reside en la concepción de libertad que abrazaron tras sus teorías. No es un secreto que el cristianismo bebe de las teorías de los griegos pero a partir de San Agustín llevaron el conflicto de la libertad humana que los maniqueos concebían como una consecuencia directa de una lucha primigenia entre el Bien y el Mal, a otro estadio. Dice Ferrater Mora que el Padre africano colocó el problema de la libertad en un “conflicto entre la libertad humana y la llamada predestinación divina”3. Por este motivo, el problema de la libertad en el pensamiento cristiano estuvo con frecuencia estrechamente relacionado con la cuestión de la “gracia” que es para Agustín como para Tolkien, la proyección de la imagen de Dios. Si recordamos el concepto de mitopoeia que era para Tolkien el camino de la redención podemos observar que para él consistía, por una parte, en el arte (habilidad) y, por otra, en un don (gracia). Como buen cristiano, Tolkien abrazaba la concepción de gracia, ese derecho que aún no ha decaído y que podemos usar con buenas o malas intenciones.

Para el propio Ferrater Mora, la figura de San Agustín ha servido como base de estudio para desarrollar su ensayo Cuatro visiones de la historia universal, en el que esclarece la importancia que la “justificación” de los acontecimientos históricos tienen sobre su potencia modificadora. Según San Agustín, la historia era el hilo argumental de un drama proyectado por Dios en el que los seres humanos actúan como personajes que usan su libre albedrío a voluntad 4. Esta idea de que el hombre goza del libre albedrío para debatirse entre el Bien y el Mal ya había aparecido en los textos de Ovidio y Aristóteles pero se asentó en la ética de la Iglesia católica cuando San Pablo indicó que “no el bien que quiero, sino el mal que no quiero hago”. De esta forma, si partimos de la idea de que la configuración del hombre está estructurada según la corrupción del pecado original, podemos entender que la importancia de la gracia sea fundamental para conseguir la redención 5. A lo largo de este punto, vamos a intentar comprender cómo la virtud tolkeniana se basa en la satisfacción de haber hecho lo correcto a través de lo que Tom Shippey cree que fue una “teoría del coraje”.

En primer lugar, empecemos con la concepción dualista que perdura en San Agustín, pues la diferenciación entre lo físico y lo metafísico que en los maniqueos se concebía como una lucha primigenia entre luz y sombras, se reestructurará con otros matices bien diferentes. La materia para Aristóteles no era una sustancia con determinación propia, los estoicos subrayaron que al menos gozaba de la cualidad de “resistencia”, los neoplatónicos quisieron ver en ella un simple receptáculo y todos los autores cristianos que vinieron después se esforzaron en refutar las teorías maniqueas en las que se percibía como un mal presente: la creencia en un Dios supremo se opone a la idea del Mal como una materia originaria, pues Dios no crea nada malo y, por lo tanto, todo es bueno en su origen. San Agustín entendía la materia como “algo pasivo e informe, pero no como una pura nada”, porque sin ella no tendría lugar la mutabilidad de los cuerpos. Por otro lado, existe un espíritu o alma “que es una substancia que participa de razón, constituida para regir el cuerpo.” Así entendía al ser humano: un alma racional que se vale de lo mortal como un instrumento adjunto. Mientras que el cuerpo es una materia mortal, el alma es espiritual e informe y, por tanto, inmortal 6.

A partir de este esquema, San Agustín comienza a desgranar su teoría sobre la libertad que apoya la negación de un hipotético pecado divino, pues Dios no puede pecar ni crear nada malo en su origen, y que el pecado solo puede darse en la libertad condicionada por lo finito. En su pensamiento cristiano no existe un Elegido (como Neo en Matrix o Aragorn en El Señor de los Anillos) predestinado a luchar contra el Mal, como es el propuesto por las razas maniqueas sino un profeta-mediador (como el artista en la filosofía de Tolkien). Por el contrario, el Mal solo es la corrupción del orden original (y bueno por el mero hecho de haber sido creado por Dios). El único pecado del hombre será el de malograr el orden natural y material, que es el único mutable.

El pensador católico se refería al alma como una sustancia “de origen incierto” que no era divina sino la proyección de Dios. Esta premisa le lleva a crear su propia representación del Bien como “todo lo que posee valor, precio, dignidad y mérito, bajo cualquier título que lo sea”. Desde un punto de vista metafísico, si todo lo que proviene de Dios es bueno, el Bien es la realidad perfecta. Pero si reflexionamos desde una óptica subjetivista, será todo aquello que le gusta al ser humano.

Si “el hombre es un animal racional (espíritu) y mortal (cuerpo)”, tal y como afirmaba San Agustín, el cuerpo será una sustancia material corrupta que renace constantemente para perpetuarse (aplicación directa de la Resurrección de Cristo). Si los estoicos y los neoplatónicos entendían el Mal como el condicionamiento del Bien –no hay verdad sin mentira-, para San Agustín el Mal es la privación del Bien, desde un punto de vista metafísico. Otros pensadores como Hobbes, Locke o Kant han reflexionado sobre la visión subjetivista del Mal en cuanto a un juicio de valoración negativa.

Ahora bien, si Dios es la Verdad absoluta o esa luz refractada de la que hablaba Tolkien en Mitopoeia, Él ha colocado en el alma del hombre todos los valores que el cristianismo relaciona con el Bien: verdad, justicia y belleza. Mientras tanto, el Mal en sí mismo no existe sino que es una alteración de esos valores. San Agustín se opone al maniqueísmo en que éste pretende esclarecer el origen del Mal sin haberlo comprendido, ninguna naturaleza es mala en su origen, y lo acusa de contradicción al denominarlo sustancia y a la vez como contrario a cualquier naturaleza. Para él, el Mal responde a la problemática del libre albedrío.

Por su parte, Tolkien apoya este principio del Mal como privación del Bien. La Sombra, que es el elemento maniqueo que pone en marcha su tablero de ajedrez, no es capaz de crear nada sino de malograrlo. Cuando Frodo y Sam entran en territorio de Mordor (la Sombra) y reflexionan sobre la naturaleza de los Orcos que los acechan, sucede lo siguiente:

[infobox maintitle=” -¿Acaso los orcos no comen, no beben? ¿O sólo viven de aire rancio y de veneno? -No, comen y beben, Sam. La Sombra que los engendró solo puede remedar, no crear: no seres verdaderos, con vida propia. No creo que haya dado vida a los orcos, pero los malogró y los pervirtió; y si están vivos, tienen que vivir como los otros seres vivos. Se alimentarán de aguas estancadas y carnes putrefactas, si no consiguen otra cosa, pero no de veneno…Por aquí, en alguna parte, tiene que haber agua y víveres.” subtitle=”7″ bg=”blue” color=”black” opacity=”on” space=”30″ link=”no link”]

Considerando el esquema agustiniano, si “nada es malo en un principio, ni siquiera Sauron lo era” 8 (según Elrond), la Tierra Media es un universo ficticio en el que hay un debate entre los poderes externos y los impulsos internos de los personajes. El Mal en El Señor de los Anillos está representado como un poder objetivo, visible y, en parte, maniqueo: Sauron, el Señor Oscuro, sobre el trono oscuro en la Tierra de Mordor donde se extienden las Sombras” 9; en oposición a Saruman que sí tiene su conflicto interior en el que cae corrompido por el poder 10. Mientras que el Bien se manifiesta a través del impulso subjetivo de los personajes, de manera invisible (como actúa Aragorn). Aunque pudiera parecer todo bastante encorsetado y “Tolkien sea bondadoso en ciertos temas” 11, no hay que olvidar que la redención buscada por Tolkien se basa en el arte (mitopoeia) y en “el consuelo del final feliz, que Tolkien llama eucatástrofe –el giro gozoso de los acontecimientos cuando toda esperanza parece ya perdida, pues sólo espera en verdad quien espera más allá de toda esperanza-“ 12.

No todo es un juego de luces y sombras, y casi todos los personajes se enfrentan a una problemática interna a la hora de tomar las mejores decisiones para cumplir con el papel que están destinados a cumplir en la historia. Según Tom Shippey, en El Señor de los Anillos el Bien se consigue a un alto precio: cuando todo acaba y el Anillo es destruido parece haber un final feliz para todos pero no para el héroe. Frodo ha cumplido con el papel de Portador de un Anillo que ya ha sido destruido pero lo que es un final feliz para la historia no lo es para el personaje que acaba su papel y con él también su futuro en la Comarca (lo llama el derrotismo del Bien en Frodo): “Intenté salvar la Comarca y la he salvado; pero no para mí. Así suele ocurrir, cuando las cosas están en peligro: alguien tiene que renunciar a ellas, perderlas, para que otros las conserven.” 13

A su vez, el Mal no es algo que se pueda erradicar 14. Aunque Sauron fuera derrotado una primera vez y su Anillo recogido por las manos de Isildur, esto no acabó con él sino que la corrupción del hombre permitió un retorno que desencadenaría los acontecimientos narrados en El Señor de los Anillos. Cada vez que el Mal pierde una batalla se reagrupa, poco a poco, y Mordor es el ejemplo más claro de ello, como nos dice Gandalf: “Ayer te hablé de Sauron el Grande, el Señor Oscuro. Los rumores que has oído son ciertos. En efecto, ha aparecido nuevamente y luego de abandonar sus dominios en el Bosque Negro, ha vuelto a la antigua fortaleza en la Torre Oscura de Mordor. Hasta vosotros, los hobbits, habéis oído el nombre, como una sombra que merodea en las viejas historias. Siempre después de una derrota y una tregua, la Sombra toma una nueva forma y crece otra vez.”15 La destrucción del Anillo pone fin a la batalla por la Tierra Media de la Tercera Edad de los Hombres pero, a su vez, pone fin a la historia de los Elfos en ella. Se retiran hacia las tierras originarias de las que habla Tolkien en el Silmarillion y con ellos se esfuma la belleza de la fantasía que ellos representan, para dar paso a la modernidad y a la dominación de los hombres 16. La afirmación de que los elfos son agustinianos cobra sentido al tener en cuenta que ellos creen en un Dios Único (Eru/Ilúvatar) 17 y su paso por la Tierra Media se basa en su aportación en la lucha contra la Sombra. Son los seres primigenios de un mundo y aportan la sabiduría que les falta a los Hombres para luchar contra Sauron, el Señor Oscuro, que no siempre fue la personificación del Mal en el mundo secundario de Tolkien 18:

[infobox maintitle=” ‘En el Silmarillion y los Cuentos de la Primera Edad, Sauron era un ser de Valinor pervertido y transformado en sirviente del Enemigo, de quien se convierte en su principal capitán y asistente. Se arrepiente atemorizado cuando el Primer Enemigo es derrotado por completo, pero al final no hace lo que se le ordena: volver para ser juzgado por los dioses. Se demora en la Tierra Media. Se convierte muy lentamente, comenzando por buenos motivos: la reorganización y rehabilitación de las ruinas de la Tierra Media, «olvidada por los dioses», en la reencarnación del Mal y en una criatura que anhela el Completo Poder, y, por tanto, se consume por siempre jamás en un odio feroz (especialmente por los dioses y los Elfos)’. ” subtitle=”” bg=”gray” color=”black” opacity=”off” space=”30″ link=”no link”]

En El Señor de los Anillos nos enfrentamos a un Sauron totalmente maniqueo, no hay más problemática en él que la de recuperar el Anillo para hacerse con el poder absoluto de la situación. Se da por hecho que ya ha sido corrompido totalmente por el poder. Sin embargo, la mitología de Tolkien nos da respuestas al origen del Mal en Sauron, que también deseó sublevarse a su amo 19 (el primer Señor Oscuro –Melkor 20-) de igual forma que éste lo había hecho tiempo atrás sublevándose de Ilúvatar (Dios).

En conclusión, podríamos decir que Tolkien domina la estructura narrativa, dotándola de verosimilitud gracias a los elementos del mundo real que nutren su mundo secundario; y gracias al punto de partida maniqueo de su ficción que establece una guerra constante entre la Luz y la Sombra 21. Sin embargo, los personajes aparecen “perplejos” ante los designios del destino y dudan sobre qué caminos tomar para hacer lo correcto. La teoría del coraje de Tolkien de la que habla Tom Shippey se basa en que “abandonar supone trabajar a favor del contrario, aunque la perseverancia no es ninguna garantía, da a la suerte una oportunidad”.

En un texto escrito por Tolkien para la revista de lingüística Essays and Studies by Members of the English Association en 1953, llamado El regreso de Beorhtnoth, hijo de Beorhthelm, en su capítulo III establece una de las claves del móvil de todos sus personajes: “Se ha sostenido que las palabras de Beorhtwold constituyen la más alta expresión del espíritu heróico del norte, nórdico o inglés; la más clara afirmación de la doctrina de la resistencia extrema al servicio de la voluntad indomable. El poema en su conjunto ha sido llamado «el único poema heroico puro que existe en inglés antiguo». Aunque la doctrina tiene una forma tan clara, y (aproximadamente) pura, precisamente porque es puesta en boca de un subordinado, un hombre el objeto de cuya voluntad había sido decidido por otro, que no tenía responsabilidad hacia abajo, solo lealtad hacia arriba. Por lo tanto, el orgullo personal estaba en él a su nivel más bajo, y el amor y la lealtad, al más alto.” La influencia de los mitos de Ragnarok en los que una alianza de dioses y hombres luchaban contra un Mal invencible compuesto por gigantes, nos da una pista de la simpatía de Tolkien por los personajes derrotados pero buenos.

Según Tom Shippey, Tolkien no creía que la Oscuridad vencería en última instancia y, a su vez, admiraba el impulso estético de un Bien que se debate entre el orgullo y la pena. Los personajes sabios no sucumben (Elfos), en contraposición a los Hombres corruptos que sí son maniqueos en su ficción, pues muchos de ellos mueren; como es el caso de Denethor, el senescal de Góndor afiancado en la suerte de un poder que no le corresponde por sangre (es la representación de la corrupción del Hombre) y que, en vez de apoyar a Aragorn, sucumbe al temor de las tropas de Sauron frente a su fortaleza, decidiendo quemarse vivo en la pira junto a su hijo Faramir para así morir con “honor” pero sin lucha. La misma suerte acaba con Boromir tras intentar arrebatarle el Anillo, aunque éste sí acaba redimido de su error al proteger a los hobbits, también con Frodo y con Gollum, al que el propio Tolkien no pudo darle la redención anhelada en pos del papel que tenía que cumplir en la narración global, al estar su destino ligado al del Anillo: al morir con él, significa que ha llegado a un punto de corrupción de no retorno (al igual que Frodo y Sauron).

A su vez, la lucha entre la Sombra maniquea como una fuerza omnipotente e indestructible es contrarrestada por una Luz indecisa. Gandalf representa la intervención de Dios en los acontecimientos de su Creación, es un Maia, “una criatura espiritual con apariencia humana y enviado como ayuda de la humanidad (una especie de ángel) 22. Sin embargo, cuando parece haber caído en la Sombra (como dice Boromir) el poder de Gandalf el Gris vuelve mejorado en Gandalf el Blanco pero, aún así, no es suficiente para enfrentarse a Sauron directamente: “He pronunciado palabras de esperanza. Pero sólo de esperanza. La esperanza no es la victoria. La guerra está sobre nosotros y nuestros amigos; una guerra en la que sólo recurriendo al Anillo podríamos asegurarnos la victoria. Me da mucha tristeza y mucho miedo, pues mucho se destruirá y todo puede perderse. Soy Gandalf, Gandalf el Blanco, pero el Negro es todavía más poderoso.” Si Gandalf usara el Anillo se convertiría en el Señor Oscuro, no en Dios (Dios ya es Ilúvatar) porque el poder corrompe. La acción de Gandalf simboliza la intervención intermitente de la Providencia y nunca decide directamente en la resolución de los hechos sino dándole a la suerte su oportunidad de intervenir con un consejo o unas palabras sabias que abran en la mente de los personajes una nueva vía que no habían pensado hasta escucharle. Es un mago, cambia el rumbo de los acontecimientos por medio de las palabras, como los artistas.

[infobox maintitle=” ‘Muchos de los que viven merecen morir y algunos de los que mueren merecen la vida. ¿Puedes devolver la vida? Entonces no te apresures a dispensar la muerte, pues ni el más sabio conoce el fin de todos los caminos.’ ” subtitle=”” bg=”blue” color=”black” opacity=”off” space=”30″ link=”no link”]

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  1. MCINTOSH, JONATHAN. Blog personal. Entrada Tolkien’s “Manichaeism”: https://jonathansmcintosh.wordpress.com/2012/05/22/tolkiens-manichaeism/
  2.  SAN AGUSTÍN, Confesiones, Libro Quinto, p. 25, III
  3.  FERRATER, MORA: Diccionario de filosofía, p. 51
  4. JACKSON, GABRIEL, Diario El País, Tribuna: Cuatro visiones de la historia universal. http://elpais.com/diario/1985/12/13/opinion/503276412_850215.html
  5. FERRATER, MORA: Diccionario de filosofía p. 51
  6. DUSSEL, ENRIQUE D., El dualismo en la antropología de la cristiandad, p. 134
  7. TOLKIEN, J. R. R., El Señor de los Anillos: El Retorno del Rey, Libro II. Capítulo I: «La Torre de Cirith Ungol»
  8. TOLKIEN, J. R. R., El Señor de los Anillos: La Comunidad del Anillo, Libro II, Capítulo II: «El Concilio de Elrond»
  9. TOLKIEN, J. R. R., Poema del anillo: Tres Anillos para los Reyes Elfos bajo el cielo./Siete para los Señores Enanos en palacios de piedra./Nueve para los Hombres Mortales condenados a morir./Uno para el Señor Oscuro, sobre el trono oscuro en la Tierra de Mordor donde se extienden las Sombras.
  10. TOLKIEN, J. R. R., El Señor de los Anillos: Las dos torres. Libro I. Capítulo 5: «El caballero blanco»: “He mirado en la mente de Saruman y he visto qué dudas lo afligen”.
  11. SHIPPEY, TOM, The road to the Middle Earth, Capítulo 5 «Entrelazamientos y el Anillo».
  12. SEGURA, EDUARDO. J.R.R. Tolkien. Mitopoeia Y Mitología, p. 61
  13. TOLKIEN, J. R. R., El Señor de los Anillos: El retorno del Rey, Capítulo 9: «Los puertos grises»
  14. TOLKIEN, J. R. R. «Prefacio», 2a edic. El Señor de los Anillos:“La guerra real no se asemeja a la guerra legendaria en su desarrollo ni conclusión. Si hubiese inspirado o dirigido el desarrollo de la leyenda, entonces ciertamente el Anillo habría sido tomado y utilizado contra Sauron; él no habría sido aniquilado sino esclavizado, y Barad-dûr no habría sido destruida sino ocupada…”
  15. TOLKIEN, J. R. R., El Señor de los Anillos: La Comunidad del Anillo, Capítulo 2: «La sombra del pasado»
  16. SHIPPEY, TOM, The road to the Middle Earth, Capítulo 5 «Entrelazamientos y el Anillo».
  17. TOLKIEN, J. R. R., Silmarillion. Capítulo I: «La música de los Ainur»: “En el principio estaba Eru, el Único, que en Arda es llamado Ilúvatar; y primero hizo a los Ainur, los Sagrados, que eran vástagos de su pensamiento…”
  18. TOLKIEN, J. R. R., Carta 131 a Milton Waldman: “En el Silmarillion y los Cuentos de la Primera Edad, Sauron era un ser de Valinor pervertido y transformado en sirviente del Enemigo, de quien se convierte en su principal capitán y asistente. Se arrepiente atemorizado cuando el Primer Enemigo es derrotado por completo, pero al final no hace lo que se le ordena: volver para ser juzgado por los dioses. Se demora en la Tierra Media. Se convierte muy lentamente, comenzando por buenos motivos: la reorganización y rehabilitación de las ruinas de la Tierra Media, «olvidada por los dioses», en la reencarnación del Mal…”
  19. TOLKIEN, J. R. R., Silmarillion. Valaquenta: “En todos los hechos de Melkor, Morgothen el Reino de Arda, en las vastas obras que él edificó y en las trampas que tendía, Sauron tuvo parte, y era menor en maldad que su amo sólo porque durante mucho tiempo sirvió a otro y no a sí mismo. Pero en años posteriores se levantó como una sombra de Morgoth y como un fantasma de su malicia, y anduvo tras él por el mismo ruinoso sendero que descendía al Vacío.”
  20. Melkor fue el primer Señor Oscuro de la mitología de Tolkien, en el Silmarillion se cuenta el origen de su rebelión hacia el Dios Ilúvatar: “Pero ahora Ilúvatar (Dios) escuchaba sentado, y durante un largo rato le pareció bien, pues no había fallas en la música. Pero a medida que el tema prosperaba, nació un deseo en el corazón de Melkor: entretejer asuntos de su propia imaginación que no se acordaban con el tema de Ilúvatar, porque intentaba así acrecentar el poder y la gloria de la parte que le había sido asignada. A Melkor, le habían sido dados los más grandes dones de poder y conocimiento.”
  21.  TOLKIEN, J. R. R., Carta 131 a Milton Waldman: “Me disgusta la Alegoría -la alegoría consciente e intencional-; sin embargo, todo intento de explicar el contenido de un mito o de un cuento de hadas, debe recurrir al lenguaje alegórico…”
  22. SHIPPEY, TOM, The road to the Middle Earth, Capítulo 5 «Entrelazamientos y el Anillo».