#16 O copiando a Julio Cortázar

haz click en la imagen para suscribirte a la newsletter

Querido lector, esta semana te abro las puertas de mi intimidad para que me conozcas un poco más. Este espécimen soy yo mismo en mi hábitat natural, tal y como pastan los animales de las grandes pampas. En mi casa hay más libros que muebles y, por lo general, todos los muebles están llenos de libros. Por orden, en la imagen vemos un sofá y una manta. Sobre el sofá estoy yo y, sobre mí, una libreta en la que habito también de alguna manera (¿quién está encima de quien ahora?). Una foto robada de la propia cámara, quién se lo iba a decir a ella. Sobre la tela que se ha desprendido un poco de las aristas del sofá, hay una bolsa de la librería Picasso de Granada (porque no hay que comprar en Amazon); que transportó el libro ‘Lo que el pájaro bebe en la fuente y no es el agua’ (2022): dice allí Chantal Maillard que escribe «para que el agua envenenada / pueda beberse». Al lado hay un paquete de folios y una respuesta inocente, en una página escrita con cuatro versos. Escribir, por lo general, es una reacción a la lectura. La conversación con el Otro: mi propio manantial de agua potable, contaminada por mis emociones y vicios, filtrada a través de algún flujo creativo. Si quieres que siga brotando líquido de este pequeño venaje, comparte este boletín con un amigo (por favor ;). Yo escribo para regar. Así encuentro las semillas más escondidas del suelo.


Lo que el pájaro bebe en la fuente y no es el agua, Chantal Maillard

Autora: Chantal Maillard

Editorial: Galaxia Gutenberg

Cita: «escribir / para desestructurar / para vencer / las estructuras / para contra / decir / lo dicho / para demoler».


«Yo siempre he escrito. Desde antes de leer ya escribía. Lo necesitaba. Pero lo hacía mal. ¿La razón? No se puede escribir bien si uno no posee el hábito de la lectura. Sin leer, imposible escribir. Y comencé a escribir para conocer el mundo y, sin darme cuenta, empecé a conocerme mejor. Llegaba a conclusiones que antes se me escapaban. En todos mis libros -que ya son bastantes; no sé si demasiados- intento hacer literatura pero dejando vías abiertas a la reflexión. De paso, a los sueños».

‘¿Por qué escribo y para qué escribo?’ – Antonio García Teijeiro


‘Los libros de Alba’ – © Pablo Melgar, Bruselas (2021).

Se lee en el sofá y se escribe en la terraza, así suele ocurrir a veces (otras no). Los libros cerca, donde pueda cogerlos alargando solo la mano. La lectura sirve para desordenar la casa y redistribuir así la disposición de las cosas. Cualquier orden nace diseñado para ser subvertido. Hay una inversión en el sistema de jerarquías, cuando uno se atreve a alterar el equilibro de una biblioteca. Se desordena lo de fuera, para ordenar lo que hay dentro.


Los libros manoseados son aquellos libros vividos.


Hay libros. Hay libros por todas las partes de la casa. Y en el impulso de adentrarse en ese agujero de gusano, el habitante de la casa (aquel que paga el alquiler del apartamento, en el barrio del Realejo de Graná y que, de una manera u otra, ha conseguido cada uno de esos libros que ahora cohabitan la casa con él (pero sin contribuir a pagar un alquiler, ¡todo lo contrario!) está ahora sometido a una especie de ruleta rusa, a un juego totalmente arbitrario. Porque…¿de dónde viene ese impulso?

La sensación de que, ahora mismo, justo en este instante fuera del tiempo; parece una buena idea coger ese libro (ese libro entre todos los demás libros que habitan la casa) y no otro. Dejarte llevar por el discurso del Otro. Haber sido derrotado en un debate, forzado a escuchar todos los puntos de vista de un interlocutor fantasma que, a las malas, se ha visto en la encrucijada de cambiar completamente de género hasta practicar el soliloquio.


Por qué ese libro y no otro, no sabes por qué.


Simplemente abres la página y buscas un lugar cómodo donde yacer, dónde abandonarte a ti mismo como recorren los salmones hasta 11.000 kilómetros solamente para morir. Un libro que abres y que es el resultado de un impulso anterior, el impulso de Otro yo que ya tuvo el proyecto de abandonarse en ese discurso antes de ti y que decidió invertir parte de su tesoro en ofrecerte ahora esta posibilidad de huir o de regarte (según se mire), justo esta noche.

Esta verborrea tiene que ver con este libro que abres en el mes de noviembre y que además se llama ‘Noviembre’ y que ya leíste en otra vida distinta pero seguro que en el mismo mes en el que vivías. En otra vida dentro de una librería, en el espacio en el que ese azar se multiplica exponencialmente puesto que hay bastantes más libros de los que habitan contigo en este apartamento del barrio del Realejo de Graná, en el que abres el libro y te abandonas al discurso de un Creador.


Noviembre, Gustave Flaubert

Autor: Gustave Flaubert

Editorial: Interzona

Cita: «Amo el otoño. Esta triste estación es apropiada para los recuerdos. Cuando los árboles pierden todas sus hojas, cuando el cielo crepuscular aún conserva ese tinte rojizo que dora la hierba marchita, resulta dulce ver cómo se apaga todo aquello que, poco antes, ardía en nuestro interior.

Acabo de regresar de mi paseo por los prados vacíos, junto a los fríos fosos en los que se miran los sauces».


Gracias a la arbitraria decisión de un instinto que decide acercarse a leer el título de ese libro de lomo blanco entre tanto lomo negro en la estantería. Llamado por el contraste y la soledad de ese rectángulo blanco que te ha llamado la atención. ¿Empatizaste acaso con esa oveja blanca en un rebaño de ovejas negras? ¿Te sientes acaso igual de diferente? ¿O quizás solo eres víctima de las estrategias del neuromarketing? Espacio en blanco en un código de barras, de alguna manera te atrae hacia él y te ves a ti mismo ladeando la cabeza hacia la derecha y leyendo la palabra ‘Noviembre’ con el rabillo del ojo. Y el pecho se te hincha, muy rápido, como si acabaras de ser testigo de la aparición mística o de eso que Joyce llamaba «epifanía» o lo que siente aquel cuando se ve reflejado en las líneas del horóscopo de esta semana.

La palabra ‘Noviembre’ te dice algo porque estás triste y además porque el calendario marca el mes de ‘Noviembre’ y algo te decía, antes de salir a la calle, que seguramente jamás olvidarías ese justo mes de noviembre (entre todos los noviembres anteriores) porque nunca habías experimentado tal grado de tristeza. El abandono de tus ilusiones quizás sólo es verdaderamente relevante en la medida en que sientes la fruta madurar y hay un vértigo en cada esquina, una imposibilidad de mirar atrás, de volver; que te ha llevado a estructurar la siguiente frase en tu monólogo interior, cuando metías el primer pie en la ducha: “así que esto significa hacerse mayor y que te pasen cosas”.

Así que te metiste en la ducha, como el protagonista de un accidente en cadena: la ducha que te llevó a vestirte como si te vistieses para una cita contigo mismo, para ir a un lugar al que aún no has decidido ir. Se marcha la tarde pero aún así decides salir a la calle, sin rumbo y cuando ya está oscureciendo. De alguna manera tus pasos te han llevado directamente a esa librería de la Gran Vía en la que en realidad nunca entras porque te parece vulgar comprar libros en la Gran Vía de una ciudad: a ti que eres un bohemio y que tu hogar está en los rincones olvidados de la ciudad, donde los libros se consiguen cómo se consiguen los pollos de cocaína o las bolsitas de marihuana en un callejón sombrío o cualquier tipo de droga que te proporciona alguien con cara de disimulo y tremenda actitud serena, para calmarte la ansiedad.


‘Pensando versos en la terraza de Alba’ – © Pablo Melgar, Bruselas (2021).

«Tardamos bastante más de lo que calculan los maestros en entender la escritura como búsqueda personal de expresión. El primer aliciente para expresarse por escrito de una manera espontánea surge, precisamente, como rebeldía frente a su mandato. La ruptura con los maestros es condición necesaria para que germine la voluntad real de escribir».

‘El cuento de nunca acabar’ – Carmen Martín Gaite


De esta forma, llego a la conclusión de que leer me calma. Después de empezar a leer el primer capítulo de ‘62/Modelo para armar’ escribo estos párrafos. Nunca he conseguido llegar al segundo, porque siempre me domina una música que me arrastra a ponerme a escribir por algún motivo. En la música hay una dicción, en esa dicción un patrón rítmico que me propongo copiar. En el libro: «’Quisiera un castillo sangriento’, había dicho el comensal gordo. ¿Por qué entré en el restaurante Polidor? ¿Por qué, puesto a hacer esa clase de preguntas, compré un libro que probablemente no habría de leer?». Por eso yo me decido a escribir el día en el que me compré el libro ‘Noviembre’ en el mes de noviembre, con esa misma música y ese mismo afán de preguntármelo todo. Lo que quiero decirte, querido lector, es que uno no deja de leer porque se ponga escribir. La ‘lectoescritura’ o lo que llamo en este boletín como ‘lectura creativa’ es como una trenza. A veces, se escribe para entender lo leído. Para contestar.


‘Lectoescritura’ (RAE): «Enseñanza y aprendizaje de la lectura simultáneamente con la escritura».


62/Modelo para armar, Julio Cortázar

Autor: Julio Cortázar

Editorial: Debolsillo

Cita: «Pero en el fondo sé que todo es falso, que estoy ya lejos de lo que acaba de ocurrirme y que como tantas otras veces se resuelve en este inútil deseo de comprender, desatendiendo quizá el llamado o el signo oscuro de la cosa misma, el desasosiego en que me deja, la instantánea mostración de otro orden en el que irrumpen recuerdos, potencias y señales para formar una fulgurante unidad que se deshace en el mismo instante en que me arrasa y me arranca de mí mismo. Ahora todo eso no me ha dejado más que la curiosidad, el viejo tópico humano: descifrar. Y lo otro, la crispación en la boca del estómago, la oscura certidumbre de que por allí, no por esta simplificación dialéctica, empieza y sigue un camino».



Ejercicio de escritura creativa

Cuéntame en los comentarios, la historia de cómo te compraste un libro.