Hay un chico leyendo el periódico en la mesa de al lado. Me pregunto qué estará leyendo. Tiene el pelo echado hacia el lado derecho y la barba larga pero bien cuidada, castaña. Bosteza y pasa las páginas.
Ahora, dos chicas entran en el bar y, antes de abrir la puerta, se quedan mirándole. Una de las dos se ríe y la otra se tapa la boca con la mano derecha para decir un comentario en voz baja. El chico no se ha dado cuenta, pero ahora es el tema de conversación principal de las dos chicas dentro del bar. Las puedo ver desde la ventana, se ríen. El chico sigue bostezando y pasando las páginas.
Una de las chicas, a la cual parece gustarle el chico, es rubia platino y su pelo es larguísimo. Parece un poco exaltada. La otra chica tiene el pelo del color del vino y a mí me gusta más que la otra. Parece más mayor y más interesante, estoy seguro de que tiene muchas cosas que contar. Me gusta. Ahora, el chico se ha encendido un cigarrillo y sigue bostezando y pasando las páginas, mientras la chica rubia gesticula mucho con las manos, dentro del bar.
Se toca el mentón con las yemas de sus dedos, como si estuviese hablando de la barba del chico. Definitivamente le gusta su barba, porque se muerde el labio al explicarle algo a su amiga del pelo color vino, la interesante, la que me gusta a mí. Pero el chico no lo sabe y sigue bostezando, pasando las páginas y apurando su cigarrillo.
Una mujer algo más mayor que las chicas que están dentro del bar, baja la calle y, al pasar por la puerta del bar, se le caen las naranjas de la bolsa que lleva en la mano. Las naranjas no desentonan en el suelo de diciembre, pues se han mezclado entre las hojas secas y ahora sí que hay un río de zumo de naranja pintado en el suelo. El chico deja de bostezar, de pasar las páginas y apaga el cigarrillo con la punta de su bota derecha.
Juntos empiezan a pescar naranjas en el riachuelo otoñal. De cuclillas en el suelo se ríen, mientras las chicas parecen llegar al clímax de su conversación dentro del bar- La rubia está de pie, exaltada, y la del pelo color vino, la interesante, la que me gusta a mí, parece alentarle con las manos. “Ve”, creo que le dice. Una risa nerviosa se apodera de la chica rubia y sale por la puerta como un rayo. Supongo que con la intención de hablar con el chico que bosteza, pasa las páginas y apura su cigarrillo en la terraza.
La chica rubia sale como una descosida a la calle pero cuando abre la puerta ve al chico seleccionando naranjas entre el otoño y riéndose con la mujer que viene de hacer la compra. Se ríen mucho aquí afuera, entre el frío, el otoño y las naranjas. La chica se queda ahí pasmada sin saber qué hacer. Espera un poco ahí de pie y observa cómo el chico ya no bosteza, ni pasa las páginas, ni apura su cigarrillo. Así que decide entrar en el bar, de nuevo.
Ya no parece una chica exaltada sino una chica triste, y se queda callada delante de su amiga. La chica del pelo color vino, la interesante, la que me gusta a mí, le coge de la mano y le habla. Esto parece reconfortarle. Ambas planean una revancha, lo noto, no hay derrota en sus ojos.
“Venga, inténtalo otra vez, ¿qué puedes perder?”, me imagino que es la conclusión a la que han llegado. Y la chica rubia se levanta y a su sonrisa vuelve el nerviosismo. Parece una chica exaltada, de nuevo, pues unos pequeños saltitos le delatan. “Ve”, creo que le dice su amiga del pelo color vino, la interesante, la que me gusta a mí. Por lo que la chica rubia por fin se decide a salir del bar para entablar una conversación con el chico que le ha gustado, el de la barba castaña que no paraba de bostezar, de pasar las páginas y de apurar su cigarrillo.
En el tramo que dura su trayecto, desde su mesa hasta la terraza, se imagina la voz del chico al darle su número de teléfono. Y, ¿quién sabe?, quizás hasta le invite a sentarse a su lado y así podrían bostezar, pasar las páginas y apurar sus cigarrillos, juntos.
Sin embargo, cuando sale del bar, el chico ya no está en la terraza. La chica rubia no entiende nada. Gira el cuello de un lado a otro, buscándole con la mirada. Le cuesta encontrarle porque la ciudad bulle. Pero al final le consigue ver, calle abajo, con una bolsa de naranjas en la mano. Se ríe. Mientras tanto, la chica rubia se queda parada en la puerta del bar, de nuevo, sin saber qué hacer. Por primera vez en toda la tarde advierto derrota en sus ojos; así que se echa la mano al bolsillo y coge un cigarrillo de su paquete de Lucky. La chica bosteza y fuma, para pasar página. Punto y aparte.
Ya nadie bosteza ni pasa las páginas, salvo yo. En Granada suena The Doors pero nadie lo sabe, excepto yo. Ya no hay historia, así que ya no miro a nadie más, pago la cuenta y me voy de allí. Alargarlo más ya solo podría acarrearme algún bostezo y más de una decepción. Y a eso no estoy dispuesto. Punto y final.
Pablo Melgar
The Spy – The Doors
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Gisela Segundo
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