Cuando abrí los ojos por primera vez todo estaba muy negro. Todo era perfecto y colorido, adornado y dulce, pero con acantilado. Aquello había sido una realidad mucho antes de que abriera los ojos, pero era algo que prefería guardar en un cajón bajo llave hasta nuevo aviso. Pero en aquel instante, cuando alcé los ojos por primera vez hacia el horizonte, no había cajón ni llave y el camino tenía un fin a lo lejos.

Ello supuso una crisis tremenda en mi alma escéptica que, por momentos, se hizo irresistible. Dos años después, con mucho más temple en la mirada y con el alma dos años más cana, pude hacerle frente. Vi “El séptimo sello” de Ingmar Bergman, una de las obras maestras de la historia del cine dicho por todo aquel que la ha visto. Una parábola quijotesca enormemente recomendada por mi compañero de escenas que de todo esto sabe más que nadie.

 

Le hice frente y, al igual que Antonius Block, reté a la muerte a una partida de ajedrez. Me siento orgulloso de poder escribir estas líneas con tranquilidad a pesar de tener un alma sin afiliación. Es un hecho que como cualquier otro agnóstico el existencialismo es una espina permanentemente clavada en mi corazón que de vez en cuando se mueve y me recuerda que todo esto tiene fecha de caducidad. La falta de respuestas es la mayor tortura a la que se haya sometido al hombre alguna vez a lo largo de su existencia, mucho más profunda que los azotes físicos consecuencias de guerras, discrepancias e imbecilidad.

“¿Por qué la cruel imposibilidad de alcanzar a Dios con nuestros sentidos? ¿Por qué se nos esconde en una oscura nebulosa de promesas que no hemos oído y milagros que no hemos visto? Si desconfiamos una y otra vez de nosotros mismos, ¿Cómo vamos a fiarnos de los creyentes? ¿Qué va a ser de nosotros, los que queremos creer y no podemos? ¿Por qué no logro matar a Dios en mí? ¿Por qué sigue habitando en mi ser? ¿Por qué me acompaña humilde y sufrido, a pesar de mis maldiciones que pretenden eliminarlo de mi corazón? ¿Por qué sigue siendo a pesar de todo una realidad, que se burla de mí y de la que no me puedo liberar? ¿Me oyes?” (Antonius Block)

Los que alguna vez pudimos abrir los ojos y vimos que la vida iba en serio no desechamos a Dios en absoluto, nos gustaría tomarlo y beberlo, hacerlo nuestro. Pero es imposible. Su silencio es algo de lo que el hombre siempre ha de sospechar y, sobre todo, los que centramos nuestra fe en la racionalidad de nuestra conciencia. ¡Qué fácil sería la vida justificada!

“El séptimo sello” supone una obra de total reflexión sobre la Muerte en toda su esencia. Las reacciones que ella provoca en cada uno de los humanos creyentes y no creyentes, agnósticos, cristianos y despreocupados. Y su modo de afrontarla será objeto de escenas puras y despiadadas, tanto como lo es la vida, que sobrepasan los límites del mundo fílmico conformando retratos humanos llenos de poesía y arte en cada una de sus manifestaciones.

También el amor, como no, tiene cabida en este lienzo del alma humana y, al igual que la muerte, muestra el contraste entre las diferentes posibilidades de amar entre las personas: incondicional o interesadamente. No es sino el segundo gran dolor del sentimiento humano y lo único que justifica nuestra existencia. “Si todo es imperfecto en este mundo imperfecto, el amor es lo más perfecto de todo, precisamente por su perfecta imperfección.”

“Nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar, que es el morir”, recitaba con el corazón en la mano un Jorge Manrique que de la muerte sabía bastante. Ingmar Bergman lo tiene en cuenta y el mar es el principio y el fin en el camino de “El séptimo sello”, lleno de simbología religiosa: paralelismos bíblicos e incluso citas expresas del texto sagrado: “”Y cuando el Cordero rompió el séptimo sello del rollo, hubo silencio en el cielo durante una media hora.” (Ap 8:1)”. Desde la que se nos presentan en forma de fresco medieval las dudas que en el fondo todo el mundo tenemos y que dependiendo de nuestro grado de optimismo tanto nos separan.

No crean que esto es una lucha entre dos bandos, no hay herejes en el camino sino escépticos a creer en algo indemostrable. Yo, siento empatía por Antonius Block, puesto que: “Yo quiero entender, no creer. No debemos afirmar lo que no se logra demostrar. Quiero que Dios me tienda su mano, vuelva su rostro hacia mi y me hable.” Y me cuesta amar a alguien que no acude a mis llamadas ni a mis súplicas, quizás sea que soy un mal pensado.

El día del apocalipsis desnudos estaremos y la eterna dualidad de nuestra mirada nos diferenciará en la estrategia que queramos ejercer en la partida contra la Muerte, en la que no hay victoria posible, querido Sancho. “Sécate las lágrimas y mira el fin con serenidad”, mi señor.

Pablo Melgar

 

 Verdi – Requiem Dies Irae

 

 

Título original: Det sjunde inseglet (The Seventh Seal)

 

Año: 1957

 

Duración: 96 min.

 

Director: Ingmar Bergman

 

Reparto: Max von Sydow, Gunnar Björnstrand, Nils Poppe, Bibi Andersson, Bengt Ekerot, Gunner Lindblom, Maud Hansson, Ake Fridell.

 

Género: Drama, Siglo XIV, Edad Media, Película de culto, Religión.

 

Nota: 9 Muy buena

 

Nota filmaffinity: 8,2

 

Nota IMDB: 8,3