Borja Arévalo
magazine de arte desapercibido
Me llamo Borja Arévalo, soy natural de Madrid pero me mudé con mis padres al campo cuando cumplí 15 años, a un pueblo pequeño cerca de la sierra de San Vicente, Toledo. Muy cerca de la casa pasa el río Alberche y estamos rodeados de montes y dehesas.
Conocí a Borja una mañana de septiembre, en la cocina de mi nueva casa en Granada. Entró como si ya me conociera y me dio la mano. ‘¿Qué tal?, Ángela y yo viviremos en la planta de arriba’, me dijo. Es un hombre del camino, pensé. Sabía exactamente lo que tenía que hacer y cómo comportarse entre amigos desconocidos, el apretón de manos fue cálido. Muy pronto empecé a conocerle. Desde el primer día, le vi salir por las mañanas con la decisión de un ejecutivo. Para vender sus obras en la calle, antes preparaba su cajón –donde portaba una tienda ambulante– en la parte de atrás de su bicicleta. Lo miraba perderse tan contento al fondo de Pizarro Cenjor, camino de la Cuesta de San Gregorio, que de verdad me ayudaba a creer. Cuando llegaba a casa por las tardes, pasaba primero por el sótano –donde, entre trastos, había montado un estudio para pintar y desplegar sus obras– y allí le veía trabajar entre autorretratos y peces, escuchando flamenco y a Facundo Cabral. Me gustaba quedarme un rato allí para hablar con él, escuchar su música y que me enseñara sus aves y sus seres marinos. Hablaba de ellos como si estuvieran vivos, como si recordara sus nombres propios, como si fueran otros personajes más del camino del pintor.
El cambio me resultó muy positivo ya que soy un amante total de la naturaleza. Cursé bachillerato artístico en Talavera de la Reina y ese fue mi primer contacto con materiales cómo el acrílico, el barro, la acuarela. Después de terminar el bachillerato tuve varios trabajos no relacionados con el arte y en mis ratos libres dibujaba y hacía algunas acuarelas de peces.
No llevábamos mucho tiempo viviendo juntos, cuando una tarde me lo crucé en la escalera. ‘Vengo de arreglar una cueva, ¿tú qué has hecho hoy?’ –siempre te preguntaba por ti–. No se me olvidará jamás. Impresionable como un niño, desde entonces le digo que es ‘un apañao’ y con razón pienso que es capaz de arreglar cualquier cosa con sus manos, incluso la vida de los seres en peligro de extinción. Ángela y él hablaban con los pájaros, cuando nos íbamos de acampada a la montaña o al mar. Recorrían los arbustos y se paraban en silencio junto a las cortezas de los árboles para disfrutarlos –casi olerlos–, para admirarlos desde cerca. Luego los pintaba con la rigurosidad científica y con el mimo de quien ama tanto al alacrán cebollero que quiere demostrar su existencia y que es hermosa su personalidad y su contorno. En su obra hay un compromiso y una manera de habitar el mundo y el arte. Casi un recordatorio de lo que está ahí antes que nosotros y que ya no miramos. Con lo simple que es pararse a mirar un árbol, él lo hace por nosotros.
En 2016 viajo a Italia para visitar a mi querida Ángela, en cuestión de una semana me quedo prendido de la cultura y la vida en la ciudad maravillosa de Nápoles…después de un mes no tengo dinero ni para comprar un billete de avión para marcharme a España. Es entonces cuando conozco a Luca, en una de esas tardes de zozobra en las que paseaba por la ciudad pensando una solución para quedarme.
El Día de las Cruces de Mayo, bebíamos cerveza en calle Elvira, celebrando, cuando vimos pasar a Borja con un polluelo en las manos. ‘Tiene el ala rota, quiero curarlo’, nos dijo. Le vi torcer nervioso por arco Elvira, protegiendo un piar tan frágil entre sus palmas que parecía que transportara agua de un pozo. ¿De dónde sacó aquel pájaro el Día de las Cruces? No lo sé, pero dicen que la cabra tira al monte y él se conocía todos los caminos que desembocaban en las zonas más verdes y salvajes del Albaicín y del Sacromonte. Convivía con la gente del barrio en el que vendía, conocía las vidas de los demás artistas ambulantes, de los vecinos de los pisos de arriba e incluso de los dueños de los bares –a Ángela y a él venían a visitarles a casa toda clase de hippies, viajeros y bohemios de todas partes–.
Luca era un pintor callejero que tenía una pequeña galería, rápidamente entablo una conversación muy enérgica e intercambiamos nuestras trayectorias por la vida. Cuando le mostré mis trabajos de los peces me dijo que podría probar a vender unas copias en la calle… Al día siguiente me lancé a la calle y comencé la aventura de pintar y viajar.
Me gustaba pasar por la plaza de San Gregorio por las tardes y me sentaba con él en su puesto. En seguida me empezaban a hablar los demás pintores de alrededor –poblaban toda la cuesta hasta la Placeta de la Cruz Verde–. Con ellos veía caer la tarde –esa luz amarillenta y cegadora que hacía de sombra el convento. Cuando no habitaba la ciudad, se iba a escalar en busca de naturaleza. Era su forma de mantener el contacto con casa una vez al día, para Borja la Sierra de San Vicente –en Toledo– es su manantial particular. De ahí venía renovado, con una red de amigos cada vez más grande, nuevos destinos que visitar y con nuevo material del mundo animal que quería preservar en sus láminas.
En Italia dibujé mucho e hice bastantes trabajos por encargo que me permitieron aprender nuevas técnicas y me aportaron mucha seguridad a la hora de expresarme en la pintura. Gracias a Luca di el paso de promocionar mis acuarelas y ese hecho me cambió la vida. Más adelante, seguí promocionando mi arte por España, Francia y Portugal. En éstos años he conocido a numerosos artistas de todas las disciplinas y nacionalidades y ha sido muy satisfactorio conocer lugares y personas que me van cambiando la vida.
Siento necesidad de reivindicar cómo Borja ejerce el arte, su forma de vida y a la vez el vehículo con el que habita la ciudad y la naturaleza. Me gusta más ir a su puesto y escuchar de su boca las conversaciones que mantiene con los curiosos que se paran a mirar sus láminas. Les recuerda donde están los refugios del esturión, los lugares donde anida el Carbonero Común y a qué suenan sus lamentos y sus risas. Desde que nos fuimos de Granada, me cuenta cómo ha vivido así en Lisboa –con su furgoneta– o en Francia –durmiendo en un barco–. Siempre con el cajón en el maletero de su transporte –sea cual sea–. Siempre escalando nuevos tramos de roca que antes le estaban vedados.
Actualmente vivo en Toledo y mi mayor volumen de trabajo son los encargos a particulares. También vendo mis pinturas en mercados de artesanía y diseño.
Sucede lo mismo con su técnica, cada vez más depurada, mantiene aún su toque personal. Su forma de vida la empuja a mejorar, cada trabajo es más exigente que el anterior. En sus últimas láminas siento que sus criaturas están cada vez más vivas, con una atención más natural en los detalles que las hacen únicas. Me imagino el trabajo de Borja en multitud de proyectos: trabajando en monográficos de animales –codo con codo con la Biología– pero también prestando sus pedazos de campo a los escritores para que cubran sus obras, entregándonos las almas de aquellos animales por los que sentimos predilección. También vende reproducciones pero, con el paso del tiempo, van tomando más peso las piezas originales y únicas como los animales que pinta, rarezas fugaces de la naturaleza, gorriones, petirrojos y hurracas, gallinetas, salmonetes y percas sol. Sueño con encontrármelo, de nuevo en el camino, para que me cuente más de aquello que está ahí pero no sé mirar. Quién sabe, con suerte me cae un platillo de ese estofado tan rico que él hace…
¿Cómo te expresas?
¿De qué artista aprendes?
Aprendo de todos los artistas, pienso que todos llevamos el arte dentro de alguna manera, creo que el arte está en los ojos del que mira o en el que se deja llevar por una canción o una pintura, un libro o un viaje.
Una reivindicación:
Un defecto:
Una canción:
Los ejes de mi carreta, Facundo Cabral.
Una obra / un verso –o los 2–:
Dersu Uzala (El cazador), Akira Kurosawa (1975).
Etiqueta a otro artista:
Pedro Valcarcel Rubio (@perikynphoto)
aparecido #4:
Y hasta aquí lo que os puedo mostrar del cuarto aparecido. Que no se os pase desapercibida su obra:
canales de Borja Arévalo:
@borjaareva
pedidos: borjaareva@gmail.com
Este texto no pretende ser una crítica ni un análisis, comparto el arte que me gusta y me lleva hacia otros caminos, a otras maneras de entenderlo. Usa el hashtag #km0cool en tus publicaciones de Instagram y sigue a @km0cool si quieres que tu trabajo se comparta. También puedes enviarme tu trabajo directamente a melgar.pablo@gmail.com
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magazine de arte desapercibido.
editor: Pablo Melgar
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