Hay un silencio y el público gira la cabeza, es la hora. Mick Jagger sale al escenario y las sesenta mil personas rompen a aplaudir. Yo aplaudo. Alberto aplaude. Los Rolling Stones en vivo y en directo. Entonces empieza a sonar el punteo de la guitarra que parece sacado de una radio antigua y el coqueteo de la rock and roll star con las mujeres del recinto: “There have been so many girls that I’ve known…”.
Pero no tan rápido, para llegar hasta allí aquellas palmas fueron clics meses atrás y la incredulidad fue antaño de otro tipo. A las 9 y media de la mañana de aquel miércoles 2 de abril estábamos todos aquellos corazones de rock’n’ roll enganchados a la red. Media hora antes en la página web, dos horas antes levantados, inquietos tras una noche de esas de “mañana tengo algo que hacer”. Pero todo se tornó en injusto y rompieron las reglas del rock and roll, ahora las entradas las compra el más rápido o el que tiene un internet mejor y no el más fan. Ya no hay tantas colas nocturnas ni tiendas de campaña llenas de roqueros sin más vida que la del próximo concierto que vayan.
Y allí estaba yo, intentando creer en las tecnologías modernas y en la cola virtual en la que estaba desde el sillón de mi casa comiendo galletas Príncipe. Entonces llegó la hora y cliqué más fuerte que nunca, como si eso me hiciera ganar papeletas en aquella lotería. Pero no pasó nada. Y no pasaría nada jamás hasta que se colgara directamente el cartel de Sold Out. Pero eso no lo sabíamos entonces, así que decidimos creer.
Y fue la fe de aquel profesor de la buena música, un amante de los sonidos que hacen sentir. Alberto, la voz de la radio, fue el que me hizo creer, porque él estaba seguro de nuestra suerte. Así que me acomodé y actualicé lo mejor que supe hasta que me dijo “no toques nada”. Y esperé.
Llamé a mis amigos, a mis padres y a todo usuario de Facebook online para que clicara conmigo, sintiéndome como Son Goku en su última batalla para salvar el mundo. Tantos dedos moviéndose por los Rolling Stones, como un solo de Keith Richards grupal. Él estaría orgulloso.
Pero no fue suficiente. Así que Alberto uso el poder del rock ’n’ roll, y no hay nadie que se oponga a eso. Movilizó a familiares y amigos y a todo ser querido capaz de portar una entrada en la zona. Todos lo entendían. Era un estado de alarma, excepción y sitio, y el cometido era muy simple: los puntos de venta física.
Las fotos de las colas en los Fnac de toda España en Twitter pronosticaban la retirada. Pero Alberto no se rindió e invocó al dios del rock and roll. Misericordioso de nosotros, puso a su hermano a unos metros del Fnac más cercano. Aquellos últimos metros fueron fatídicos y desde la distancia sufrimos cada uno de los puestos de esa cola de grupis interminable. Y no pudieron con el corazón de piedra de Alberto ni el dinero en efectivo, ni las colas virtuales, ni los miles de buitres roqueros que buscaban carroña en forma de entradas por toda España. La solidaridad de un roquero es insuperable, ¡qué bonito es sufrir por rock ’n’ roll!
“Son nuestras, solo sube el volumen y disfruta”, me dijo aquella tarde lluviosa de primavera, y entonces salió el Sol. Me acuerdo de todo esto ahora que estoy aquí soñando que ha llegado el día de ver EL CONCIERTO DE LOS ROLLING STONES. Desde entonces creo que si una voz en la radio puede hacerte sentir, también puede conseguir cualquier cosa. Agradeceré eternamente su corazón de Stone.
Pablo Melgar
Heart of Stone – The Rolling Stones
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