Cada rincón del pueblo de mi infancia es mío, no puedo evitar reproducir recuerdos en cada una de las esquinas de mi Ribera. Voy andando por la playa y recuerdo aquellos primeros besos de adolescente y esos otros que no pude dar. Algunas historias ya llevadas al mito en cada uno de nuestros reencuentros sucedieron una vez en estas calles y con la misma brisa que hoy me enternece el corazón.

Las cosas han cambiado y mi agenda es más corta que hace unos años, es cierto, pero bajo a la playa con la normalidad de bajar las escaleras de mi propia casa y disfruto del paseo rememorando situaciones que no necesariamente tuvieron que ser dignas de un relato pero que siguen almacenadas en mi memoria. Me veo con la mitad de edad haciendo el mismo recorrido al salir a correr por mi playa.

Tantas otras tardes de cielo gris y mar calmado he vivido ya aquí pero lo disfruto con la misma perplejidad con que lo hace un forastero la primera vez que observa el Mar Menor y, al igual que a él, me dan ganas de andar sobre el agua.

En aquella orilla me rompieron el corazón, recuerdo al mirar esa porción de arena que todavía guarda mis lágrimas de desamor. Pero apenas unos metros me cruzo con el banco en el que deshice el corazón de otra persona. Tantas cosas han pasado en esta enorme orilla que recorre mi pueblo.

Recuerdo haber izado la vela de aquel velero en miniatura que me parecía toda una fragata y apenas unos minutos después tirarme al agua incandescente del Mar Menor en el mes de agosto y ahogar a mis amigos. Estoy seguro de que si hoy fuera agosto nos ahogaríamos de la misma manera en que lo hacíamos en aquellos días y, aunque ya no vayamos en patinete y las ruedas de nuestras bicicletas cojan polvo en los trasteros de nuestras casas me alegra hacer el mismo recorrido con vosotros.

Sigo corriendo y me falta el aliento, como tantas otras veces al llegar al club de suboficiales y me sobrepongo, pues siempre conseguí terminar mi recorrido aunque el frío, la oscuridad o el cansancio intentaran frenarme. ¿Por qué hoy iba a ser la excepción? Entonces me veo diez años atrás, de zancada en zancada, con la camisa abierta y con miedo a ser regañado por llegar tarde. Todos apurábamos hasta bien entrada la madrugada para volver a casa y, a pesar de que hoy no tengamos hora de recogida, seguimos riendo en los mismos bares, bajo la misma luz y en la misma compañía.

¡Cuántas anécdotas de nuestras primeras fiestas y las primeras gotas de alcohol que quemaban nuestros últimos rasgos de inocencia! Echo de menos la ilusión de las primeras veces y la alegría de destapar nuevos horizontes, aún así os sigo disfrutando en los mismos ambientes que ya no son nuevos sino son de nuestra propiedad.

Somos dueños de la calle y de los recuerdos, somos poseedores de la amistad y de innumerables historias que no nos aburren jamás y copan las sobremesas de nuestros reencuentros navideños. Es extraño ganarle al tiempo y demostrar que por muchos días que pasen sin que engordemos aquella libreta de idioteces las cosas siguen igual que siempre. Aquellos que fueron generosos lo siguen siendo y los que había que llamar dos veces para que salieran de sus casas lo siguen haciendo.

 

Solo pido que esta playa y estas calles cambien lo menos posible y que sigamos ganándole al reloj. Necesito bien poco para ser afortunado al recordar una vida con vosotros, mis amigos. Lo bueno es que los planes siguen y este día será un motivo de recuerdo en el resto de sobremesas de nuestras vidas.

 

 Pablo Melgar

 

 Los buenos – Vetusta Morla