¿Que si soñé algo anoche?, quieres decir. Soñé con la muerte y grité con los ojos. Me incorporé en la cama, cortando la madrugada con los dientes y me froté los párpados en busca de respuestas. Había sido una noche tranquila. “¿Por qué un triciclo?”, me preguntaba en sudores.

Pero había conversado con el hombre-pluma, así que en sueños sentí por él, a causa de él, con relación a él y mucho más con él. Pues me había colado en la intimidad de su correspondencia amorosa. Allí estaba yo, todo un intruso en pijama, a medio camino del cruce de miradas entre un hombre y una mujer que se hablaban con el corazón en la mano. ¿Qué hacía yo allí husmeando en una pasión que no era la mía? Me sentía culpable y a la vez afanoso por saber más y más. El hombre-pluma, que bregó toda su vida con las palabras, tuvo su máxima ambición en borrar de una vez por todas su huella en las historias que contaba; ahora estaba ante mí desnudo. Yo le conocía, de verdad, por primera vez. Yo le conocía a él, al muerto.

Y me quedé dormido entre sus confesiones a Louise Colet, cuando aún las paredes eran de color cobre y él la besaba en los ojos y bajo el cuello. Suyo. Me quedé dormido con el libro en la mano y la trompeta de Chet Baker en el estómago.

Por eso, en el otro mundo, yo conocía todo de él. Pensaba en él como un viejo amigo o, mejor, como un pariente. Sabía de su sufrimiento y de cuánto le costaba escribir. Siempre pensé en el agujero que se le formaría a la altura del ombligo con cada punto y final que trazó en su vida. En parte admiraba su genio de manera ferviente y, por otro lado, me transmitía el pesar del penitente en su torre de marfil. Flagelándose con una fusta de palabras para modelar a “su Bovary”, leía y releía los párrafos consumidos en su pluma, en busca de un resbalón. No sé si consiguió finalmente la perfección que él tenía en mente, pero yo le conozco y le quiero. Le leo. Le persigo a él y a su Frédéric por el Jardín de las Tullerías el día de la Revolución. Le leo y le releo, y no soy capaz de encontrar ningún resbalón.

Es así que no me sorprendió cuando su hermana me contó con todo lujo de detalles que le preocupaba su condición.

-Me preocupa que ya no tenga nada que perder, mas que los libros que jamás escribirá.

No sé si el hombre-pluma tuvo alguna vez una hermana pero aquella mujer –rubia de ojos claros y que, además, se parecía sospechosamente a la chica maniatada y desvalida del capítulo de Westworld que había visto esa misma noche- se preocupaba mucho por él. Su preocupación me llenaba de ternura y su mesa de caoba antigua era perfecta para apoyar mi café del siglo XIX.

A continuación, todo ocurrió muy deprisa y vimos al hombre-pluma internarse en el camino hacia algún lugar, subido en un triciclo azul, entre el follaje. En aquel momento no me percaté de la rareza del hábito del hombre-pluma en su intimidad, el escritor universal subido a lomos de un juguete para niños. A escala perfecta de la envergadura del hombre que ya no tiene nada que perder, aquellas ruedas de plástico azul y blanco, hacían crujir las piedras del camino. Hasta que una de ellas los hizo crujir a ambos, al hombre-pluma y su triciclo, volcando contra el suelo.

Nos levantamos de un salto, su hermana y yo. Ella rechinó los dientes con las uñas de sus manos y gritó toda su sustancia hasta desvanecerse:

-¡GUSTAAAAAAAAAAVE!

Todavía resuena en mi cabeza el eco de su pena. Todo se volvió confuso y empecé a sentir mi propia lengua ajada por la sed. Me incorporé en la cama, cortando la madrugada con los dientes y me froté los párpados en busca de respuestas. Soñé con la muerte de Gustave Flaubert y grité con los ojos que lo había perdido, como si alguna vez lo hubiera tenido, realmente. Pobre Gustave, ¡todos los libros que no escribiste por culpa de un triciclo!

Pablo Melgar Salas

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https://www.youtube.com/watch?v=SENykNkARzI

Alone together – Chet Baker

Título: El hombre-pluma

Páginas: 160

Año: 2014

Autor: Gustave Flaubert

Editorial: Funambulista

Precio: 12€

Nota: 9 Sobresaliente