¿Os imagináis patinar sobre la hierba? Deslizar tus pies, sin ningún esfuerzo, por los filamentos verdes vida y que no te importe la velocidad ni la energía que gastes en conseguirla, que es ninguna. Que el asfalto se convierta en césped y el hormigón de las paredes de los edificios en tierra fresca ahogada de musgo.

Puedo imaginar como los coches son caballos galopando en una fiesta de jamelgos que compiten por ser el más rápido. Los rostros son hermosos de felicidad y los saludos acogedores: “¡Buen día!”; y los huraños hombretones de ciudad, que sueltan humo por los oídos y se enfurecen al dedicarles una sonrisa, desaparecen.

Hasta los árboles parecen más contentos, por fin vivos. Hartos del ruido y el vaho negro de la urbe, menean sus hojas al son de los violines y florecen. Consigo llenar mis pulmones hasta el final y sentirme más sano. Me escurro por el Gran Valle que dejó de ser una gran avenida para acoger y abrazar a la naturaleza desde sus dos extremos. Tras parar al alto de un pastor de ovejas que me pide el favor de que espere y perdone a su importuno rebaño, sigo la marcha. Y cada vez soy más veloz por estas laderas, estos montes verdosos llenos de savia que ya no están estresados.

Al serpentear con mis amplias zancadas saltan gotas del relente del prado. Se acabaron las chispas del cableado eléctrico y las obras, ahora veo crecer el pasto tan rápido como se llena un globo de agua en el grifo. Trepo por las lianas y asciendo por las enormes montañas que se erigen como se erigían las altas edificaciones del lugar. Y cuando estoy en lo más alto, en el pico más ingente, consigo ver a todo el mundo radiante de luz.

Las lecherías, carnicerías, panaderías, herrerías, abrevaderos, casas de artesanos, zapaterías y lugares de modistas están llenos y son todos comercios del lugar. Los bares sirven bebidas en la calle y todos bailan y tocan el violín. Se zarandean en un cruce de brazos y trazan miles de coreografías, silbando como si se celebrara el día más importante que pudiera haber. Como si mañana no tuvieran la ocasión de hacerlo. ¿Os imagináis?

Pablo Melgar

 

 Border reiver – Mark Knopfler