Suena a ti y a tus ojos verdes en la penumbra del Café Bohemia. Parece como si te estuviera viendo sorber tu vienés mientras te llenas las comisuras de los labios de nata y cacao en polvo, ¡tan dulce!

Y sonríes mientras sacas la lengua para limpiarte. Cosa que, curiosamente me dan ganas de beber. Y pego un sorbo a tus ojos que están disueltos en mi taza. Me los bebo, los aguanto en la boca sintiendo el calor de la esmeralda bajo el Sol y me los bebo, ¡tan dulces!

El café, como he dicho, en la penumbra. Y tú, enfrente de mí. Podría recorrer cada día los cientos de kilómetros que nos separan para dormir la siesta de mis párpados, por una vez relajados, en aquel antro encantador. Lleno de antigüedades y miradas arcaicas con personalidad de estrellas, con tantas historias en la frente. Historias en los teléfonos antiguos llenos de trasnochadas huellas de ancianos dueños que contaron sus vidas a través de estos transistores. Historias en los añejos televisores que algún día contaron los primeros relatos en pantalla que aquellos dueños, ya fósiles, rieron y lloraron. Historias de los centenarios pianos que, ajados y vacíos, hacen las de respaldos y mesas hartos de una vida de espectáculo con tantas notas en su haber. Historias en los sonidos de las trompetas que cuentan romances y desamores por calles rosas y desoladas. Y tú mientras allí, ¡tan dulce!

También con una historia que contar, con introducción, nudo y desenlace que podría resumirse en esas cuatro paredes y en su devenir. En cruzar ebrios la Plaza de los Lobos erróneos de ruta hasta dejarnos caer por fin en el hechizo del Bohemia y su luz tenue, siempre allí, ¡tan dulce!

Y salir de aquel sueño con los telones del anochecer ya echados, y nosotros abrazados. Como si acabáramos de hacer el amor, relajados, dejándonos llevar por el peligroso empedrado de San Juan de Dios que no es menos que una pequeña aventura. Trazar un viaje, comer bollos de canela, suspirar hondo descendiendo por las sinuosas calles hasta cruzarnos con el sonido del acordeón que nos recuerda que nos queremos, ¡tan dulce!

Pablo Melgar

 

Out of nowhere – Charlie Parker