Cuando sonó “Cerca del suelo” en mi “mp3” estábamos llegando a Murcia, el día de la ciudad, el día del Bando de la Huerta. Nunca había estado allí antes en ese día y estaba un poco expectante, ya que mi alma social introvertida es un poco reticente ante este tipo de experimentos. Aparcamos, por fin, y muy lejos. El plan consistía en pasar el día con mis compañeros de equipo del Real Murcia, que eran de allí y sabían disfrutar de aquel día del que yo no he sabido sacar partido hasta la actualidad. Puede que aquel fuera el mejor, por ser el primero.

Fuimos directos al Restaurante Soto, donde estaban todos los padres y un compañero y amigo mío, Joaquín. Joaquín siempre fue un buen conversador y quien, en un primer momento, me introdujo en el grupo, por lo que soy eterno deudor suyo de palabras cariñosas. Los dos nos fuimos a buscar a un tercero, Nacho, que estaba en el epicentro del terremoto huertano. Hasta ahora pocas veces le había visto fuera del área contraria y sin posibilidad de asistirle. Al encontrarle, la primera imagen que tuve fue la de ver vomitar a una de sus amigas y rebozarse entre su propio vómito y los restos de calimochos, cervezas y cubatas que se hacían uno con el barro del suelo. “Estos son mis amigos”, me dijo. Y sonreí de forma diplomática.

Mientras, canturreaba para mí: “¡Qué prado tan bonito! ¡Ahí podemos revolcarnos!” Y el día transcurría intenso, de parque en parque. Después, el parón para comer todos los manjares que los mejores paladares de la capital murciana puedan regalar. Migas de harina con tropezones de chorizo, morcilla y panceta; paellas de verduras, de conejo, de ternera y pollo; toda clase de embutidos, cecina, jamón de la tierra y los mejores postres caseros desde los inseparables natillas y arroz con leche hasta fresas en zumo de naranja y otros tradicionales como los paparajotes con un sabor a naturaleza gracias a la hoja de limonero que vive en su interior. Lo mejor del día, sin duda.

Tras el festín volvimos al ruedo. Parque de la Pólvora, donde están los borrachos más intensos; Parque de la Fama, donde están los borrachos más universitarios; Parque de la Seda, donde están los borrachos más perdidos. Y entre calles orinadas, bebidos agresivos y calles infectadas de gente haciendo “eses” en vez de pronunciarlas, íbamos de un lado hacia otro. Encontrándonos a conocidos borrachos y borrachos por conocer.

Fuimos a recoger a un amigo de Nacho, a la Plaza Santo Domingo. Nuestras miradas se entrecruzaron en un “flashback” violento. La última imagen que tenía de este amigo de Nacho era la de ser agarrados y golpeados sin piedad en mitad del último “derbi” contra el Ciudad de Murcia. Aquel tipo era el que me cubría en el centro del campo y del que no guardaba ni el mínimo buen recuerdo. Pensé: “no necesito que haya nada entre tú y yo…” Y me dijo Nacho, “es mi mejor amigo” y sonreí de la forma más diplomática que me permitieron mis carrillos tensos.

Acabamos esperando horas y horas para ver a “Pignoise” donde me encontré con mi gran amiga Laura. Realicé la labor sucia, hice cola y ella vio el concierto. Cuando empezaron a tocar tuve que irme. Y menos mal, pues habría empañado un poco la banda sonora del día que tiene nombre y apellidos gracias a mi maestro musical Leandro de la Poza, que tanto me insistió en que hiciera uso de la discografía de Extremoduro de la que hasta aquel día sólo se salvaban “Standby” y “A fuego”.

Al fin y al cabo fue una bonita experiencia, a la par que extraña, y ninguno de los posteriores bandos fue como aquél. No puedo evitar no acordarme de aquel día cuando escucho “Cerca del suelo”. ¡Que bonitos son los recuerdos diluidos en música¡ Aquel día de tanto andar, tanto reírme, tanta gente desconocida y tanto todo en el que me interné por primera vez con mi camisa Tommy Hilfiger, mi chaqueta vaquera blanca y mi hígado virgen entre una horda de huertanos ebrios y sucios. Ni con cola. Pero “se puso a cantar el Fito y nos fuimos dando saltos con el corazón blandito subiendo hacia lo más alto…”

Pablo Melgar

 

Cerca del suelo – Extremoduro