Me recetaron escribir para curarme el alma, y funcionó. Por aquel entonces era la existencia la que me perseguía por cada rincón. Cuando paseaba por la calle podía sentir sus pasos siguiéndome, en cada esquina. Hasta en la cama escuchaba su respiración a la vez que la mía, con los ojos cerrados y muerto de miedo. No lo podía soportar. Y el tiempo me aplastaba en la cara y las lágrimas se agolpaban en mis ojos. En aquellos días vivía en la respiración intermitente.

Entonces fui a ver a una hechicera. Una sabia mujer conocedora en el arte del cuerpo humano y todos sus intríngulis. Y comenzamos una larga y productiva conversación metafísica acerca de la vida, las motivaciones que nos hacen levantarnos cada mañana e incluso del sentido de las cosas. Aquella mujer, maga, sibila, bruja (en el buen sentido de la palabra), aquella doctora me tranquilizó más que nadie. Por último me dijo: “ve a hablar con una psicóloga que te de otro punto de vista más racional que el mío” y me dio una libreta granate: “escribe todos los días”, esa fue su receta.

Esa misma noche abrí aquel cuaderno y pasé la primera página. La dejé en blanco. Y en la segunda escribí unos versos que no eran míos sobre la muerte. Fue un acto de valentía. Estaba absolutamente convencido que aquella mujer había hecho algún conjuro en aquellas hojas y ellas mismas entendían todo lo que, con tinta, yo plasmaba en sus láminas. Pasé la página. Miré la hora y empecé a escribir tal y como me sentía. Las primeras palabras que me vinieron a la mente fueron las que, al final, quedaron agrupadas en un poema sin rima, ni métrica, ni significado tal vez. Estaba en terapia de desintoxicación del espíritu.

No es mi diario, con estas páginas converso todos los días y les cuento mis penas y mis desavenencias del mundo. También alguna que otra alegría, pero eso es infinitamente más difícil de expresar. Entonces ellas siempre están ahí, y responden: “oye esto es bueno”, “oye, esto quédatelo para ti”. Consiguen calmarme.

Y pasó el tiempo. Todas las noches tenía mi cita con la pluma y cada vez me sentía más cómodo. Pensaba en palabras durante el día y escribía palabras por la noche. Aquello me hizo pasar a otra dimensión, como aquel que sube un escalón más, como ese que descifra un capítulo más en el jeroglífico de su vida. El mundo de las letras me llamó y eso era algo reconfortante pues había vagado largo tiempo atrás sin vocación alguna, mis pies estaban hartamente cansados.

El siguiente paso era asomarme al vacío y gritar, expulsar mis sentimientos abiertamente. Buscar por todos los rincones del mundo si hay personas que se parecen a mí, o que se sienten igual. Esa fue la idea. Y me abrí un blog: Kilómetro 0.

Lo primero fue publicar todas mis ideas depresivas y apocalípticas sobre el fin del mundo y la oscuridad del alma. Al principio sólo tenía escritos de color negro. Pero no podía dar esa versión de mí mismo al mundo exterior. Yo soy algo más que una cabeza gacha y alguna que otra lágrima emborronando la tinta del papel. Y me puse a experimentar.

Cine, música, sentimientos, experiencias, críticas, sucesos, versos, canciones, personajes, autores, lugares…todo me empezó a interesar. Sentí como si mi alma empezara a colorearse. Viajé por inimaginables lares y me metí en la piel de incalculables hombres. La curiosidad, don de Dioses y genios, y de curiosos. Encontré algo que me llenaba, por fin.

Ha pasado un año desde que abrí este rincón. Este rincón mío abierto al mundo. Y ojeo el archivo de entradas y consigo verme tiempo atrás, inmerso en tantas preocupaciones e inquietudes. En tantas tristezas y ensoñaciones. Toda la evolución que he sufrido desde que el calendario tenía un año menos. No me siento orgulloso de todo lo escrito, ni mucho menos. Es cierto que ahora releo algunos escritos escupidos, que tiempo atrás me habían satisfecho y ahora los veo tan frágiles…Me queda todo que aprender. Ha sido para mí el punto de partida, mi kilómetro cero.

Y gracias a esta génesis de curiosidad me di cuenta que en mis propias venas, en la sangre que corre por ellas, hay infinitos consejos y un arte en sí mismo ya concebido al que me tengo que aferrar como guía y ejemplo. Me he formado tanto sobre el mundo y toda su abertura, sobre mí y las cosas que merecen la pena dedicar el tiempo, que me falta vida para todo lo que quiero conocer. Pero sobre todo una cosa, que hay cosas en el mundo a las que merecen la pena dedicar tu tiempo.

Pablo Melgar

 

Año nuevo – Vetusta Morla

“La única gente que me interesa es la que está loca, la gente que está loca por vivir, loca por hablar, loca por salvarse, con ganas de todo al mismo tiempo, la gente que nunca bosteza ni habla de lugares comunes, sino que arde, arde como fabulosos cohetes amarillos explotando igual que arañas entre las estrellas.”

(On the road – Jack Kerouac)