El horizonte es eterno ante mis ojos. Masco tabaco, mientras veo la infinita carretera que me lleva hacia algún sitio. Hace días que no me afeito, empieza a picarme la cara, no creo tener muy buen aspecto; desde luego en el espejo retrovisor no vive un hombre en buenas condiciones. Mis gafas de aviador están ralladas de aquel enfrentamiento en Louisiana, pero aún colorean todo el paisaje de color arena. De vez en cuando respiro hondo, de forma intermitente, por la preocupación (como cuando acabas de llorar). La vista se divide en dos. Abajo la tierra es dura, color desierto, solamente la fuerte vegetación soporta las condiciones del terreno y, de vez en cuando se cruzan círculos de ramas por la carretera, como si augurara la aparición de algún pistolero. Arriba el cielo, a ratos de un color diferente. En el casete trabaja una cinta de los Creedence que doy la vuelta una y otra vez. Empiezo a oler mal, tres días y dos noche en carretera no sientan muy bien y al coche tampoco.

Un millón de dólares, ¿qué haré con tanto dinero?. Ella es una buena chica, no se merece lo que le hice. Pero estoy harto de mi vida, quiero algo nuevo. Caen rayos al fondo, por detrás de la gran nube que me espera en un par de horas. Todavía estoy fuera de ella y el Sol quema mi cogote. Hay viento, ya son tres las veces que he tenido que dar marcha atrás para recoger mi sombrero blanco volado por el viento.

¡Qué raro! Veo alguien haciendo dedo a un kilómetro o dos. ¿Quién será? Igual es una rubia potente apeada por un motero machista, que quiere la compañía de un vaquero de verdad. Fantaseo mientras hundo mi pie en el acelerador y me acerco a husmear.

-¿Qué hace una joven como tú en el fin del mundo?-le pregunto a la que, en efecto era una mujer, no tan guapa como en mis fantasías pero bastante atractiva.-¿necesitas transporte?.

-Hola encanto-me responde con una sensual voz, y, acto seguido, salta por encima de la puerta y se sube a mi descapotable con un pequeño bolso bajo el brazo y sin decir ni una palabra más.

Reconozco que se me empalmó al escuchar su atractiva voz. Le di la vuelta a la cinta de los Creedence y proseguí camino. No supe qué decir en los próximos minutos, cosa que a ella parecía no importarle. Sacó un cigarrillo del bolso, abrió mi guantera y encendió mi mechero, después de cogerlo prestado.

-No quiero más-dijo al minuto, y me colocó el cigarro en la boca. Lo que me hizo toser, ya que no me lo esperaba.

Las pulsaciones se me dispararon y empecé a saborear el cigarro que provenía de esa cama de plumas que era su boca. No, más bien, eran fresas con nata o jugo de tomate. No se si el cigarro era Chester, Marlboro o Lucky Strike y eso que yo los podría reconocer a dos pueblos de distancia. Sólo me sabía a los restos de carmín rojo que había dejado en él. Y, claro, seguíamos y seguíamos, no abríamos la boca y “Hello Mary Lou” sonaba de fondo. A decir verdad, casi no había visto su cara, sólo sabía que llevaba unas gafas rojas, su pelo era negro y conocía el sabor de su pinta labios. Esa mujer, había conseguido hacerme olvidar todo. No me daba buena espina. ” Otro día os contaré como sigue…

Pablo Melgar

 

Hello Mary Lou – Creedence Clearwater Revival