Los seres humanos somos caprichosos por naturaleza, siempre queremos lo que no tenemos. Recuerdo que de adolescente viví unos episodios que están a la altura de guión de telenovela. Con 14 años siempre uno está despechado, aunque tengas chicas para elegir, ese idealismo extremo y exagerado de un Romanticismo de Andy & Lucas te hacía llegar a los límites del suicidio (ahora lo entiendo perfectamente). Y ahí estaba yo, mirando fotos en mi ordenador de la chica que me llevaba loco y ahogándome en mis penas, cuando retomé contacto con una de mis primeras conquistas. Hablábamos todas las noches un poquito por el Messenger y compartíamos lágrimas, pues teníamos 14 años, y tan bien nos compadecíamos que surgió la química. Aprovecho para hacer una enorme crítica a los medios telemáticos de ocio. Mis problemas con las mujeres siempre han sido por vergüenza y cuando no me atrevía a decir algo lo mandaba por SMS y, claro, cuando tienes a la chica delante, no procede.
Pero bueno, sigamos con la historia. Yo estaba muy contento de atreverme a empezar algo con esta chica, pues siempre habíamos tenido una relación muy buena, aunque todavía no había escuchado “Son de amores” o “Tanto la quería” pensando en ella. Pero todo llegaría seguro (y llegó, ¡vamos que si llegó!). Pero cuando se hizo público, un Instituto es peor que Sálvame, créanme, que cuando uno cuenta algo se entera hasta el más tonto. Y ahí es cuando entró en acción la chica por la que yo quería cortarme las venas. Al enterarse de que yo ya no moría por ella, cosa que ella sabía perfectamente, aunque no se lo había dicho (¡vamos que si lo sabía!); pues una tarde me habló muy cariñosamente. Esa tarde yo me derretí como se derriten los polos de hielo que te chorrean por la cara en verano (esos que no les gustan a las madres:”¡Cómprate el que quieras, pero no de hielo!”, me decía siempre mi madre). Y me embaucó en una traición en grado de tentativa, pues yo estaba totalmente dispuesto, es más, me aprendí “Hasta los huesos” (otro temazo de Andy & Lucas).
Convencido estaba yo de irme con la chica que me impregnaba de aires suicidas, y cuando estábamos a punto de fugarnos como Clarence y Alabama en “Amor a quemarropa” ella se echó atrás. Todo esto es más complicado de lo que parece pues las dos chicas implicadas eran mejores amigas y una de ellas salía con mi mejor amigo y otra era el amor platónico de otro mejor amigo mío, toda una red de pasión y traiciones enorme. Pues adivinad que pasó, yo que intenté imponerme como haría el maestro Sabina: “Entre ese idiota y yo, cual Júpiter tronante, tú eliges, dije yo”, pero esta vez ella no se quedó con el idiota, pues el idiota claramente que era yo. Mi chica se mosqueó, y normal, pues no sienta muy bien eso de que haya traición, aunque sea en grado de tentativa, y mi fuente suicida siguió con mi amigo. Y ahí me dejaron, en el mismo sitio en el que estaba al principio, mirando fotos en el ordenador y escuchando “Andy & Lucas” pero ahora la fuente de mi estado suicida era la chica tan maja que quería estar conmigo y a la que casi traiciono. ¿No es, de veras, para suicidarse?
Pablo Melgar
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