Mircea Cărtărescu

No puedo mover la aguja de la brújula solo concentrándome.
Lo he intentado. No soy capaz.
No puedo transmitir la imagen de una carta de la baraja. Lo he intentado.
He querido levitar, y tumbado de espaldas en el sudor de una cama deshecha
me he concentrado media hora hasta sentir que enloquezco.
He intentado hacer que una chica me mire en el metro
y por supuesto que no me ha mirado.

¡Señor, no soy tu elegido!
 
Mi mente no puede cambiar el mundo.
No tengo amor suficiente, fe suficiente.
No tengo un aura en torno a la cabeza.
No te me has aparecido y no me has enviado señal alguna.
 
Palpo con los dedos el mantel de hule:
no cede, no se transforma en vapores rojizos.
Toco los bucles de mi hija:
son suaves, de un dorado oscuro.
Nada es distinto a lo que me dicen los sentidos. No existe la ilusión.
Mi mente es el espejo plano del mundo.
Plano, liso.
 
Ni un rasguño.
Ni una vida anterior, ni un ser ectoplasmático.
Ni Agarthi, ni Shambala
ni Maya, y los sueños
son tan solo cosmética barata.
 
Contemplo el fuego del hornillo, como hipnotizado.
Sé que estuve en un útero.
Sé que estaré en un féretro. O que ensuciaré la tierra con mi sangre.
No encontraré yo la fisura.
No volveré yo la cabeza en la fotografía de grupo.