Poesía española

«Me defiendo con esta mirada
que mana de las ondas por donde el alba no se atreve,
yo, poeta sin brazos, perdido
entre la multitud que vomita,
sin caballo efusivo que corte
los espesos musgos de mis sienes».
Biografía
Federico García Lorca (Granada, 1898 – Asesinado, 1936) no fue solo un poeta y dramaturgo excepcional; fue un fenómeno cultural, un espíritu libre cuya obra y vida lo han convertido en el autor más universal de la literatura española del siglo XX. Miembro destacado de la Generación del 27, Lorca destacó no solo por su talento literario, sino también por su personalidad arrolladora y su trágico final, que lo elevó a la categoría de símbolo.
Formado en música, derecho y letras en Granada y Madrid, Lorca se sumergió en el ambiente intelectual de la Residencia de Estudiantes, donde entabló amistad con figuras como Salvador Dalí, Luis Buñuel y Rafael Alberti. Este entorno fue fundamental para el desarrollo de su voz poética, marcada por una profunda sensibilidad hacia lo popular, lo marginal y lo universal.
Entre 1929 y 1930, Lorca vivió una experiencia transformadora durante su estancia en Nueva York como becario. La ciudad, con su caos y su modernidad, dejó una huella imborrable en su obra, como se aprecia en Poeta en Nueva York, donde explora temas como la alienación, la injusticia social y la fragilidad humana.
De regreso a España, en 1932, fundó La Barraca, un proyecto teatral ambicioso que buscaba llevar el arte dramático a los pueblos más remotos del país. Esta iniciativa reflejaba su compromiso con la cultura como herramienta de transformación social, un ideal que chocó con los sectores más conservadores de la época.
Aunque su obra fue ampliamente admirada, también generó controversias y enemistades. Su poesía y teatro, cargados de simbolismo y pasión, exploraban temas como el amor, la muerte, la identidad y la opresión, resonando con una intensidad que aún hoy conmueve. Sin embargo, su asesinato en 1936, en las primeras etapas de la Guerra Civil, truncó su carrera y lo convirtió en un mártir de la libertad artística y humana.
POETK
Para Federico García Lorca, la poesía era algo más que palabras; era un acto de revelación. Él mismo la definió como “la unión de dos palabras que uno nunca supo que pudieran juntarse, y que forman algo así como un misterio”. Esta idea resume la esencia de su obra: una búsqueda constante de lo inesperado, lo profundo y lo universal a través del lenguaje.
Lorca fue un poeta de contrastes. Por un lado, desbordaba vitalidad y simpatía, una energía que lo convertía en el alma de cualquier reunión. Por otro, su obra revela un íntimo malestar, una sensibilidad aguda hacia el dolor humano y la imposibilidad de realización plena. Esta dualidad se refleja en su poesía, donde conviven la gracia bulliciosa y el destino trágico, lo efímero y lo eterno.
Uno de los mayores logros de Lorca fue su capacidad para fusionar lo popular y lo culto. Recogió las formas folclóricas de la tradición oral andaluza —canciones, romances, leyendas— y las elevó a la categoría de arte universal. Al mismo tiempo, integró con maestría las corrientes vanguardistas de su época, especialmente el surrealismo, creando un universo poético único y reconocible.
En su obra, ciertos símbolos se repiten con una fuerza casi obsesiva: la luna, asociada a la muerte y la fertilidad; el agua, que fluye entre la vida y la destrucción; el caballo, como representación del instinto y la libertad; y la sangre, que encarna la pasión y la violencia. Estos elementos no son meros adornos, sino pilares de un lenguaje poético que habla directamente al inconsciente.
Lorca logró lo que pocos autores han conseguido: crear una poesía profundamente arraigada en su tierra y, al mismo tiempo, abierta a todas las culturas y tiempos. Su neopopularismo no es un regreso al pasado, sino una reinvención de lo tradicional desde una mirada moderna. Y su surrealismo no es un escape de la realidad, sino una forma de profundizar en ella, de desvelar sus misterios más ocultos.

ETAPAJUVENTUD
La producción lírica de Federico García Lorca suele dividirse en dos etapas claramente diferenciadas: una de juventud, marcada por la exploración y la influencia de las corrientes modernistas y simbolistas, y otra de plenitud, donde alcanza su voz más personal y universal.
En sus primeros años, Lorca se sumergió en el mundo de la prosa con Impresiones y paisajes (1918), una obra que surgió tras un viaje inspirador por Castilla. Este texto, aunque menos conocido que su poesía, ya revelaba su sensibilidad hacia el paisaje y su capacidad para captar la esencia de los lugares y las emociones que evocan.
Poco después, en 1921, publicó Libro de poemas, una colección que refleja la influencia de grandes figuras como Rubén Darío, Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez. En esta etapa, Lorca proyecta un amor idealizado pero sin esperanza, un sentimiento abocado a la tristeza y la melancolía. Sus versos, aunque aún en formación, ya muestran destellos de la intensidad emocional y la musicalidad que caracterizarían su obra posterior.
Esta fase de juventud fue un periodo de aprendizaje y experimentación, donde Lorca absorbió las tendencias literarias de su tiempo mientras comenzaba a forjar su propia voz. Aunque estos primeros trabajos no alcanzan la madurez de sus obras posteriores, son fundamentales para entender su evolución como poeta y su conexión con las raíces de la tradición literaria española.
‘Impresiones y paisajes’ (1918)
ALBAICÍN
A Lorenzo Martínez Fuset, gran amigo y compañero.
Surgen con ecos fantásticos las casas blancas sobre el monte… Enfrente, las torres doradas de la Alhambra enseñan recortadas sobre el cielo un sueño oriental.
El Dauro clama sus llantos antiguos lamiendo parajes de leyendas morunas. Sobre el ambiente vibra el sonido de la ciudad.
El Albaizín se amontona sobre la colina alzando sus torres llenas de gracia mudéjar… Hay una infinita armonía exterior. Es suave la danza de las casucas en torno al monte. Algunas veces entre la blancura y las notas rojas del caserío, hay borrones ásperos y verdes oscuros de las chumberas… En torno a las grandes torres de las iglesias, aparecen los campaniles de los conventos luciendo sus campanas enclaustradas tras las celosías, que cantan en las madrugadas divinas de Granada, contestando a la miel profunda de la Vela.
En los días claros y maravillosos de esta ciudad magnífica y gloriosa el Albaizín se recorta sobre el azul único del cielo rebosando gracia agreste y encantadora.
Son las calles estrechas, dramáticas, escaleras rarísimas y desvencijadas, tentáculos ondulantes que se retuercen caprichosa y fatigadamente para conducir a pequeñas metas desde donde se divisan los tremendos lomos nevados de la sierra, o el acorde espléndido y definitivo de la vega. Por algunas partes, las calles son extraños senderos de miedo y de fuerte inquietud, formadas por tapiales por los que asoman los mantos de jazmines, de enredaderas, de rosales de San Francisco. Se siente ladrar de perros y voces lejanas que llaman a alguien casualmente con acento desilusionado y sensual. Otras, son remolinos de cuestas imposibles de bajar, llenas de grandes pedruscos, de muros carcomidos por el tiempo, en donde hay sentadas mujeres trágicas idiotizadas que miran provocativamente…
Están las casas colocadas, como si un viento huracanado las hubiera arremolinado así. Se montan unas sobre otras con raros ritmos de líneas. Se apoyan entrechocando sus paredes con original y diabólica expresión. Aparte de las mutilaciones que ha sufrido por algunos granadinos (mal llamados así) este barrio único y evocador, lo demás conserva plenamente su ambiente característico… Al deambular por sus callejas surgen escenarios de leyendas.
Altares, rejas, casonas enormes con aires de deshabitadas, miedosos aljibes en donde el agua tiene el misterio trágico de un drama íntimo, portalones destartalados en donde gime un pilar entre las sombras, hondonadas llenas de escombros bajo los cubos de las murallas, calles solitarias que nadie las cruza y en donde tarda mucho una puerta en aparecer…, y esa puerta está cerrada, covachas abandonadas, declives de tierra roja en donde viven los pulpos petrificados de las pitas. Cavernas negras de la gente nómada y oriental.
Aquí y allá siempre los ecos moros de las chumberas… Y las gentes en estos ambientes tan sentidos y miedosos inventan las leyendas de muertos y de fantasmas invernales, y de duendes y de marimantas que salen en las medias noches cuando no hay luna vagando por las callejas, que ven las comadres y las prostitutas errantes, y que luego lo comentan asustadas y llenas de superstición. Vive en estas encrucijadas el Albaizín miedoso y fantástico, el de los ladridos de perros y guitarras dolientes, el de las noches oscuras en estas calles de tapias blancas, el Albaizín trágico de la superstición, de las brujas echadoras de cartas y nigrománticas, el de los raros ritos de gitanos, el de los signos cabalísticos y amuletos, el de las almas en pena, el de las embarazadas, el Albaizín de las prostitutas viejas que saben del mal de ojo, el de las seductoras, el de las maldiciones sangrientas, el pasional…
Hay otros rincones por estas antigüedades, en que parece revivir un espíritu romántico netamente granadino… Es el Albaizín hondamente lírico… Calles silenciosas con hierbas, con casas de hermosas portadas, con minaretes blancos en los que brillan las verdes y grises mamas del adorno característico, con jardines admirables de color y de sonido. Calles en que viven gentes antiguas de espíritu, que tienen salas con grandes sillones, cuadros borrosos y urnas ingenuas con Niños Jesús entre coronas, guirnaldas y arcos de flores de colorines, gentes que sacan faroles de formas olvidadas al paso del Viático y que tienen sedas y mantones de rancio abolengo.
Calles en que hay conventos de clausura perpetua, blancos, ingenuos, con sus campaniles chatos, con las celosías empolvadas, muy altas, rozando con los aleros del tejado…, donde hay palomas y nidos de golondrinas. Calles de serenata y de procesión con las candorosas vírgenes monjiles… Calles que sienten las melodías plateadas del Dauro y las romanzas de hojas que cantan los bosques lejanos de la Alhambra… Albaizín hermosamente romántico y distinguido. Albaizín del compás de Santa Isabel y de las entradas de los cármenes. El Albaizín de las fuentes, de las glorietas, de los cipreses, de las rejas engalanadas, de la luna llena, del romance musical antiguo, el Albaicín de la cornucopia, del órgano monjil, de los patios árabes, del piano de mesa, de los amplios salones húmedos con olor de alhucema, del mantón de cachemira, del clavel…
Al recorrer estas calles se van observando espantosos contrastes de misticismo y lujuria. Cuando se está más abrumado por el paseo angustioso de las sombras y las cuestas, se divisan los colores suaves y apagados de la vega, siempre plateada, llena de melancólicos tornasoles de color…, y la ciudad durmiendo aplanada entre neblinas, en las que descuella el acorde dorado de la catedral enseñando su espléndida girola y la torre con el ángel triunfador.
Hay una tragedia de contrastes. Por una calle solitaria se oye el órgano dulcemente tocado en un convento… y la salutación divina de Ave María Stella dicha con voces suavemente femeninas… Enfrente del convento, un hombre con blusa azul maldice espantosamente dando de comer a unas cabras. Más allá unas prostitutas de ojos grandes, negrísimos, con ojeras moradas, con los cuerpos desgarbados y contrahechos por la lujuria, dicen a voz en cuello obscenidades de magnificencia ordinaria; junto a ellas, una niña delicada y harapienta canta una canción piadosa y monjil…
Todo nos hace ver un ambiente de angustia infinita, una maldición oriental que cayó sobre estas calles.
Un aire cargado de rasgueos de guitarras y de gritos calmosos de la gitanería.
Un sonido de voces monjiles y un runrún de zambra anhelante.
Todo lo que tiene de tranquilo y majestuoso la vega y la ciudad, lo tiene de angustia y de tragedia este barrio morisco.
Por todas partes hay evocaciones árabes. Arcos negruzcos y herrumbrosos, casas panzudas y chatas con galerías bordadas, covachas misteriosas con líneas del oriente, mujeres que parecen haber escapado de un harem… Luego una vaguedad en todas las miradas que parece que sueñan en cosas pasadas…, y un cansancio abrumador.
Si alguna mujer llama a sus hijos o a alguien, es un quejido lento lo que murmura y los brazos caídos y las cabezas despeinadas dan una impresión de abandono a la suerte, y una creencia en el destino verdaderamente musulmana. Hay siempre ritmos gitanos en el aire y canciones desesperadas o burlonas, con sonidos guturales. Por las callejas se ven los cerros dorados con murallas árabes. Hay heridas en las piedras manando agua clara que se arrastra serpeando calle abajo.
En las cocinas, las macetas de claveles y geranios se miran en las ollas y perolas de cobre, y las alacenas abiertas en la tierra húmeda se muestran repletas de los cacharros morunos de Fajalauza.
Hay perfumes de sol fuerte, de humedad, de cera, de incienso, de vino, de macho cabrío, de orines, de estiércol, de madreselva. Hay en los ambientes un gran barullo extraño, envuelto en los sonidos oscuros que lanzan las campanas de la ciudad.
Un cansancio soleado y umbroso, una blasfemia eterna y una oración constante. A las guitarras y los jaleos de juerga en mancebía, responden las voces castas de los esquilines llamando a coro.
Por encima del caserío se levantan las notas funerales de los cipreses, luciendo su negrura romántica y sentimental… Junto a ellos están los corazones y las cruces de las veletas que giran pausadamente frente a la majestad espléndida de la vega.
‘Libro de Poemas’ (1921)
BALADA DE LA PLACETA
CANTAN los niños
en la noche quieta:
¡Arroyo claro,
fuente serena!
LOS NIÑOS
¿Qué tiene tu divino
corazón en fiesta?
YO
Un doblar de campanas
perdidas en la niebla.
LOS NIÑOS
Ya nos dejas cantando
en la plazuela.
¡Arroyo claro,
fuente serena!
¿Qué tienes en tus manos
de primavera?
YO
Una rosa de sangre
y una azucena.
LOS NIÑOS
Mójalas en el agua
de la canción añeja.
¡Arroyo claro,
fuente serena!
¿Qué sientes en tu boca
roja y sedienta?
YO
El sabor de los huesos
de mi gran calavera.
LOS NIÑOS
Bebe el agua tranquila
de la canción añeja.
¡Arroyo claro,
fuente serena!
¿Porque te vas tan lejos
de la plazuela?
YO
¡Voy en busca de magos
y de princesas!
LOS NIÑOS
¿Quién te enseñó el camino
de los poetas?
YO
La fuente y el arroyo
de la canción añeja.
LOS NIÑOS
¿Te vas lejos, muy lejos
del mar y de la tierra?
YO
Se ha llenado de luces
mi corazón de seda,
de campanas perdidas,
de lirios y de abejas,
y yo me iré muy lejos,
más allá de esas sierras,
más allá de los mares,
cerca de las estrellas,
para pedirle a Cristo
Señor que me devuelva
mi alma antigua de niño,
madura de leyendas,
con el gorro de plumas
y el sable de madera.
LOS NIÑOS
Ya nos dejas cantando
en la plazuela,
¡arroyo claro,
fuente serena!
Las pupilas enormes
de las frondas resecas
heridas por el viento
lloran las hojas muertas.
ETAPAPLENITUD
La etapa de plenitud de Federico García Lorca comienza con Poema del cante jondo (1921), una obra que marca el inicio de su neopopularismo y su profunda conexión con la esencia andaluza. «Somos un pueblo triste», escribió el poeta, capturando en sus versos los temas trágicos del cante gitano: el amor, la muerte, el dolor, la pena y el rechazo. Este poemario no solo refleja la musicalidad y el ritmo del flamenco, sino que también establece las bases de un estilo que fusiona lo popular y lo culto, lo tradicional y lo universal.
En Primeras canciones (1927) y Canciones (1936), Lorca continúa explorando las formas de la canción y el romance, pero ahora con una mayor profundidad temática. El tiempo y la muerte se entrelazan en paisajes lunares, amaneceres y ciudades andaluzas, creando una atmósfera lírica única: «Un brazo de la noche / entra por mi ventana». Estos poemas son ventanas a un mundo donde lo cotidiano se transforma en símbolo, y lo efímero adquiere una dimensión eterna.
Sin embargo, es en el Romancero gitano (1928) donde Lorca alcanza una de sus cumbres creativas. Aquí, la muerte y la incompatibilidad moral del mundo gitano con la sociedad burguesa se convierten en los ejes centrales. Con un lenguaje que mezcla lo popular y lo culto, Lorca eleva al gitano a la categoría de mito literario: «¡Oh pena de los gitanos! / Pena limpia y siempre sola». La influencia del compositor Manuel de Falla es palpable en la musicalidad de estos romances, que combinan lo lírico y lo dramático con una maestría sin igual.
La experiencia de Lorca en Nueva York dio lugar a uno de sus poemarios más impactantes: Poeta en Nueva York (1930). Aquí, la civilización moderna y la naturaleza chocan en una visión desgarradora de la ciudad como un espacio de pesadilla y deshumanización: «yo, poeta sin brazos, perdido / entre la multitud que vomita». Con un lenguaje surrealista, Lorca expresa la angustia y el aislamiento del ser humano en la sociedad industrial, utilizando imágenes visionarias y una libertad expresiva que alterna el verso libre con formas métricas tradicionales.
En Diván del Tamarit (1940), Lorca se inspira en la poesía arábigo-andaluza para crear un libro de atmósfera oriental, donde el amor se presenta como una experiencia frustrante y amarga: «Todas las tardes en Granada, / todas las tardes se muere un niño». Este poemario es un testimonio de su capacidad para reinventar formas clásicas y dotarlas de una sensibilidad moderna.
Uno de los momentos más emotivos de su obra es el Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías (1935), una elegía que combina el dolor personal con el homenaje al torero sevillano, amigo y mecenas de los poetas del 27: «Dile a la luna que venga, / que no quiero ver la sangre / de Ignacio sobre la arena». Este poema es un canto desgarrador a la muerte, pero también una celebración de la vida y la amistad.
La obra poética de Lorca se cierra con los Sonetos del amor oscuro (1936), once sonetos de tema amoroso que exploran la pasión desde la voz de un mártir: «Llena, pues, de palabras mi locura / o déjame vivir en mi serena / noche del alma para siempre oscura». Estos poemas, escritos en plena madurez creativa, son un testimonio de su dominio de la forma clásica y su capacidad para expresar lo inefable.
‘Poema del cante jondo’ (1921)
Y DESPUÉS
Los laberintos
que crea el tiempo
se desvanecen.
/
(Sólo queda
el desierto.)
/
El corazón,
fuente de deseo,
se desvanece.
/
(Sólo queda
el desierto.)
/
La ilusión de la aurora
y los besos
se desvanecen.
/
Solo queda
el desierto.
Un ondulado
desierto.
CANCIÓN DE LA MADRE DEL AMARGO
Lo llevan puesto en mi sábana,
mis adelfas y mi palma.
/
Día veintisiete de agosto
con un cuchillito de oro.
/
La cruz. ¡Y vamos andando!
Era moreno y amargo.
/
Vecinas, dadme una jarra
de azófar con limonada.
/
La cruz. No llorad ninguna.
El Amargo está en la luna
‘Primeras canciones’ (1927)
REMANSILLO
Me miré en tus ojos
pensando en tu alma.
/
Adelfa blanca.
/
Me miré en tus ojos
pensando en tu boca.
/
Adelfa roja.
/
Me miré en tus ojos.
¡Pero estabas muerta!
/
Adelfa negra.
REMANSO, CANCIÓN FINAL
Ya viene la noche.
/
Golpean rayos de luna
sobre el yunque de la tarde.
/
Ya viene la noche.
/
Un árbol grande se abriga
con palabras de cantares.
/
Ya viene la noche.
/
Si tú vinieras a verme
por los senderos del aire.
/
Ya viene la noche.
/
Me encontrarías llorando
bajo los álamos grandes.
¡Ay morena! Bajo los álamos grandes.
CAUTIVA
Por las ramas
indecisas
iba una doncella
que era la vida.
Por las ramas
indecisas.
Con un espejito
reflejaba el día
que era un resplandor
de su frente limpia.
Por las ramas
indecisas.
Sobre las tinieblas
andaba perdida,
llorando rocío,
del tiempo cautiva.
Por las ramas
indecisas.
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