De niño, cada vez que apretaba el botón de mi discman para volver a poner la misma canción que tanto me gustaba y repetía una y otra vez, siempre pensaba: ¿no se cansará el cantante de repetirla tanto? Y es que me parecía un invento de brujería eso de que pudiéramos tener infinitos conciertos en nuestros oídos, de aquellos a los que tanto admiramos, con sólo apretar un botón.

Han pasado algunos años desde aquellas reflexiones inocentes de mi infancia pero sigo dándole valor a esa voz que se repite una y otra vez en mi reproductor, aunque el iPhone sea mucho más moderno que mi arcaico discman a pilas. Esa voz que pinta los colores de mis días y los convierte en desiertos o en noches estrelladas, en historias de largos caminos y finales épicos o simplemente en horas amenizadas con la música que más me gusta; se merece mi admiración.

Por eso fue una grata sorpresa poder colarme en el salón de los Arizona Baby y tener la oportunidad de decírselo. Sí, la sala de conciertos granadina Boogablub se había convertido la noche del sábado en el salón de casa de dos barbudos vallisoletanos que tocan rock and roll. Canapés, cervezas y vino servían en la inauguración del ciclo Caleidoscopio, y mientras, de fondo, sonaban versiones de Jimi Hendrix con ritmos latinos y de Nirvana con tonos surferos (elegidas por ellos mismos). Pero mis ojos  se desviaban en la dirección de la puerta de los camerinos de la Booga, a unos metros de mí, donde una barba gesticulaba con una cerveza en la mano. Era Javier Vielba, la voz.

Entre mi incredulidad de grupi comenzó el concierto y el Muddy River avisaba con su tono fronterizo más agudo: “I gotta tell you something…”. Y ya creo que tenían cosas que contar en la siguiente hora y media… Al “Mesías del Rock’n’roll…” le cantaban, en ese inglés sureño que seguro en Valladolid no aprendieron, mientras los dedos del Señor Marrón serpenteaban mástil arriba y abajo como si fueran culebras del páramo mejicano.

Me acordaba mientras de Neil Young y esos punteos que los Arizona habían versionado un año atrás en Murcia, junto a los Coronas, donde los había visto por segunda vez. La crítica que de ese concierto escribí fue compartida en su página web y arrancó alguna que otra felicitación vía Twitter por alguno de los miembros del grupo. “Seguro que fue una crítica buena…buena para nosotros”, me había dicho minutos antes la voz. Y yo lo repasaba mentalmente mientras comenzaba a atraverse con el alemán en la híbrida “The Model/Das Model” de Kraftwerk, y la gente comenzaba a levantarse de sus asientos.

Los pocos asistentes en la fiesta de los Arizona ya movían sus caderas al son de las guitarras, y cantaban humildemente las estrofas que su inglés de Granada les permitía entender. “End of the line” fue acompañado del sonido del contrabajo de Alfonso Alcalá, un autóctono bajista que se ofreció para complementar al dúo arizónico. ¡Y de qué forma lo hizo! La escala del estribillo no podía sonar mejor en cada uno de los temas con este nuevo fichaje, el country más viejo del lugar.

No son un grupo muy comercial pero quizás por eso tengan que recordar al público la existencia de un mercadillo de discos suyos en la puerta de cada local donde tocan y la de su nuevo videoclip, que según ellos “aspiraba a canción del verano…”. No la he escuchado en ningún chiringuito, es cierto, pero ojalá las playas sonaran a “This Old Road”.

Se atrevieron con “16 tons”, una de esas canciones que las primeras décadas del siglo nos regalaron aquellos músicos americanos que han nutrido a toda la música moderna. Eric Burdon, Bo Diddley o Johnny Cash lo habían intentado antes y ellos hicieron la mejor versión mortal de la inmortal canción.

“Somos artesanos”, así se me presentó la voz a la hora del cóctel y tenía razón pues conlleva un duro trabajo el del rol de cuentacuentos de carretera y manta, como el que demuestran en “Dirge”. Música de slide y orfebrería a unos pocos metros de distancia.

La noche, entre blues y rock and roll, se me pasó en un santiamén y había sudado como en los grandes conciertos. Aunque aquello fue una velada más personal e íntima, una reunión de rockeros que podría haber durado algunos temas más. Incluso pude estrechar sus manos y hablar de conciertos que se me habían quedado grabados en el corazón, durante unos minutos. Dijo que yo “era uno de los pocos románticos que quedaban”, puesto que les había elegido a ellos años atrás, antes que a Vetusta Morla (en el SOS 4.8) “que creo que estaban tocando en el otro escenario”, dijo.

Es posible que tuviera razón en esto también y sea esa la causa por la que guardo en mi caja de

palabras, que es este blog, aquellas canciones que me hicieron bailar como aquel niño con su discman. De este me quedo con “The Truth”, puesto que la voz me habló en persona y no dijo nada más que “la verdad, toda la verdad y nada mas que la verdad”. “Gracias por venir”, nos gritó en la puerta despidiéndonos, como si fuera su casa.

Pablo Melgar

Fotos: Fol Contreras (https://www.facebook.com/aQueTeSuena)

 

 The Truth – Arizona Baby