Lenny (el Papa joven): ¿Crees en Dios?
Gutiérrez: Yo…sí, sí creo.
Lenny: Yo no. Aquellos que creen en Dios no creen en nada más.

-The Young Pope-

“Sigamos, pues, Lázaro, suicidándonos en nuestra obra y en nuestro pueblo, y que sueñe éste vida como el lago sueña el cielo”.

-San Manuel Bueno, mártir-

Como Segismundo en su torre, escéptico ante su realidad, San Manuel Bueno, mártir, sufre constantemente al predicar la palabra de un Dios en el que no cree. En ese punto tendría dos opciones: la primera sería la de abandonarse a sí mismo y a los demás, pues si no hay Dios tampoco hay una finalidad en esta vida, ¿entonces para qué luchar?; la segunda, sería entregarse a los demás para que vivan esta cruda realidad de la forma más alegre posible, sonriendo. Según el relato de Miguel de Unamuno, la vida de don Manuel consistía en “arreglar matrimonios desavenidos, reducir a sus padres hijos indómitos o reducir los padres a sus hijos, y, sobre todo, consolar a los amargados y atediados y ayudar a todos a bien morir”. Eligió la segunda opción, hasta el día de su muerte.

A su misma vez, Lenny Belardo, el protagonista de la serie escrita y dirigida por Paolo Sorrentino para la HBO, The Young Pope, tiene el mismo dilema desde la sala más lujosa del Vaticano. Al igual que don Manuel, Lenny (Jude Law) es considerado un santo y su aura celestial le ha llevado al papado antes de los cincuenta. Pero no solo los milagros que se presupone ha llevado a cabo son los culpables de su papado, sino la seguridad que le da su inteligencia y su porte de estrella del rock and roll versión cura. Es un huérfano obsesionado con la ausencia de sus padres y la fe que profesa se basa en la esperanza de encontrarlos algún día. Mientras tanto, usará sus cartas de estratega para que la Iglesia católica vuelva a ver sus mejores días en este mundo.

“Lo sé. Soy increíblemente atractivo, pero por favor, intentemos olvidarnos un poco de ello.”

-Lenny-

“Su maravilla era la voz, una voz divina, que hacía llorar.”

-San Manuel Bueno, mártir-

He elegido “The Young Pope” para analizar la novela corta de Miguel de Unamuno porque encuentro una fuerte analogía entre ambas obras: los dos personajes tienen una personalidad hipnótica y son capaces de predicar la palabra de Dios mejor que nadie hasta hacer creer a los demás que son santos, pero en el fondo de sus corazones su poderosa inteligencia les dice que ese Dios que venden no existe. ¿Por qué lo hacen entonces? ¿Son santos o actores? La realidad es que su motivación es la de hacer más feliz la vida de un pueblo que no está preparado para entender la cruel realidad de la existencia.

En la pequeña aldea de Valverde de Lucerna, don Manuel es la conciencia superior de sus habitantes. Los ayuda a entender sus más bajas y altas pasiones, a solucionar sus problemas de conciencia y de familia; y les da un hilo de luz en lo que creer. Todos van a misa a escuchar su homilía y se inspiran con la seguridad de su presencia que no les hace más que bien en sus vidas.

Por su parte, Lenny es demasiado joven para ser la cara política de la Iglesia, sin embargo él mismo se cree una especie de Dios. Con místicas maneras y ceremonias consigue que la red mafiosa de cardenales, confinada entre las paredes del Vaticano gracias a la extorsión, crean en Dios por primera vez en mucho tiempo. Desde hacía siglos no había un Papa que tuviera las maneras de un Dios en la Tierra y eso levanta pasiones entre los ancianos clericales acostumbrados a la comodidad de una vida entre lujos.

“La gente dice que eres un santo que obra milagros”.

-The Young Pope-

“¡Qué suerte, chica, la de poder vivir cerca de un santo así, de un santo vivo, de carne y hueso, y poder besarle la mano! Cuando vuelvas a tu pueblo escríbeme mucho, mucho, y cuéntame de él.”

-San Manuel Bueno, mártir-

Gracias a la acción que provocaba en los demás, los enfermos creyentes acudían a su aldea para que don Manuel les curara. Según el relato de Ángela Carballino, la narradora, se dice que consiguió realmente “curaciones sorprendentes”. Su actitud hacia los demás era intachable, mostrando hacia todos el mismo afecto y sin querer más protagonismo que el de sentirse bien por ayudar a los demás. Por eso todos le quieren a su lado, porque son más felices con él cerca.

A su vez, Lenny tiene una situación bastante distinta a la de don Manuel porque no está rodeado de gente normal sino que su entorno está compuesto por “la élite” de la Institución. Sin embargo, hay testigos que prueban que curó a una mujer moribunda cuando apenas era un niño y consiguió que un matrimonio estéril tuviera un hijo tras una oración suya. No hay un personaje en toda la serie que no afirme su santidad tras conocerle en la intimidad, porque siempre provoca algo superior en ellos.

Don Manuel está muy lejos de los órganos que estructuran la Iglesia pero sabe perfectamente qué le conviene a los habitantes de la aldea. Porque su fe está puesta en las almas de su gente y, para él, Dios está en las sonrisas de los niños, en el río, en el cielo que vemos ahí arriba y en el consuelo de una anciana antes de morir. Sin embargo, San Manuel no cree en Dios y precisamente por eso es tan bueno con los demás, porque no les somete como hace la Institución con sus creyentes. Él simplemente pone en práctica los valores cristianos tal y como deberían de aplicarse, lejos de la oscuridad y la dictadura practicada durante siglos por una Iglesia ligada a la monarquía autoritaria.

Igualmente, Lenny está muy lejos de ser un personaje más en el nido de víboras que supone la esfera más alta de la Iglesia. Quienes han llegado hasta allí es porque han trepado todos los escalones, desde donde se encuentra don Manuel en Valverde de Lucerna hasta la política. Para ascender en esa red de intereses, los cardenales mienten, extorsionan, falsifican pruebas, sacan a la luz secretos morbosos e incluso cometen delitos como la pederastia o la utilización del dinero de la Iglesia para sus lujos personales. Sin embargo, las víboras nunca pueden sacar nada en contra de él salvo unas cartas de amor que escribió platónicamente a una chica que conoció cuando todavía no era sacerdote y que nunca envió realmente. Su actitud es intachable, nunca acepta más elogios que los que se da él mismo y nunca cae en ninguna tentación que pueda costarle su cargo. Por ello es un ejemplo para toda la cúpula eclesiástica que, posiblemente por primera vez en sus vidas, comienzan a actuar con la rectitud de un clérigo de verdad.

“Yo no debo vivir solo; yo no debo morir solo. Debo vivir para mi pueblo, morir para mi pueblo. ¿Cómo voy a salvar mi alma si no salvo la de mi pueblo”.

-San Manuel Bueno, mártir-

“Dejad que sea muy claro al respecto: Estoy aquí por una sencilla razón. Para no olvidar a nadie. Dios no deja a nadie atrás, eso es lo que me dijo cuando decidí servirle a Él. Y eso es lo que yo os digo ahora. Yo sirvo a Dios. Yo os sirvo a vosotros!”

-The Young Pope-

No obstante, una cosa es la cara externa que don Manuel ofrece a los demás y otra cosa muy distinta es la conciencia atormentada de su intimidad. Él miente cuando habla en la Iglesia, cuando habla de la muerte en un sentido místico y da esperanzas a las almas moribundas que reciben su extremaunción. Es una enorme contradicción la que tiene lugar en su interior y además un pecado. Sin embargo, vive con ello porque ser un buen cristiano es pensar primero en los demás antes que en uno mismo.

De igual modo, Lenny es una persona extremamente inteligente que no vive al margen de las esperanzas que vende la religión. Él es huérfano y la vida le robó la infancia, no tiene orígenes por lo que no siente pertenencia a nada más que a él mismo. Por eso se desenvuelve tan bien en todas las situaciones y cree en sí mismo antes que en Dios, pues se anticipa a la providencia para cambiarla a su antojo. Es amo y señor de la situación, por eso es tan buen actor. Por eso es tan buen Papa. Por eso sufre en el silencio de su habitación que le consume por dentro.

“Opio…, opio… Opio, sí. Démosle opio, y que duerma y que sueñe. Yo mismo, con esta mi loca actividad, me estoy administrando opio. Y no logro dormir bien, y menos soñar bien…¡Esta terrible pesadilla! Y yo también puedo decir con el Divino Maestro: «Mi alma está triste hasta la muerte».”

-San Manuel Bueno, mártir-

“Me amo a mí mismo más que a mi semejante. Más que a Dios. Yo creo solo en mí mismo. Yo soy el Señor omnipotente.”

-Lenny-

Al analizar con perspectiva estas dos historias de clérigos convertidos en santos por su pueblo, en personalidades tan influyentes en la gente y, a la vez, almas no creyentes; pienso la enorme crítica que hacen Miguel de Unamuno y Paolo Sorrentino al poner en entredicho la fe de los ídolos de la Iglesia. Realmente, los verdaderos creyentes son las personas de a pie que viven sus vidas con el sufrimiento de una vida finita y vacía. El pueblo necesita creer en algo, sobre todo en los momentos peores. Miguel Hernández lo expresó muy bien en su “Canción última” al decir que cuando “el odio se amortigua detrás de la ventana”, “será la garra suave”, y pide a gritos que le dejen la esperanza, pues es lo único que le queda.

Miguel de Unamuno fue muy crítico con la Restauración, una época negra en el que los partidos de derecha mandaban codo con codo con la Iglesia católica. La educación se basaba en la práctica más negra de un catolicismo basado en la culpa, el silencio y la obediencia. El secreto de la santidad de don Manuel es entender que se está engañando a la gente pero él no participa de las cuestiones políticas sino de las espirituales. Es consciente del engaño pero entiende que es necesario dar una última esperanza al final del camino a esos habitantes de su aldea que no han tenido la suerte de la dicha de una época feliz y próspera. Unamuno profundiza en las cuestiones del espíritu humano y las muestra desangrarse.

“De modo que hay que hacer que vivan de la ilusión”.

-San Manuel Bueno Mártir-

Paolo Sorrentino no es la primera vez que le saca los colores al Vaticano, pues ya ha dirigido películas en las que desenmascara la realidad mafiosa de la Iglesia católica en un país extremadamente religioso (Il Divo, 2008). Del Vaticano surge la mafia y la mafia vive en el Vaticano. Las extorsiones, los escándalos silenciados y la dirección de un rebaño que cree ciegamente lo que le digan, pues se lo dice su Dios. Pero no, se lo dicen personas que traman estrategias para crecer económicamente a cuesta del pueblo que escucha. Entonces sitúa a Lenny, un estratega con mente de sociópata que no cree en Dios pero que se desenvuelve mejor que nadie en el juego de tronos del Vaticano. Al final, todo es una mentira económica, nos dice el director. Pero Lenny, al final de la serie, da ilusión a su gente. Por fin sale a dar su primer discurso público y con la cara destapada. Un mundo entero le escucha atentamente sus gestos, sus palabras, su mensaje. Y sus últimas palabras prevalecen sobre cualquier mensaje que haya dado antes:

“¿Estamos vivos o muertos? ¿Somos buenos o somos malos? ¿Tenemos todavía tiempo o se ha acabado ya? ¿Estamos perdidos o nos hemos encontrado? ¿Somos hombres o somos mujeres? No importa, replicó Juana. Cuando los niños por fin le preguntaron: «¿Quién es Dios?», ella les dijo: «Dios sonríe».”

-Lenny-

Porque al final hay que creer en algo que nos levante cada mañana con ganas en esta realidad sin respuestas. El problema es cuando utilizan la última esperanza del poeta para convertirnos en esclavos, y España de eso sabe mucho, como Italia. Desde hace siglos se ha sabido utilizar muy pero que muy bien el mensaje de Dios para someter al pueblo a aceptar sus privilegios, por medio de una política de mensaje oscuro. La pena es que no tengan más voz los religiosos en busca de sonrisas. El miedo a la nada nos hace mirar para otro lado, pues mientras tengamos algo en lo que creer…

Pablo Melgar Salas

[infobox maintitle=”The Young Pope” subtitle=”“Nos hemos olvidado de ustedes… ¿Qué más hemos olvidado? Olvidamos masturbarnos, usar anticonceptivos, hacer abortos, celebrar el matrimonio gay, permitir que los sacerdotes amen y se casen. Olvidamos que podemos decidir morir si odiamos vivir. Divorciarse, permitir que las monjas den misa. Mis queridos hijos, no sólo olvidamos jugar, olvidamos ser felices. Y sólo hay un camino que conduce a la felicidad. Y ese camino se llama libertad.”” bg=”light blue” color=”black” opacity=”off” space=”30″ link=”no link”]

God – John Lennon