Las ciudades son las proyecciones que hacemos de ellas y cuando paseamos por las calles que nos han venido prácticamente dadas como una parte más de nuestra casa, no solo pisamos asfalto y vida cuando cruzamos de acera sino que aspiramos olores grabados tan a fuego en nuestra memoria como el estofado de nuestra madre. Y eso, en las ciudades donde uno ha crecido es algo normal, pues el barrio de Chamberí no es solamente aquel precioso barrio castizo de Madrid donde comerte un buen bocata de calamares y un par de porras al alba sino que a lo mejor es el lugar donde crecieron tus padres y del que procedes indirectamente. Pero cuando uno navega por el mundo, sale de la urbe donde flotan sus recuerdos y llega de prestado a una ciudad desconocida, la mitomanía del forastero va evolucionando, poco a poco, gracias al mecanismo de la rutina que la convierte en tu hogar.
Reconozco en parte el Madrid que me viene dado por nacimiento en “Saliendo de la Estación de Atocha”, de Ben Lerner, a pesar del prisma de foráneo desde el que está escrita, gracias a la mirada literaria de quien narra. Su protagonista es un poeta primerizo que viene desde Estados Unidos con una beca para llevar acabo un proyecto literario en Madrid acerca del reflejo de la poesía en la Guerra Civil. Y, desde el planteamiento de la novela se nos plantea una profunda reflexión sobre la creación literaria.
“Encendí el porro y me imaginé lo que estaría pasando dentro, tomando prestadas del cine español casi todas mis primeras proyecciones.”
La historia la narra en primera persona un joven Adam que no se cree a sí mismo poeta, pues tiene el pudor del lector empedernido que no puede compararse con sus ídolos. Así que no nos enfrentamos ante un relator omnisciente, fiel a su realidad, sino que tenemos que traducir el discurso polifónico de su conciencia. La novela está, en ocasiones, dirigida a sí mismo y narrada en una continua duda de quien se siente inseguro por culpa de su juventud y a causa de considerarse un farsante que gasta el dinero de su beca en hachís, fiestas y amor.
“Nada de esto es real. No te gusta Madrid, con los turistas y el polvo y el calor y las innumerable Pietás y la comida espantosa. Los putos fascistas. Estás listo para dejar de fumar, recoger, volver con los amigos y la familia. Has superado la poesía. Serás un especialista respetable o un abogado, pero se acabaron Teresa y el hachís y la bebida y las mentiras y la lírica y las intersecciones resultantes. Nunca he estado aquí, me dije. Nunca me has visto”.
Por lo tanto, es su conciencia quien reflexiona sin ningún pudor sobre todo aquello que observa y sentimos Madrid a través del ruido de los platos de la Plaza Santa Ana, los camellos que pasan hachís en el Retiro y las comidas y rincones que más llaman su atención; más dignos de un poema que de una guía turística. Sentimos su mirada artística aunque el se empeñe en convencer a sus lectores de que sus descripciones no son producto de ninguna mirada de escritor sino por el mero síntoma de su condición de forastero que contempla todo por primera vez. Sin embargo, su producción poética aparentemente infecunda es el diccionario con el que traduce cada uno de los capítulos de su aventura madrileña y a la vez consecuencia de todos ellos.
“¿Cuándo dejarás de fingir que solo finges ser poeta?”
Lejos está de ser un letrado sobre las materias más profundas del arte, en general, y se siente insignificante en las tertulias fraudulentas de los círculos más intelectuales de la ciudad, basadas en la mera palabrería. Y conforme avanza su estancia menos trabaja en su proyecto y más en su experiencia, que le lleva inevitablemente a su producción poética. Ello le lleva a ser parte de una intensa lucha entre el referente y su representación, pues es escritor aunque no se de cuenta de ello y, al mismo tiempo, es víctima de una intelectualidad que le aúpa gracias a unas traducciones de sus poemas con las que él apenas consigue identificarse.
“Quizá fuera capaz de sacarme de la manga varias frases gramaticalmente perfectas, ¿o es por la manga?, quizá no; mejor remedar declaraciones espontáneas aunque indirectas que confiar en mi soltura a tiempo real”.
El autor reflexiona en esta novela sobre el poder arbitrario del lenguaje, pues sin ni siquiera entender su propia obra escrita bajo los efectos de las drogas y las dudas, con mecanismos tan ilógicos como las extrañas traducciones que hace de los poemas de Lorca y con unas transcripciones de sus propias poesías al español muy pobres, Adam consigue el favor de la intelectualidad madrileña. Además, el lenguaje es el modo en el que todos y cada uno de los personajes tienen para interactuar con el medio. De igual forma en que los intelectuales lo usan para pretender ser más elevados de lo que son, el protagonista tiene la capacidad de ser el personaje que él quiera en un mundo de desconocidos y, a la vez, de interpretar la realidad en todas sus posibles formas, al no poder entender perfectamente el español. En otras palabras, la condición de impostor del escritor que convierte en reales las historias que solamente ocurren en su cabeza.
“Armé diversas historias posibles a partir de su relato, todas a la vez, así que no fue tanto que no la entendiera como que entendí los acordes, la entendí en una pluralidad de mundos.”
En su caso, no solamente se siente un fraude por su obra sino por su falta de sensibilidad con la realidad. Precisamente, esa recreación personal que él mismo hace de Madrid le hace vivir con enorme distancia los atentados de Atocha del 11 de Marzo de 2004 que suceden durante su estancia. Envuelto en un bucle de aventuras infructuosas, Adam se vuelve codicioso de amor y menosprecia todo lo que sucede a su alrededor por culpa de la ansiedad que le provocan sus desengaños. En las calles de Madrid hay muertos en los trenes y ríos de gente que se manifiesta en contra de la violencia, mientras Adam vive su propia representación de la ciudad, muy lejos de la real, con la neblina de quien no entiende qué está pasando pero que se deja llevar por la corriente.
“Me sentía como un personaje de “El pasajero”, una película que no había visto”.
Esta historia es la oportunidad de volver a viajar por primera vez a Madrid y a nuestra historia con la curiosa visión de un paseador extranjero que escribe, alumno de una larga tradición de paseantes que fundó Baudelaire en París y la que otros tantos como Julio Cortázar o Henry Miller han explotado. Adam recorre sus calles sin la influencia de sus recuerdos sino con la de sus prejuicios de americano, y observa las esencias más puras del entorno en el que vive, fingiendo ser quien no es hasta que se convierte en ello. Pues un buen día, aquel cuadro que observaba con admiración y ensueño se convierte en su hogar y la ciudad es asimisma el borboteo de su cafetera al despertar, la espalda de la mujer a la que amó en su cama o la placentera sensación de una calada de marihuana entre unos desconocidos que, de repente, son sus amigos.
“La vida que llevo aquí es maravillosa, da igual si es la mía o no”.
Pablo Melgar
Madrid – Brad Mehldau
Título original: Leaving the Atocha Station
Páginas: 208
Año: 2011 (2013 en español)
Autor: Ben Lerner
Editorial: Literatura Random House
Precio: 16,90€
Nota: 7 Buena lectura
Para comentar debe estar registrado.