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La historia de Iker Casillas es la del héroe apedreado. Cuando pienso en Casillas, mi primera sensación es la de que me ha enseñado a creer incluso en aquellos momentos en los que las esperanzas se habían evaporado. Las yemas de unos dedos, de repente, cuando aquello parecía perdido. ¡El Santo!, le bautizaron los medios tras esa parada a Robben. Joder, qué español no estaba pendiente de la televisión en ese momento en que todo parecía balancearse hacia el otro lado. ¡Chacho los huevos en corbatilla!, como dicen en mi pueblo. Él aparecía para decirte, ¡eh!, que esto todavía no ha acabado.

El niño que apareció de repente para convertirse en un Santo se vio absorbido por el aparato mediático que manifiesta su descontento político en cosas (sí, cosas, ya me entiendes) como el fútbol, o la prensa rosa. Primero que si se casa con la reportera que lo entrevistó nada más levantar la Copa del Mundo, y encima todo parecía la perfecta historia de amor del Hola! Pero aquello le engulló. A fin de cuentas, ya había demostrado que podía cargar con las esperanzas de todos los españoles gracias a sus paradas, pero no gracias también a su personalidad como príncipe de nuestros cuentos nacionales.

Toda aquella historia lo ha convertido en un personaje insulso que ha tenido que protagonizar la película de la vida de una estrella y le quedaba grande el traje. En los últimos años le recuerdo como un personaje resentido, al que los medios intentan picar porque saben que se va de la lengua si le aprietas un poco. Como si el gladiador dijera en el momento de su ascenso, ¡hostias qué difícil es ser César! Si yo solo juego al fútbol. La prensa deportiva y los tuiteros que consiguen que aparezca más en los medios por un pique tonto de bar que por sus paradas. El héroe apedreado por el Twitter, el resentido mejor portero de la historia del fútbol se ha vuelto a meter en una discusión en las redes, dice el titular.

Todo desde su pelea con Mourinho. The Special Ego! El colectivo de entrenadores intentando hacerse con el poder, creyéndose las verdaderas estrellas. Trabajadores, estrategas sin grandes lujos, entrenando por una suma ingente de dinero pero en silencio. Como el rey de España, serio y recto, frente al griterío de famosos en Sálvame. Y de repente él, una celebrity. No podía permitir que nuestro Príncipe estuviese encima de él y ambos dividieron al madridismo en dos facciones. Por un lado, los que piensan que Iker Casillas no tuvo que llamar a Xavi para mantener el buen rollo en la Selección, es decir, los mourinhistas, y por otro, aquellos que daban preferencia a la concordia.

Si tuviéramos que generalizar, ¿quién diría en voz alta, Casillas como capitán del Real Madrid, tenía que haberle hecho la guerra a los del Barça, aunque eso suponga que la Selección española se vaya a la mierda? ¿Pero cuántos lo pensaban? Porque Casillas acabó exiliado en Oporto, todavía convaleciente de la metralla mediática que recibió tras convertirse en campeón del Mundo. Por la puerta de atrás, tras convertirse en una leyenda.

Ahora reviso todos los títulos que ha ganado en el Real Madrid y en la Selección y creo que es el común múltiplo en todos aquellos éxitos. Desde entonces no he vuelto a sentir que ningún portero me haya hecho levantarme de la silla cuando estaba a punto de tirarme al suelo. ¿Vosotros?

Ahora que se habla tanto sobre los nacionalismos, me pregunto: ¿algunos de aquellos mourinhistas que preferían la sangre a la concordia, mantienen el mismo sentimiento respecto al “tema de Cataluña”? (¿De qué hablan?, hijo. ¡Del tema de Cataluña, madre!).

Los culés, mientras, comparten vídeos para resaltar lo mal que lo tratamos. Ni un homenaje ni nada, ¡con todo lo que nos dio! Y yo que creía que todos éramos muy españoles, católicos y monárquicos, me digo viendo a nuestro Príncipe levantar la Copa del Mundo en una foto en Google Imágenes. ¡El Santo le decían, madre, antes de todo el tema de Cataluña!

Pablo Melgar,

mi álter ego comentarista deportivo

Que viva España – Manolo Escobar

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