Me duele la vida. Me duele la vida porque me dueles. Me dueles por la mañana y en el postre de la cena. Me duele el aire que me hace tiritar. Y me siento vacío, me rugen los pulmones pidiendo tranquilidad, como un estómago. Vivo en mis recuerdos e imagino olores de sábanas mojadas, legañas y pelos en la cara.

 Y lloro sonriendo a esa cara con pliegues de sueño en los párpados. Porque no hay nada más sincero que el primer gesto del día que haces sin pensar. Y vago solo, viendo esos ojos tan grandes por todas partes. Los ojos que derriten y amansan mis intenciones, los ojos de un perrillo hambriento, los ojos de un niño consentido, los ojos llorosos que me hacen llorar y son el termómetro de mi vida. No puedo decirles que no, no a esos ojos.

Añoro la armonía y la perfección que estira las arrugas de mi anarquía. En realidad no soy guerrero, no se hundir mi espada, no se pintar las paredes de sangre ni explotar.

Maldigo a Dios por no darme voz en la felicidad y solamente en la tristeza, la cual saboreo más. Y también por sentirme incomprendido y bañarme de insatisfacción. Por la fecha de caducidad. Por ocultarme el camino y apagar la luz, aunque me empeñe siempre en dejarlas todas encendidas. Por ser el único que entienda estas palabras y convertirlas en vanas voces escupidas por alguien sentado en el banco de un parque sin saber adónde ir. Por no existir.

Me duele cuanto estás, vida, y más cuando te vas dejándome solo. El mar sin flotadores, la arena sin molde que derrama la paciencia de unas manos temblorosas. Tener miedo del ascensor. Me duele hablarle a la pared y que no me escuche. Vivir en los atascos, en la miopía y el mareo. En esas primeras 10 páginas que necesitas releer cien veces.

Odio decidir, vida, y que decidas por mí. Hacer el amor con los árboles, las calles y la luz, con las personas que en su día pasaron y con las que pasarán. Y no poderte hablar y no saber pedirte que me escuches. Que no sigo un orden y ni Dios va a querer leerme.

Quiero volar, vida, y quedarme en el suelo. Tengo vértigo y te amo, te amo si no hubiera mañana, te amo hasta arrancar las raíces de mis dedos que arañan el cemento hasta sangrar, te amo hasta la locura. Pero la tierra me golpea y no lo puedo soportar. El suelo se cae en mí.

Por una vez en mi vida no busco comprensión, no espero que estas palabras sean agua de río, ni que se conviertan en consecuencia. Sólo deseo asomarme al vacío, a esa escarpada caída que linda con un mar sin fin lleno de años y gritar, gritar tan fuerte que mis palabras se multipliquen en eco y sean las únicas capaces de atravesar el infinito y el tiempo.

Pablo Melgar el 20.09.12

 

Hurt – Johnny Cash