#Relatos

 

“Me están esperando”, le dije, como el detonante de una escena de acción en la que todos saltan por los aires, salvo el protagonista forzudo que salta al agua huyendo de las cámaras.

“Me están esperando” y metió el ordenador portátil en su mochila, dejando por zanjada la situación, asumiendo mi problema como el suyo, asumiendo mi prisa como su propia prisa. Ambos teníamos prisa y a la vez permanecimos tozudamente en ese instante durante todo el día.

“Me están esperando”, como una de esas frases que te arrepientes de soltar a la vez que tu cerebro ya busca la mejor combinación entre las conjugaciones posibles y tu boca concentra la saliva en el lugar adecuado de tu lengua para que pronuncies el botón rojo.

“Me están esperando”, una y otra vez en tu cabeza mientras la observas pensar y andar rápido al mismo tiempo. Un día de esos en la distancia. Un día de esos en los que su historia queda muy lejos de la tuya, y ninguno de los dos se da cuenta de que es la misma historia la que rebobinan en bucle, una y  otra vez.

“Me están esperando”, lo cual era en parte mentira. Elrond no suspiró al verte como lo hace otros días cuando le has hecho esperar demasiado. Y por evitar ese suspiro tú pronunciaste el botón rojo, maldito eres que inventas una tercera persona ficticia para regañarte a ti mismo como eludiendo tu responsabilidad. Recapacita.

“Me están esperando” y te regodeas en el cabreo, lo que me hace cabrearme más. Ese pulso infantil que los humanos comenzamos por el único placer de ver hincar al otro la rodilla. Al otro, la otredad de ti mismo, aquel que te complementa y aguanta el pulso hasta que la gravedad te precipita por una borda imaginaria.

“Me están esperando”, le dices a ella como pidiéndole responsabilidad por una frase en la que ella no está ni si quiera incluida. Pero ella se levanta plácidamente y a ti te entra una prisa que no es suya, sino de Elrond que está supuestamente suspirando en su casa, esperándote mientras tú la observas despertar y le dices que siga durmiendo, pero tampoco: es una prisa conceptual perdida en el espacio que yo mismo pronuncié.

“Me están esperando”, “primeras noticias”, te dice. No le falta razón pero, ¿no es en el fondo una nimiedad, deberíamos darle vueltas a un instante insignificante que ya engloba a todos los demás instantes? ¿Por qué dejar a ese instante devorarnos los demás? Nos despertamos felices por el sueño y al despertarnos una prisa incorpórea nos esperaba en algún lugar, detrás de la puerta.

“Me están esperando” y jamás llego, esa es la sensación. ¿Cómo llegar a cada una de mis citas si en el fondo nunca tengo prisa? ¿Debería volver a saltar de la cama y comer de pie mientras busco la mochila? ¿Debería retomar esa vieja costumbre de adquirir horarios, de hacerle caso a los números y no a los impulsos electromagnéticos?

“Me están esperando”, volvemos a repetir en nuestras mentes, mientras nos pasamos un cigarrillo en silencio y nos miramos a los ojos. Te odio pero te odio a mi lado, me dices con ese gesto. Te quiero odiar a mi lado, pienso cogiéndolo y anticipándome a la primera calada de un cigarro casi consumido.

“Me están esperando”, a mí. Están esperando que diga algo. Ellos. Todas esas personas que dejaron de esperarme pero que sigo creyendo suspirar. En realidad, ya no suspiran, se encogen de hombros al pronunciar mi nombre.

“Me están esperando” mis fantasmas a que le pida perdón.

“Me están esperando”, repito de nuevo al odiarme a tu lado.

“Me están esperando”, espero que tú también.

“Me están esperando” en el sueño que transcurre en tu espalda, mientras pongo el punto y final y necesito abrazarte.

Perdón.

 

Pablo Melgar Salas

 

River is waiting – John Fogerty