¡Eh tú, cabrón que tiene mis gafas! Ahora llevas mis ojos y te das cuenta de que ves peor por unas zonas que por otras, sin saber que esas son las zonas por las que más lloro cuando estoy triste. A pesar de que, el primer día que me las enfundé, fueron el único motivo por el que no lloré, puesto que estaba a las puertas de que me perforaran el pie con acero. Fue un regalo de mis padres, elegido por mí, a medida. Y desde entonces me han acompañado en cada aventura de mi vida.

 

Viajaron conmigo por la Costa Brava mientras pasaba mis últimas horas como alumno de instituto y disfrutaba de mis primeras noches de adulto. Sobrevolaron conmigo el cielo de Berlín y me guiaron por sus calles de color gris en busca de la mejor cerveza. También me ayudaron en el serpenteo del Gran Bazar de Estambul, en Turquía, entre truhanes y turistas, como mil ojos para no perder nada de vista. Me hicieron ver las entrañas del Bósforo más azul de lo que eran. Y combatieron la neblina matinal de la ciudad de Londres en invierno para buscar la mejor camiseta en los mercados de Camden Town.

 

Fueron las que antes vieron venir los ojos verdes de aquella chica que, por primera vez, nos miraba desde tan cerca. Y las únicas que supieron de mis lágrimas de aquella mañana mientras cruzaba las calles sin ningún destino, como un jinete sin más rostro que el suyo, con el corazón en una mano y el pegamento en la otra.

 

Han sido la sonrisa más fácil de fingir en aquellos días tristes entre la incómoda multitud y la mejor forma de disimular los restos del alcohol de la noche anterior. Sin embargo, son parte importante de mi rostro en las fotografías que más feliz salgo. Ya no seré aquel que finge tener la mirada azul que nunca heredó de los ojos más azules del mundo.

 

Con ellas he visto cosas que ni me acuerdo pero están en mi memoria todas las veces que se han rayado, pues era mi visión del mundo la que se deterioraba. Desde aquel día en que las desenvolví en un coche me acostumbré a ver el mundo del color del cielo, y desde entonces he visto cosas maravillosas. Ahora tengo miedo de ver las cosas tal y como son, sin tintes ni filtros. Tengo los ojos desnudos frente al aire y ellas ya no me cubrirán de los rayos de Sol que tanto me marean. No me protegerán de miradas indiscretas o me ayudarán a formar presuntos olvidos. No me apartarán de la fealdad de los paisajes ni de los sucesos más crueles del mundo.

 

Ahora me duelen los ojos con el zumbido del aire, y no es solo por la pena que me produce que ahora sean los ojos de alguien que me ha mutilado, cometiendo un acto tan deleznable como es el de violar mi mochila llena de secretos sin ningún remordimiento y a plena luz del día. A través de esos cristales he visto mis últimos seis años de vida pasar, los más difíciles y bonitos hasta ahora. Ahora tendré que elegir un nuevo color, una nueva filosofía de vida. Solo espero que le hagas ver sitios preciosos como los que me ha hecho ver a mí y que veas a través de ellas con los ojos de un soñador, aunque no lo merezcas, puesto que hay que ser un entusiasta para ver el cielo en cada rincón de la vida.

 

 Pablo Melgar

 

 

 Behind blue eyes – The Who