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Leonardo ‘el Chopito’ sabe que le costará mucho levantarse esta mañana. Bueno, si a su despertar se le pudiera llamar mañana, porque cuando cada día suena su despertador hay más búhos que gaviotas en el cielo de la Ribera. Anoche se tomó un ron más de la cuenta porque el Iseo estaba a reventar. Salió solo, con la intención de tomarse una copa. “Una sola copa y nada más, porque el mar no se toma vacaciones nunca”, siempre dice. Pero, claro, luego llegó Andrés y perdieron la cuenta de los cubalibres que le hicieron servir a Gema, la camarera. Así que cuando Leonardo cae rendido entre sus sábanas sabe perfectamente que no tendrá más de dos horas de sueño. Entre el mareo del Brugal y el cansancio, ‘el Chopito’ imagina lo que le deparará el día mientras se queda frito. Sacará las redes de su bote con la calma absoluta de la madrugada y se zambullirá en el Mar Menor con las primeras luces saliendo tras las torres del Paseo de Colón. Más tarde se dirigirá a aquellos rincones innombrables que solamente él conoce, en los que encuentra las doradas más jugosas y los langostinos más rosas de toda la costa. Hay rumores de que los recoge cerca de los acuíferos de agua dulce que descansan más allá de las encañizadas. Pero nadie sabe realmente cómo consigue esos ejemplares tan deliciosos ni qué hace toda la mañana subido en su bote. Lo que sí que se sabe es que volverá a media mañana y, tras recoger toda su parafernalia de marino, bajará al Paseo con la camisa abierta para tomarse una cañita bien fresquita y una marinera frente al mar. “¡Leonardo!, ¿cómo andas?”, le preguntan por la calle. Pues todo el mundo le conoce, ‘el Chopito’ es parte del mobiliario de su Ribera. Y él camina sin el más mínimo gesto de fatiga porque esa cervecita es sagrada. Llega solo, con la intención de tomarse una cervecita y nada más. Pero claro…

 

Pablo Melgar

El Paseíco del Pescador – TAZMANYA