de momento, las fronteras del barrio son una farmacia y un parque, un vagón que recorre el final del juego en eterno retorno. hay flores, hay velas e investigaciones en la esquina que da a mi portal. más allá, un cúmulo de puertas automáticas y fachadas señoriales pero en los oídos nada, solo residuos del tránsito. un teatro vacío. la estructura es matemática, un culto de tenistas que no fingen sus orgasmos. porque también se puede crear un bucle infinito genuino. el de aquel mosquito que acude instintivamente al verde sobre el negro, solo porque le llama la atención. hambre de sangre, de luz de estática, de pulsión de muerte o de cura. el de los tejados sin gatos es mucho más triste. los isósceles son puntiagudos, el aire empapa sin que te des cuenta, la nieve espanta a los felinos de esta ciudad.

Pablo Melgar