Han pasado cuatro años desde que vi el último capítulo de Dexter. Aquella noche del 20 de julio de 2010 salí a tomar algo con mis amigos, era verano y supongo que quedaríamos en la terraza del Appalache, el bar de todos. Por aquella época no apreciaba el sabor de la cerveza como ahora así que es posible que disfrutara de un granizado de limón en una terraza que ya ni existe. Pero mi cabeza estaba en otra parte, sabía que esa sería la última de las doce noches anteriores que había pasado disfrutando de un magnífico pulso entre dos asesinos en serie. Sabía que aquella era una noche especial, aquella era la noche y compré una docena de monas de chocolate y crema. Aquello ocurriría una y otra vez, tenía que ocurrir.

Y estaba en lo cierto, cuatro años después aquel ritual de último capítulo, aquel homenaje al fin de una gran serie volvía a tener lugar en un escenario muy diferente pero bajo el mismo código: monas de chocolate y leche con canela y limón. El viejo ordenador portátil de mi padre ahora era una televisión de cuarenta pulgadas, mi cama de toda la vida ahora era el salón de mi casa en Granada. Yo tampoco soy el mismo, he lidiado con unos cuantos complejos personajes del cine y la televisión desde entonces y mi barba es menos pelusa de adolescente.

Dexter tampoco lo era en este último capítulo, creía haberse humanizado hasta el punto de dudar sobre su naturaleza de asesino en serie. La misma que había hecho de el un psicópata inteligente y metódico que fingía de día y mataba de noche, al acecho de su siguiente víctima cuando el sol abandonaba las calles de su Miami.

Su trabajo como médico forense era la tapadera perfecta para hacer realidad los deseos de su oscuro pasajero. Le dominaba, le incitaba a matar sin que pudiera deshacerse de la necesidad, así que aprendió a vivir con ella gracias a su padre adoptivo Harry. Fue entrenado por un policía para canalizar esos impulsos mediante la muerte de asesinos que escapan a la justicia y salir airoso de ello. Sabía matar y no ser descubierto, mientras su vida como ciudadano medio seguía su curso.

Pero las relaciones humanas le arrastran a uno a rincones que nunca habría imaginado y su entramado social se fue complicando poco a poco hasta que ocupó más espacio en su vida que la propia necesidad de su oscuro pasajero. “Las personas normales son tan hostiles”, susurraba su voz en off ya en el episodio piloto. Durante ocho temporadas he vivido todas las dificultades que Dexter ha tenido para cumplir el Código de Harry y su eterna discusión interna en búsqueda de la determinación de su propio ser. Hasta el último capítulo de la cuarta temporada, donde todo acaba.

 

“Si Dios está en los detalles, y yo creyese en Dios…Él estaría en esta sala conmigo.”

Tras esa magnífica temporada, Dexter seguiría escudriñando futuros en forma cortinas de plástico pero no de la misma manera. Ya no daba miedo. Su insensibilidad ha quedado cada vez más en entredicho y aunque ese haya sido el tema fundamental de la evolución de la serie, las coyunturas a las que le someten los acontecimientos han sido cada vez menos verosímiles e incluso la música cubana acaba por desvanecerse en un entramado de situaciones llevadas al límite para provocar una mera expectación en el público.

Su final es lo de menos y teniendo en cuenta las cuatro últimas temporadas no es tan decepcionante como uno podría pensar a priori. Aún así, para mí siempre será mi personaje favorito de las series de televisión, con permiso de Rust Cohle, Walter White, Tony Soprano y unos cuantos más que han tenido un final a la altura de su personaje. Porque Dexter fue el primero que me metió en su cabeza y me hizo parte de sus pensamientos oscuros, logrando incluso mi empatía por él.

Desde entonces sigo sus pasos y aunque no descuartice cuerpos y los tire por la borda de mi barco, sigo disfrutando de los últimos capítulos de las series de televisión que han tocado mi sorpresa y les brindo unas últimas palabras que saboreo lentamente, antes de empacarlos en las bolsas de las series ya vistas. Hay más romanticismo en los rituales de los asesinos en serie que en los de muchos humanos.

Agradezco una última vez a Dexter por las cuatro magníficas temporadas que me metieron de cabeza en el mundo de las series de televisión, gracias a esa voz pragmática y precisa de Michael C. Hall (A dos metros bajo tierra) que me transportaba a aquel lugar donde los escalofríos de placer y de miedo se confunden. Y por ella cada noche susurro hacia mis adentros tras poner un nuevo capítulo: “Esta es la noche, y debe de ocurrir una y otra vez…debe de ocurrir”.

Pablo Melgar

 

Perfidia – Mambo All Stars

 

Título original: Dexter

 

Año: 2006

 

Duración: 50 min. (8 temporadas, 96 episodios)

 

Director: James Manos Jr. (Creator), John Dahl, Steve Shill, Keith Gordon, Marcos Siega, Ernest R. Dickerson, Romeo Tirone, Michael Cuesta, Tony Goldwyn

 

Guión: Jeff Lindsay, James Manos Jr., Scott Buck, Scott Reynolds, Melissa Rosenberg, Lauren Gussis, Timothy Schlattmann, Daniel Cerone, Wendy West (Novelas: Jeff Lindsay)

 

Música: Daniel Licht

 

Fotografía: Romeo Tirone

 

Reparto: Michael C. Hall, Jennifer Carpenter, James Remar, Lauren Vélez, David Zayas, C. S. Lee, Julie Benz, Desmond Harrington, Christina Robinson, Preston Bailey, Keith Carradine, John Lithgow, Erik Kings, Geoff Pierson, Julia Stiles, David Ramsey, Jimmy Smiths, Colin Hanks, Peter Weller, Mark Pellegrino, Johnny Lee Miller, April L. Hernandez, Courtney Ford, Christian Camargo, Daniel Goldman, Evan George Kruntchev, Jaime Murray, Jason Manuel Olazabal, Maria Doyle Kennedy, Rick Peters, Tasia Sherel, Valerie Cruz, Edward James Olmos, Mos Def, Rya Kihlstedt, Josh Cooke, Billy Brown, Aimee Garcia, Yvonne Strahovski

 

Productora: Showtime

 

Género: Serie de TV, Intriga, Drama, Policíaco, Crimen, Asesinos en serie

 

Nota: 10 Excelente

 

Nota filmaffinity: 8

 

Nota IMDb: 9,0