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El noventa y cinco por ciento de la población experimenta el mismo patrón onírico, es decir, únicamente cinco de cada cien personas en ésta estadística de los sueños no percibirá jamás la sensación de caer al vacío cuando la fase REM está a punto de ser alcanzada, yo pienso en su insomnio mortal. Los estudiosos científicos que monitorean nuestro cerebro durmiente, vinculan este reflejo con una descompensación del sistema cinestético y el vestibular, un desequilibrio paradójico entre nuestra razón y el nervio, una disonancia cuerpo-mente que nos sobresalta. Algunos creen que nos rescata de la asfixia y otros encuentran la lógica a éste poco original espasmo en una reminiscencia de nuestra experiencia uterina, del ser seres amnióticos que flotan e inhalar abruptamente oxígeno por primera vez.

Afirme en verso sentir todos los cuchillos, desde el bisturí que terminó con el cordón maternal,

y sólo Ángela entendió aquello.

En menor medida, en torno al treinta por ciento de la proporción de estos sujetos análogos oníricos padece además parálisis hipnagógica. Laura dice que no recuerda si grita o no ¡laguntza ama! cuando siente que su cuerpo no la obedece.

Yo no padezco tal parálisis del sueño, pero la creo como la necesidad de moverse, de gritar y no poder o no saber hacerlo, de estar dormida y despierta, en un vacío sordo de la mente.

Caer sin caer.

Gritar sin gritar.

Y dormir y levantarse a la par.

Yo no  recuerdo nunca lo que sueño y Pablo piensa que  es triste, pero sí que recuerdo que la gravedad sólo pesa 9,8 y la aceleración de un objeto en caída libre es constante aún sin tener ni la más remota idea de la física de los elementos que me rodean, intuyo siempre la velocidad.

¿Cuanto tardas en caer las ciento dos plantas del Empire States building un primero de mayo del cuarenta y siete una mañana sin viento?

¿Y en qué parcela porcentual de los patrones del sueño se encontraba Evelyn McHale?

La primera persona en saltar del edificio fue un constructor despedido, uno de un número que no quiero contabilizar, porque mi polimetría se protege de numerar la muerte y sólo imagino el escalofrío tras el revelado de una fotografía que se sabe histórica, el ser histórica como The most beauty suicide en la portada de la  revista Life, y en el sonido (click) del disparo.

Dice la web Bebesymamas.com  que no es común que el feto esté atravesado, pero que cuando sucede, se tiende sobre su espalda y coloca la cabeza a izquierda o derecha del abdomen de la madre; la séptima costilla de mi madre está pronunciadamente más elevada que el resto del conjunto torácico, porque allí colocó la Atravesada su cabeza a medio desarrollar y allí querría volver a veces, cuando fuera aún el oxígeno más puro asfixia.

Sé que la doctora Claude Imbert trabaja actualmente en Francia utilizando la Sofrología como medio para recuperar vivencias prenatales, me divierte el debate Rank-Freud por la especificación del trauma de nacer y disfruto escuchando conspiraciones, imaginando a qué olía la antigüedad, soñar mugre y llorar, llorar como un llorar antiguo, que no me pertenece; sentir que caes al vacío.

Agarrar todos los amuletos ante el golpe inminente, lo más sorprendente de la fotografía de Robert Wiles es la captación del detalle en picado de las manos enguantadas de Evelyn sobre su pechera, prendiendo una cadena de la que cuelga el misterio. Engarzados en plata siempre a mi cuello, jade amarillo de Guangzhou, una cruz de circonitas, la mano de fátima labrada en turquesa y un cascabel, por si los sueños. Afirmando toda la teoría que explicita Joan Didion El año del pensamiento mágico. Confiando no sé en qué y sin inquietarme por ello. La etimología de magia remite a lo natural y lo natural es asombrarse, revelar algo profundamente cargado de lo inexplicable y comprobar con asombro, que sigues en la cama o que ya has nacido.

Irene Viedma

Big girls cry – Sia