Estoy emocionado y triste, terminar un libro es como volver de un viaje: estás rebosante por los recuerdos de lo vivido y triste por lo fugaz del trayecto. Pero además, siento una excitación solamente comparable con la sensación de no saber dónde uno estará al día siguiente. Ahora comienza la búsqueda de un nuevo libro. Unas nuevas vidas, unos nuevos personajes con los que crear rutina durante las próximas semanas y que se convierten en habitantes de tu propia casa.

Es duro encerrar en la estantería a esos individuos con los que conviviste, conociste sus miedos, estuviste presente en los que pudieron ser los sucesos más importantes de sus vidas y de repente, en el momento más incandescente de tu unión con ellos, se acaban las páginas y son relegados al recuerdo.

Me pasó con Hemingway en París, se me quedaron cortas sus anécdotas de sus andanzas en París llenas de artistas y literatos. Me gustaría saber más sobre cómo fue “muy feliz y muy pobre” en París, por eso he seguido indagando en otros libros y artículos, para saber algo de él, como a un viejo amigo del que intentas no perder la pista. Es una pena que llegaran malas noticias de él y me entristeció saber cómo acabó su vida, agarrado a una escopeta.

Estoy muy emocionado y no muy triste por empezar mis estudios de Literatura. Allí conoceré a mucha gente con la que compartir momentos increíbles, aunque se que también me toparé con personas lentas y un poco aburridas, o solamente sean algo anticuados para que conectemos. Tantas vidas e inseguridades, tantas personalidades en lucha y muchas historias que vivir. Aunque luego acaben en mi estantería será un placer conocerles.

¿Y los lugares? ¡Ay los lugares que uno recorre con sólo pasar la página! Las carreteras interminables que cruzan los Estados Unidos desde la monstruosa Nueva York hasta la desolación del Oeste americano pasando por los clubs más interesantes de las ciudades más noctámbulas que recorrí con Jack Kerouac en los cincuenta, el verano pasado. Fue un viaje inolvidable y me costó la friolera de nueve euros, una forma alternativa para viajar en los tiempos de crisis.

Eso sí, París siempre se me queda corto en papel, pues “París no se acaba nunca”, me lo dijo Vila-Matas con el que la recorrí codo con codo hace apenas unos días. He callejeado con Hemingway y bajo las gafas de Henry Miller en alguna que otra noche loca. Este invierno frecuenté el barrio de la Ópera y me enteré del secreto del Fantasma que vive bajo ella. Todavía puedo oler el olor a vino barato de la taberna de Defarge (Historia de dos ciudades) en el barrio de San Antoine, y ya hace seis meses que estuve. De mi paseo con Cortázar por París tengo pocos recuerdos, me pareció un tipo muy complejo, quedamos en llamarnos.

El siguiente paso es visitarla de verdad y tocar con mis dedos los lugares que pintaron mi imaginación alguna vez. Viajar para ver si aquellos sitios que leí existen en realidad y crear hologramas imaginarios de personajes que pasaron por esos lugares, puesto que mis recuerdos de París son ajenos a cualquier escena literaria. Pero ahora me pregunto yo, ¿cuál de los dos viajes hace más especial aquel rincón soñado? Os lo contaré cuando vuelva de mi proyecto de viaje a París, donde tengo muchos amigos y muchas historias que vivir.

Pablo Melgar

 Quel temps fait-il a Paris – Alains Romans