Si cierras los ojos y fantaseas con ser un vaquero, con camisa y chaleco, botas altas con una enorme hebilla en el talón y un revolver descansando en el cinto, preparado para la acción, quizá te imagines con algo de barba, por aquello de los grandes viajes a caballo del Far West. Si por casualidad vas más allá, quizás escuches trompetas, como aquellas que anuncian una ejecución, puede que alguna que hayas llevado a cabo tú mismo; y también, cómo no, el slide de una guitarra que sí que ejecuta de verdad, pero un enorme blues. Y justamente por casualidad llegaron a mi vida estos dos grupos, como aquellas cosas que aparecen en el momento oportuno de tus días, cuando más las anhelas, en plena fiebre occidental americana del siglo XIX, cuando uno sueña despierto a todas horas con un enorme sombrero en la cabeza y una botella de whisky bajo el rumor popular del country.

Pensándolo bien, todas estas historias y ensoñaciones que se proyectan en mi mente tienen nombre propio: Arizona Baby y los Coronas, o como se hacen llamar cuando tocan juntos, Corizonas. Javier Vielba, cantante de Arizona Baby, salió al escenario de la Sala Miguel Ángel Clarés del Auditorio Víctor Villegas de Murcia el 17 de noviembre aportando su enorme barba, camisa y chaleco y ese timbre de voz gangoso digno los viejos músicos del Oeste; un hombre a tener en cuenta, sin duda. Las trompetas corren a cargo de Yevhen Riechkalov, de los Coronas, poniéndonos en situación. Y el slide en los dedos del Sr. Marrón, guitarrista de Arizona Baby, coloreando el resto del paisaje con sus arpegios con sabor a desierto.

Tras una psicodélica introducción sonó “Hey hey hey (The news today)”, arengando a la esperanza que no debe decaer aunque “las noticias de la televisión sean casi siempre malas”, y “The Deceiver”; con un eco más de Arizona Baby. Con fuerza empezó la velada, en un escenario muy íntimo, de bar, de esos en los que casi puedes tocar a los artistas. Y cuando hablamos de música, rock and roll y western no pueden faltar los punteos de Neil Young, con “Everybody knows this is nowhere” y los riffs a cuenta de los señores Fernando Pardo y David Krahe, sazonados con el bajo de Javier Vacas. Después se podía reconocer el puro estilo de Los Coronas con “The Falcon sleeps tonight”, añadiendo un componente más al ecosistema desértico. La cosa se calentaba, sí señor, estos tíos son auténticos. Entre anécdotas del barrio de Malasaña, confidencias del grupo y alguna que otra gracia, sonó rock and roll, “Thieves and liars”, una de esas canciones que elegirías para un largo viaje rockabilly por la Route 66. Y, “Supernaut” de Black Sabbath, en un alarde de polivalencia se pusieron la chapas de heavys, que según dicen ellos mismos: es lo que hace tan auténtico al señor Vielba, y no su flamante barba. “Hotel Room”, “Pushin’ too hard” (The Seeds) y “Mr. Soul” (Buffalo Springfield), con Neil Young tan presente en cada momento; cantadas hasta por el batería, Loza.

 Y el spaguetti western de los Coronas, “El Rancho” y “I am”: suena tanto a Clint Eastwood, a Sergio Leone, a John Wayne, a Gary Cooper, a Lee Van Cleef, a Henry Fonda, a John Ford, a Paul y Robert, a Dean Martin, a Gregory Peck, a Sundance Kid y Butch Casiddy, a los Hermanos Dalton, al Zurdo, a Aguascalientes, a El Paso, a Deadwood, al Red Dead Redemption, incluso hasta a Lucky Luke, que cierro los ojos y escucho el sonido de la trompeta y me creo el sheriff, convertido personaje de Tarantino, me cuelo en un forajido, un malhechor, el mejor tirador del Far West esperando el último duelo, el que me consagre del todo.

 Y el último duelo, la recta final, comenzó con “Wish you were here”, la canción que todos cantan. El momento que reblandece los corazones del público, en el que todos se levantan y corean. Y jadean. Y se emocionan. Aprovecharon el tirón para tocar “Run to the river” con la que los asistentes terminaron de conectar con el grupo. Fue el momento en el que todos compartían la pasión por el rock, el country y el góspel de Johnny Cash, de Willie Nelson, de Elvis; las buenas canciones. Estos tíos LO tienen y no lo sueltan.

Siempre he dicho que los conciertos realmente buenos son aquellos en los que acabas sudando, esos que encierran una parte técnica, una de sentimiento y otra de fiesta. El de Corizonas tuvo las tres, y la parte de fiesta llegó con “Run to the Woods” y la divertida “Piagi con me”, en italiano, con las que todos bailamos y nos castigamos la voz.

Tras un breve descanso, era la hora de los bises. ¿Cómo afrontar los últimos segundos antes de batirse entre el triunfo o el fracaso?, porque soy de los que piensan que, al igual que en el oeste, el modo de rematar los conciertos lo es casi todo. Y cuando coges tu revolver y te juegas todo al rojo, tus emociones arden a flor de piel y de fondo suenan esas notas que te dicen que va a empezar una gran canción. Fusilados por el Señor Marrón, llenos de sensibilidad y acompañados por la vieja voz del John Lennon vallisoletano, con esa enorme barba, tan de la contracultura hippie, tan sesentero. Recitó el prólogo y el epílogo de esa composición instrumental digna de los verdaderos western, los “Sin perdón”, “El hombre que mató a Liberty Valance”, “La diligencia”, aquellos de serie A. “The Queen of Hearts”, el momento del concierto.

Y llegó el final. “La hiedra venenosa”, un clásico del rock&roll, “Shiralee” y “I wanna believe” finiquitaron aquella aventura con un mensaje: “os invitamos a creer”. Y creímos en el country, en el surf rock, en el rock and roll y en el western feeling. Durante dos horas nos habíamos sentido vaqueros y llegaba el final. El páramo infinito cubría el horizonte y nuestros pies. El viento silbaba, levantando arena y matojos. Todos arqueamos las piernas, respiramos hondo, sacamos el revolver del cinturón y gritamos: “Danger! Danger! High Voltage!”

Pablo Melgar

 Fotos: Bryn Slack ( http://www.facebook.com/brynslack )

The Queen of Hearts – Corizonas