No se qué pensareis vosotros pero somos unos egoístas. Es cierto, y no hay razón por la que debamos negarlo más allá de conservar nuestras apariencias de buenos ciudadanos y mantener nuestra conciencia limpia. Tú el banquero, tú el barrendero, ambos sois unos egoístas. Yo soy un egoísta.

Repasando la historia considero que hemos llevado a cabo enormes avances y, gracias a Dios, las noticias sobre América ya no nos llegan en manuscritos que viajan a bordo de galeras durante semanas para cruzar el correoso océano Atlántico. Ahora con teclear unos botones imaginarios en una pantalla podemos comunicarnos con el otro lado del mundo a tiempo real. Esto es verdaderamente increíble, teniendo en cuenta la ardua y lenta labor de los mensajeros a lo largo de la historia. Además, seguramente más de un mensaje se perdió en el camino y con él toda su repercusión.

Sí, somos muy civilizados y llevamos todos un smartphone en el bolsillo que nos hace creer que somos parte de una sociedad avanzadísima. Pues lo crean o no, no hemos avanzado tanto. Y sobre todo en la parte más humana de la sociedad, que es la del trato entre nosotros.

Seguimos en la lucha eterna de los poderosos y los sometidos. Nuestra naturaleza animal sobrepasa a todos los calificativos humanos que queramos darnos. Los estratos sociales siguen diferenciados, aunque ya las diferencias no sean tantas como en los tiempos en los que el campesinado vivía entre barro y estiércol, y los nobles sometían a sus súbditos sin pudor.

Hoy en día todo está más suavizado y más enmascarado. La Ilustración no sólo educó a los pobres a leer y a ser conscientes de que podría haber una vida mejor,  además enseñó a los poderosos a conocer los anhelos de los más humildes y a saber cómo callarles la boca.

Entonces surgieron las democracias y los partidos electorales, los representantes del pueblo y la clase política de oficio. Y ellos usaron la retórica y los instrumentos legales para hacernos ver lo mucho que hacen por nosotros. Nos dieron las Constituciones para calmarnos la sed de derechos y con ellas “nuestras viviendas dignas”, el “pluralismo político” y nuestros instrumentos para poder ser parte en las decisiones importantes. Todo está ahí escrito.

Y tras toda esta maraña de Estado de bienestar social y democrático de Derecho avalado por una transición ejemplar que sigue haciendo que nos masturbemos los unos a los otros por lo buenos e inteligentes que somos, existe una realidad muy diferente: la misma jungla.

La nobleza sigue existiendo y la seguimos alabando en los programas de prensa rosa donde nos jactamos de todas las vidas ostentosas y promiscuas de los hijos de los hijos de los hijos. La Corona sigue con sus fortunas vitalicias a costa del pueblo, sin levantar más que escopetas para saciar sus aficiones, tan medievales como los cargos que ostentan. Siguen pactando con la alta burguesía, haciendo tratos ocultos para amasar montañas de dinero a la vez que nos hacen creer que son los mejores representantes que un país pueda  tener.

Las altas esferas siguen tan lejos de las bajas con la única diferencia de que los más humildes creen haber sido partes de la decisión que colocó a ese hombre con frenillo al hablar en el trono de la Moncloa. Pero no es así, ese señor que solamente está ahí por ver colmadas sus ambiciones personales nos engaña y nos dice solamente lo que queremos oír, o lo que es más gracioso, lo que haga que lo volvamos a votar. Pero, en realidad, no tiene poder de decisión y sus palabras, además de productos de marketing, son mandatos de los empresarios que más tienen y que gobiernan en la sombra mediante cheques y sobres secretos.

Entretanto, los problemas de los pueblos siguen en manos de analfabetos que manejan presupuestos millonarios gracias a su poderío monetario que los sentó en los sillones más altos de los ayuntamientos. Los más preparados sólo son títeres  y meros técnicos que cobran los sueldos más bajos y tienen que pedir de rodillas un simple puesto en la Administración. Y la Justicia, que solo es un eufemismo para crear listas de indultos para corruptos y asesinos bien situados, y un medio de opresión de las grandes empresas contra una clase media que no puede costearse esos procesos judiciales llenos de tasas y abogados a sueldo.

Pero, sin duda, nosotros los ciudadanos somos los peores. Nosotros dejamos que esto pase y aplaudimos a la reina cuando viene a nuestro pueblo a deslumbrarnos con su último Chanel pagado por todos, seguimos elogiando la vida de la duquesa de Alba por televisión y nos dan exactamente igual los casos de corrupción, pues…¿quién no lo hubiera hecho? Mientras tengamos fútbol y un pedazo de pan que llevarnos a la boca, aunque sea del día anterior, no nos importan las desigualdades, ni las injusticias, ni los abusos.

No nos cabrea, no nos hace levantarnos, ni apagar la televisión que nos hipnotiza, no nos hace involucrarnos, no nos hace unirnos, ni buscar soluciones. Nosotros somos la punta del iceberg de una sociedad egoísta que evoluciona con distintos calificativos a lo largo de la Historia pero que sigue siendo exactamente la misma.

Pablo Melgar

 

 Society – Eddie Vedder